CONTINUACIÓN DE "LIGANDO EN EL CENTRO COMERCIAL"
...El fin de semana sonó el teléfono, era el número de
Eduardo…
— ¿…Aló…?
—Pablito… ¿Cómo estás…?
—Hola Eduardo, yo estoy bien, ¿Y tú?
—Pensando en ti… ¿Te parece si nos juntamos hoy, como
a las nueve de la noche?
— ¿En el Centro Comercial?
—…No… Te paso a buscar para que demos una vuelta por
ahí…Y recuerda que puede ser una ocasión especial…
—Como a las nueve… te espero…
Me preparé toda la tarde, un buen baño, crema
corporal, ropa casual pero atractiva. Quería verme bien para él. Me vestí con
un jeans ajustado, y una polera negra muy ajustada, y por supuesto las sungas
blancas que Eduardo me había dado.
Dieron las nueve y estaba muy nervioso y ansioso.
Pasaron alrededor de veinte minutos cuando sonó nuevamente mi teléfono…
—Pablito…estoy en mi auto a unos metros de tu casa…
¿Sales ahora?
—…Voy saliendo…
Avisé en casa que iba a llegar tarde, ya que me
juntaría con unos amigos, y lo más probable era que llegara al otro día. Me di
la última mirada en el espejo y salí. Divisé el auto de Eduardo estacionado
bajo un frondoso árbol. Cuando iba llegando me abrió la puerta…
—Hola Pablito, qué atractivo que te has puesto…— Me
decía mientras yo subía al vehículo y miraba con asombro que Eduardo vestía
jean, y una camisa negra…
—Vaya!... coincidimos en gustos parece — le dije — si
me hubieras dicho cómo vendrías vestido hubiera elegido otra tenida…
—Quería verme bien, y sé que te gusta la vestimenta
clásica… y no hay nada más clásico que un jeans y una camisa negra, sobre todo
para una velada nocturna…Y cuéntame… ¿Qué quieres hacer…?
—… Un beso… — dije mirándolo fijamente...
— ¡Ja!, me refería a que si quieres ir a cenar algo, o
quieres ir a un Pub, o al cine…
Me miró y guardó silenció unos segundos, miró por los
espejos del auto asegurándose de que no había ningún fisgón cerca y girándose
un poco hacia mí, me tomó por la cara y se acercó lentamente. Cerré los ojos y
esperé que posara sus labios sobre los míos. Suavemente sus labios se pegaron a
mi boca, sentí su lengua invadir y juguetear dentro. El sabor de menta y tabaco
me encantaba, y más cuando fue bajando lentamente su mano por mi cuello para
dejarla sobre mi pecho… Eduardo era un profesional en el arte de besar. Pasaron
varios segundos.
—…Te gustó…?
Solamente tuvo un suspiro de mí parte por respuesta…
Miró de nuevo por los espejos y puso en marcha el vehículo.
Condujo unos minutos, hablábamos poco, pero de vez en
cuando me miraba y sonreía divertido, parecía un adolecente. Mientras yo
acariciaba sensualmente su pierna, y a él no le molestaba. En una luz roja, me
abrazó y me besó en la frente… Tenía claro el itinerario, ya que también
conocía el lugar.
Eran cerca de las diez de la noche. Entramos a un
motel, un lugar bien especial ya que eran cabañas, ocultas y bien discretas…
Entramos y al cerrar la puerta, entre besos
apasionados y caricias nos dirigimos a la cama. Yo me sentía como una novia en
su noche de bodas; él, como un potro…
Me senté al borde de la cama y me quité la polera y el
jeans, quería que él viera que vestía la sunga blanca que me había regalado.
Eduardo en tanto, con lentitud se fue desabotonando la camisa mientras caminaba
hacia mí. Se la quitó quedando a torso desnudo, desabrochó su cinturón y el
botón del pantalón, quedando a unos centímetros de mi rostro ofreciéndome su
abultado paquete. Acaricié sus muslos mientras él me acariciaba por la cabeza.
Y pausadamente fui completando la labor de bajar su cremallera y dejar al
descubierto la delicia que allí guardaba.
Vestía el bóxer blanco, que le quedaba ajustado y de
maravilla, y en la suave tela se dibujaba perfectamente la forma de su sexo,
que si bien no estaba erecto era muy grueso…
Me acerqué hasta besarlo sobre el bóxer, y él
pacientemente me miraba y disfrutaba sin decir palabra, sólo un suspiro de
aprobación. Lentamente fui bajando el bóxer para liberar su sexo y me sorprendí
lo grande que era. Descubrí el glande tirando el forro hacia atrás y abrí mis
labios para dejar entrar de a poco la henchida cabeza en mi boca… Estaba húmedo
y algo salado producto de que la secreción cristalina comenzaba a asomar por la
punta del glande. Mi incursión fue lenta, pausada. Quería degustar su sexo y
que ese momento se prolongara todo lo que fuera posible.
Lentamente su miembro fue ganando grosor y dureza. Ya
no entraba con tanta facilidad en mi boca y al tratar de que entrara profundo
sentía nauseas, pero las controlé y seguí con mi estimulación oral. Estuve así
varios minutos, hasta que mi maxilar comenzó a doler, pero mi lengua jugueteaba
en los pliegues del prepucio y en el frenillo que se mantenía intacto. A Eduardo
le encantaba, pero trataba de mantenerse estoico ante mi felación, y sólo
acariciaba mi cabeza y mejillas sin siquiera mover sus caderas. Creo que él
también quería prolongar ese momento.
De pronto, él se alejó un poco para terminar de
quitarse toda la ropa y quedar totalmente desnudo. Me incliné para seguir con
la mamada, pero él, tomando mis manos me levantó y abrazó fuertemente. Buscó
mis labios y me besó con más pasión de la que nos habíamos besado
anteriormente. Sus besos, sus caricias, el roce de su cuerpo y la esencia de su
perfume me transportaban por los aires.
Me besó el cuello y bajó lentamente hasta estacionarse en mis tetillas,
que estaban erectas y sumamente sensibles. No pude evitar gemir de placer
cuando las presionaba suavemente con sus labios y lengua. Siguió bajando por mi
vientre y cuando llegó a mi bulto, que estaba erecto y duro, comenzó a besarlo
y a presionar suavemente mi pene con sus labios, él de rodillas frente a mí…
Sólo atiné a acariciar su cabeza con la misma ternura con la que él lo había
hecho conmigo. Estuvo así un momento hasta que bajó mi sunga dejándome desnudo…
Me senté al borde de la cama y él se arrodilló frente
a mí. Me hizo un gesto y caí de espaldas. Besó mis muslos y luego comenzó a
pasar su lengua en mi escroto, para luego comenzar a chupar mi verga con la
misma experticia que había demostrado al besarme. Succionaba y lamía, chupaba y
movía su lengua haciéndome jadear de placer. Luego levantó mis piernas y
mojando uno de sus dedos con saliva comenzó a tocar suavemente mi ano. Pensé
que me iba a penetrar, pero su dedo hacía movimientos circulares en mi entrada
sin entrar. Humedeció nuevamente su dedo y empezó con un rápido movimiento de
fricción en mi esfínter, como si se tratara de un clítoris, haciéndome sentir
un placer indescriptible, que se incrementaba cuando apretaba mi ano, pero
también se hacía más intenso cuando lo relajaba y su dedo rozaba mi entrada…
Alternaba movimientos rápidos y presionaba cuando notaba que casi desfallecía
de placer, Eduardo sabía perfectamente lo que hacía.
Notó que era tanta mi excitación, que se detuvo y
comenzó de nuevo a mamar mi verga, que había botado tanto líquido
pre-eyaculatorio que tenía un charco en mi barriga, el cual Eduardo recogió con
su boca. Fue subiendo lentamente por mi abdomen y torso hasta llegar nuevamente
a mis labios, tendiéndose sobre mí dejándome inmovilizado. Sus besos eran
interminables, y lo abracé con fuerza, para acariciar su espalda con mis manos.
Tendido sobre mí, intenté abrir las piernas para
abrazarlo por la cintura y ofrecerle mi hoyito para que me penetrara, lo
deseaba. Pero sus piernas juntaban las mías y sentía su pene duro frotar el
mío. Con suaves movimientos pélvicos como si me follara, estimulaba mi sexo con
el suyo, mientras sus besos me dejaban sin aliento. Era una sensación que nunca
antes había sentido: el peso de su cuerpo sobre mí, su cuerpo que comenzaba a
sudar y el ardiente roce de su verga me tenían al borde del éxtasis. Empujaba
mi pelvis hacia arriba y eso incrementaba la sensación y mi placer. Eduardo lo
notaba y alternaba sus movimientos pélvicos entre rápidos, pausados y cargados…
—Eduardo… me…me voy a correr…
— ¿…Quieres que me detenga un momento…?
—No… quédate sobre mí… quiero que acabemos juntos…— le
decía entre jadeos…
Se detuvo y me miró a los ojos con lujuria, sus labios
entreabiertos y casi irritados de tantos besos.
Se levantó e hizo una seña para que también me
incorporara. Ambos de pie, tomó su verga erecta y echando el prepucio hacia
atrás descubrió el glande. Yo estaba de pie frente a él mirando lo que hacía,
pensé que querría otra dosis de sexo oral, pero tomando mi pene, también corrió
el prepucio dejando mi glande descubierto. Se acercó y comenzó a tocar su
glande con el mío, fue como una corriente eléctrica que hacía temblar mis
piernas, y más cuando corrió su prepucio dejando atrapado mi pene en su propio
capuchón en contacto con su cabezón. Con su mano se aseguró de que no saliera
de su encierro y comenzó con un ligero movimiento masturbatorio, que en un par
de segundos me hizo descargar inconteniblemente, arrojando mi semen dentro del
encierro de su prepucio y en contacto con la dura punta de su verga… Fueron
rápidas contracciones que me dejaron jadeante y tembloroso. Suavemente Eduardo
me fue liberando y presionando la capucha de la punta de su pene con sus dedos,
con mi carga de semen aún dentro, me incitó a que me arrodillara frente a él.
—…Tómala…es tuya…
Y acercando su verga a mi boca fue soltando de a poco dejando
escurrir una gran cantidad de mi propia eyaculación. Abrí mi boca para
recibirla y beberla, y al descubrir su glande, estaba aún con una gran cantidad
de mi espesa emulsión. Lo eché a mi boca y empecé a mamarlo, pero en unos
segundos, mi boca se volvió a llenar con la abundante eyaculación de Eduardo,
quien sin decir nada, sólo apoyaba mi cabeza para asegurarse de que bebiera
toda la leche que expulsaban sus gordos testículos…
Lo mamé hasta que sorbí la última gota de su esperma,
hasta que su verga lentamente perdía la turgencia y volvía a su estado de
reposo. Me levanté con las piernas temblorosas, él me miró y sonrió…
— ¿…Te Gustó…? — me preguntó en voz baja mientras con
sus dedos limpiaba la comisura de mis labios, como respuesta sólo suspiré y humedecí
mis labios con mi lengua. Me besó nuevamente y nos echamos en la cama. Él de
espaldas y yo girado hacia él, abrazándolo y echando mi pierna sobre las suyas.
Estuvimos sólo unos minutos así, porque me volví dándole la espalda y él se
giró hacia mí, quedando en posición de cucharita… Nos dormimos.
Desperté antes que él, y busqué con mi mano su miembro
tratando de estimularlo nuevamente. Despertaron juntos…
— ¿…Qué hace…?— me preguntó somnoliento.
—…Te deseo…— le respondí, como una hembra en celo.
Eduardo se acostó de espaldas y yo me monté a horcajas
sobre él. Sentía mi ano hinchado y con ganas de que su pene lo masajeara. Me
incliné y lo besé. Con mi mano dirigí su verga al hoyito y comencé a sentarme
lentamente. Parecía fácil, pero la gruesa verga no entraba. Me puse abundante
saliva en el ano y lo intenté de nuevo. Esta vez la cabezota se fue abriendo
paso y pausadamente fue ingresando centímetro a centímetro. La cara de Eduardo
manifestaba algo de dolor, al igual que yo, sentí una lágrima involuntaria que
corría por mi mejilla, pero logré tener dentro ese enorme pedazo de virilidad,
me sentí como si hubiese perdido mi virginidad por segunda vez… Comencé a
cabalgar hasta que entraba y salía con facilidad, mientras Eduardo me afirmaba
de las nalgas…
Me masturbaba y seguía con mi cabalgata, pero quería
tener más sensaciones…
Completamente desinhibido, me salí y me puse en la
orilla de la cama. Le pedí a Eduardo que se pusiera de pie y puse mis piernas
en sus hombros abriendo mis nalgas con las manos… Él entendió y apuntando su
verga en mi hoyito me penetró de un golpe, y comenzó a follarme con locura,
toda la cama se movía con cada empellón. Gemía y jadeaba, tenía a un potro
dándome por el culo. Esta vez no se contuvo demasiado, y en unos minutos sentí cómo
se hinchaba su verga en mi interior descargando su eyaculación, la segunda de
la noche…
Se quedó allí un momento y retiró su miembro con
cuidado, dejándome la sensación de vacío.
—Estás tan estrechito que me dolió la verga… eres
insaciable…— me decía mientras se masajeaba el pene desde la base a la cabeza.
Sólo me reí, ya que él tenía razón, mientras más me daba, más quería…
Faltaba un par de horas para el amanecer, así es que
nos fuimos a bañar y a prepararnos para irnos. En la ducha nos besamos y acariciamos,
pero Eduardo no volvió a tener una erección. Pero no importaba, sabía que más
temprano que tarde esta situación se volvería a repetir. Eso sí, debía ser
cauto, no quería espantar a Eduardo diciéndole que en realidad me había
enamorado…
Me dejó en mi casa y se despidió con un tierno beso.
—Cuídalo, que ahora es de mi propiedad…— le dije
acariciando su bulto, el sonrió y me respondió:
—Pablito, ahora tú eres de mi propiedad, desde tu
hoyito hasta tu boca, y quiero que estés dispuesto a aprender muchas cosas que
tengo que enseñarte…
Se fue diciéndome que me llamaría, porque estaba
pendiente la invitación a que lo acompañara cuando tocara con su grupo musical…
>>CONTINUARÁ<<
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