El profesor de gimnasia
Enviado desde Perú.
Esto me sucedió a los 17 años... Hasta el
momento, yo había creído que no era gay, pero eso cambió cuando conocí al nuevo
profesor de gimnasia. Se llamaba Claudio, tenía 28 y tenía el pelo oscuro y
piel morena, era guapísimo y tenía un cuerpo perfecto. Hacia final de curso
hacía calor y venía con camiseta ajustada. Yo me empalmaba y tenía que hacer
serios esfuerzos para que no se me notase. A veces, se quitaba la camiseta,
mostrando su torso desnudo y sin apenas vello. Las chicas suspiraban por él, y
yo también, aunque él tenía novia, una rubia espectacular. Pero yo le prefería
a él que a su novia. Aquel pecado de hombre tenía un paquete enorme. Yo babeaba
sólo pensando en lo que habría allí.
Lo que sucedió es que yo era pésimo en gimnasia
y suspendí el examen. Lo vergonzoso fue que fui el único que suspendió. Sin
embargo, él me dijo que me haría un examen de recuperación.
Cuando fui aquel día, me lo encontré solo
en el gimnasio. Llevaba el torso desnudo, e iba en short. Me dijo: "vamos
al despacho".
Me extrañé, pero le dije que sí.
Conque fuimos al despacho y el cerró la
puerta. Me dijo que mi examen estaba aprobado. Me preguntó si tenía novia, y le
dije que no, empezando a ponerme nervioso. Él se echó a reír y me dijo que él
sí la tenía, pero que no se divertía lo suficiente con ella. El problema era
que ella era demasiado fina, y no se la quería mamar nunca. Tampoco se dejaba
sodomizar, aunque ella lo había hecho antes decía que él tenía un pene
descomunal. Él pensaba que no era para tanto, y me preguntó con una sonrisa:
- No quiero que pienses nada raro de mí,
pero me gustaría que comparásemos.
Yo le dije que sí tartamudeando, entonces
él se bajó el short. Además de tener unos muslos fuertes, lo que vi me dejó la
boca abierta.
Era un pollón gigantesco. No estaba erecto.
Tragué saliva, medía unos 17 o 18 cms, como el mío erecto. Él me cogió por las
manos que me temblaban, y me preguntó si yo se la mamaría y me dejaría dar por
el culo. Le dije que sí, y me arrodillé.
Su verga se alegró de verme, empezó a
erguirse y a agrandarse. Me la metí en la boca, y allí se agrandó más hasta
hacerse dura como una roca. Debía ser de 25 o 26 centímetros. Chupé y chupé,
mientras él cogía mi cabeza entre sus grandes manos y me la hacía tragar rítmicamente.
Al principio casi me asfixio, pero luego aprendí a respirar entre los
intervalos que me dejaba sacarla de la garganta. El gemía de placer, diciendo,
"sigue, sigue". Finalmente se corrió dentro de mi boca. Yo lo tragué
y le lamí el pene hasta que le bajó la erección.
El sonrió satisfecho, y me dijo que al día
siguiente era su cumpleaños, y que al atardecer su novia iba a trabajar de
go-go en una discoteca, y que le gustaría tener mi culo de regalo.
Yo le dije que sí, y quedé en su casa a las
8 de la tarde.
Llegué a su casa a la hora prevista. Me
recibió en calzoncillos. Su pollón se notaba mucho bajo ellos. Me llevó al
dormitorio, allí me hizo desnudar y me echó sobre la cama. Me decía lo guapo
que era, y lo mucho que se había fijado en mi trasero todo el curso, yo no
cabía en mí de gozo.
Entonces me dijo que me merecía una buena
mamada. Yo me empalmé sólo de pensarlo. Se abalanzó sobre mi verga sin
prepucio, y comenzó a chupármela con dulzura. Su lengua era húmeda y suave, y
llegué a un orgasmo maravilloso. Cuando me corrí, se tragó mi semen. Luego, me
llevó al cuarto de baño y me lubricó el ano durante media hora. Había llenado
la bañera de agua caliente y espuma. Se metió en ella y su pene erecto salía
entre la espuma. Me hizo poner el culo sobre él. Noté aquella roca y temblé de
emoción. Él rió y me cogió con sus fuertes manos mis temblorosos muslos. Luego,
buscó mi hoyito y empujó con fuerza salvaje con su pollón de 26 centímetros al
mismo tiempo que de mi cintura con sus manos. Un agudo dolor me hizo gritar,
pero él no paró, sino que a la siguiente acometida lo hizo con más fuerza. Me
rodeó la cintura con sus musculosos brazos. Yo estaba excitadísimo, él me cogió
la polla con sus manos y se puso a masturbarme. Me corrí enseguida. Tras
penetrarme dos docenas de veces, se corrió. Tras la última sacudida, se apartó
a un lado. Entonces me dijo que era uno más y que no me hiciera ilusiones, que
todos los años se tiraba al alumno que más le gustaba con la excusa de que no
estaba aprobado. Y sin más, me dijo que me fuera. Yo me fui de allí extasiado y
adolorido. Eso fue todo, no volvimos a repetir la enculada.
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