Hacienda
los Álamos,
Septiembre
de 1965.
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Cada Septiembre en la Hacienda, empezaban los trabajos
para aprovechar el buen tiempo que se venía. Recuerdo que tenía 16 años y vivía
en ese lugar con mis abuelos: Don Renato, el administrador; un hombre de cerca
de 60 años, brusco, secarrón, se daba a respetar por su estampa y autoridad; y
Doña Margarita, mi abuela, sumisa, obediente y que además era la empleada en la
Casa Grande.
Por mi parte, yo estudiaba en un colegio cercano a la
hacienda, en donde había estudiado mi abuelo, mi padre y mis tíos. Era una
tradición. La casa donde vivíamos estaba casi frente a los corrales de los
caballos y unos metros más allá, el establo. La Casa Grande, a unos quinientos
metros de allí en medio de un frondoso parque, el lugar habitado más cercano. Y
a unos mil metros en sentido contrario, un pequeño conventillo con varias
mini-casas, en donde habitaban algunos de los inquilinos trabajadores de la
Hacienda, algunos solos y los menos con su familia. Eran aproximadamente 14
casitas, siete por lado que daban su puerta principal de frente una a la otra.
Aparte de los verdes campos, existía un bosque de
pinos y eucaliptus que tenia siglos allí, y cerca una vertiente del agua más
pura que recuerdo.
Esa mañana habían traído la crianza al corral, los
caballos y potrillos nacidos hace poco, y una de las labores era el cruce de las
potrancas para que al año siguiente tuvieran sus crías en la abundancia de la
primavera.
El macho reproductor, un esbelto y musculoso potro
color marrón iba a ser el afortunado de la jornada. Cuatro o cinco trabajadores
ayudaban en la labor; prepararon un corral pequeño y llevaron allí al potro.
Mientras observaba que en otro corral, los otros trenzaban la cola de la
potranca y con una cubeta con agua lavaban su zona genital.
Juan, el vaquero, tenía a su cargo al potro. Pese a su
corta edad, unos 25 años, era diestro en esas labores, había vivido toda su
vida allí. Juan era vigoroso, de piel clara pero tostado por el sol, ojos
claros, espalda ancha y pectorales definidos, piernas y brazos musculosos. Un recio
hombre de campo, pero era bastante tímido y de pocas palabras.
Aunque para los otros era algo cotidiano, para mí era
un evento especial, y observaba atentamente cada paso de ese ritual que los
hombres realizaban. Cuando ya la potranca estuvo lista, fue sacada del corral y
llevada cerca de donde el potro se encontraba. Este al ver a la hembra,
relinchó y se puso inquieto queriendo casi salir de su corral, pero Juan lo
contenía. De inmediato el venoso órgano del potro creció sin mesura, lo que
generó voceríos de los hombres allí presentes, mientras la potranca apretaba y
abría su vulva y enormes chorros de liquido que yo pensé era orina salían a
borbotones. A Juan se le hacía difícil seguir conteniendo al excitado animal,
que comenzaba a disparar desde la punta de su miembro grandes cantidades de
líquido que se encharcaba en el suelo. Ya por fin abrieron el corral y entraron
a la potranca. Sin mediar mucho, el potro se montó sobre ella y de un empujón
hizo desaparecer todo el enorme órgano erecto dentro de la hembra, lo que causó
la algarabía de los presentes, y después de unos segundos, el potro retrocedió
sacándole su pene y quedando en un estado de agotamiento extremo, aunque su
miembro aún expulsaba algunos chorros de liquido seminal espeso. Entre risas y
bromas retiraron a la potranca, y pude notar que la mayoría de ellos acomodaban
sus bultos que dejaban ver notorias erecciones. Me quedé allí sin moverme,
mientras le alcanzaban a Juan una cubeta de agua limpia para la ingrata labor
de enjuagar el miembro del potro. Aún entre bromas, este tomó la cubeta y la
puso bajo el animal arrojándole un poco de agua, pero el potro reaccionó y de
un rápido movimiento saltó y dio un fuerte golpe en el abdomen a Juan, que cayó
unos metros más allá, y cuando intentó incorporarse, cayó nuevamente casi
inconsciente…
La reacción fue inmediata. Uno se hizo cargo del potro
llevándolo a un rincón, mientras el resto fuimos en socorro del herido. Lo
tomamos y llevamos afuera, pero no reaccionaba. Mi abuelo que observaba desde otro lugar acudió de inmediato y al darse
cuenta de la gravedad del accidente, decidió llamar una ambulancia para llevar
Juan a la Asistencia Pública. Para no dejar a Juan allí en el suelo, les sugerí
llevarlo a la casa mientras llegaba la Asistencia, mi abuelo asintió con la
cabeza. Entre dos lo cargaron y lo llevaron hasta mi habitación, que era la más
cercana, lo dejaron sobre mi cama y después de unos minutos, se retiraron con
mucha preocupación en el rostro. Mientras tanto, fui por un lavatorio y un paño
limpio y comencé a pasárselo sobre el rostro con la intención de hacer que Juan
reaccionara, pero nada. Desabroché su camisa y pude ver una enorme mancha
rojinegra en su abdomen, la que cuando limpié con el paño, estaba ardiente.
Juan hizo un pequeño sollozo y una lágrima rodó por el costado de su rostro...
Me conmoví…
En eso estaba cuando entró un capataz, a avisarme de
que pronto llegaría la ambulancia. Al ver el enorme hematoma en el abdomen de
Juan, arrugó el rostro y se retiró presuroso. Seguí poniendo paños fríos sobre
su abdomen, y reparé en un detalle: un círculo húmedo se marcaba en el bulto de
Juan, pensé que del dolor se había orinado, y que sería poco digno que lo
vieran en ese estado.
Solté su cinturón y desabroché con suavidad su desteñido
jeans, con cuidado le quité las botas y el pantalón, como Juan no reaccionaba
le quité también el calzoncillo…
Me sorprendió ver su enorme pene aún en estado de
flacidez, sus grandes y redondos testículos y la gran cantidad de vellos negros
y ensortijados que le rodeaban. Pero el rastro húmedo que tenía no era orina…
Su glande estaba completamente brillante y baboso de viscoso líquido seminal, y
que por su abundancia había empapado el calzoncillo y parte del jeans.
Me quedé atónito, pero qué podía hacer… con el paño
limpié su verga y busqué uno de mis calzoncillos. Lo vestí y me senté a su lado
en la cama mientras llegaba la ambulancia.
Pasaron unos minutos y Juan empezó a reaccionar, a la
vez que entraban los paramédicos para ver en qué condiciones estaba. Al ver el
golpe, lo tomaron con diligencia y lo cargaron en la camilla para luego partir
raudos hacia el hospital cercano…
Sentí alivio al ver que lo llevaban, pero también
mucha preocupación. Fui al baño y me deshice del agua que había usado. Me
dispuse a orinar, y al sacar mi pene, me di cuenta que mi glande también estaba
empapado de liquido seminal, e inmediatamente se vino a mi cabeza la escena del
calzoncillo de Juan. Volví a mi dormitorio y busqué el calzoncillo. Lo olí,
estaba húmedo pero conservaba el aroma de su cuerpo y aún marcaba la forma de
sus genitales. Lo doblé y guardé bajo la almohada…
Esa noche la única noticia que llegó fue que Juan
estaría en observaciones ya que se temía una hemorragia interna por la fuerza
del golpe, lo que era gravísimo. Le pregunté al abuelo que qué pasaría con Juan
cuando le dieran de alta, si sería conveniente que se quedara en casa con
nosotros y que me ofrecía a cuidarlo, pero su respuesta fue una mirada seca y
sin sentimientos acompañada de un: “mañana se verá eso…”
Nos fuimos a dormir. En mi cabeza rondaban la escena
de la excitación del potro y luego la enorme verga de Juan en mi mano, su
velludo pubis y lo lubricado y brilloso que estaba su glande. Me excité y sin
pensarlo mucho busqué bajo la almohada el calzoncillo de Juan. Lo tomé y
acerqué mis labios para darle un beso, mi erección fue máxima. Lo puse sobre mi
pecho y comencé a masturbarme pensando en ese fornido cuerpo, su aroma, sus
vellos, su fuerte abdomen y pectoral. Lentamente fui deslizando mi dedo hasta
mi ano y comencé a tocarme. Sentía cómo se abría y cerraba al igual que la
vulva de la potranca, introduje uno de mis dedos y la sensación fue enorme, la
sensibilidad me hacía temblar las piernas y mi excitación fue plena, sentía el
aroma de Juan en mi cuerpo e imaginaba que él me poseía, con pasión, con ternura, con fuerza… No pude evitar gemir
cuando seguidos chorros de espeso semen me llenaron el abdomen, un chorro tras
otro… Volví del éxtasis y me sentí cansado, desparramé mi propia eyaculación por
todo mi abdomen y pecho, y no me di cuenta cuando me quedé dormido.
Al día siguiente cerca del mediodía llegó la
ambulancia a dejar a Juan. Tenía ansias de saber cómo estaba, de verle, de
estar con él. Pude escuchar a mi abuelo mientras hablaba y decía que no era de
gravedad, por lo que Juan necesitaría reposo por unos días y ordenó que lo
llevaran a su piececita en el conventillo. Me animé y fui hasta allá…
—Juan, ¿se puede? — le dije después de golpear la
puerta y antes de tener respuesta ya estaba adentro…
—Gonzalito… pase uste’…— me respondió Juan desde su
cama en un rincón mientras se apresuraba en cubrirse pudorosamente…
— ¿Cómo estás…? No te imaginas lo preocupado que
estaba…— le dije mientras con cuidado me sentaba a un costado de su cama.
—Bien… ahorita estoy bien… Me hicieron hartos estudios
y al final es solamente un “machucón”… Es que esa bestia me pilló desprevenido…
—Perdiste el conocimiento por varios minutos… ¿No te
recuerdas de nada…? ¿Te acuerdas que estuviste en mi dormitorio? — Le pregunté
con la intención de saber si se había dado cuenta de que lo había desnudado…
—Algo recuerdo… Pero… ¿uste’ me puso estos?...— me
respondió levantando un poco la sábana y mostrándome parte del calzoncillo que
yo le había puesto…
—Ah!!!... Sí… son míos… es que los otros tenían un
“pequeño accidente”…— le dije en tono de broma, pero él se puso rojo de
vergüenza. — Pero no te preocupes… no te los voy a quitar… — añadí— (aunque por
dentro lo único que quería era volver a tenerlo desnudo frente a mí).
—Oiga Gonzalito… pero… — no concluyó la frase, sino
que sólo se mordió los labios y se acomodó un poco en la cama…
—No te preocupes, si soy hombre y sé también lo que
pasa…— le dije con la intención de destrancar la conversación. Pasaron varios
segundos antes de que Juan me diera una respuesta…
—Es que… a uno… también de repente le dan ganas de
hacer lo que hizo el “caballito”…— me dijo y sonrió con timidez… Yo me sonreí
también y me acomodé en la cama.
—Y… déjame ver qué te hicieron…— le dije tomando la
sábana y destapando su vientre, mientras él, sumisamente se desabotonaba la
camisa. Una venda blanca le envolvía todo su abdomen. Acerqué mi mano y él se
puso tenso, como esperando un gran dolor, pero suavemente puse mi mano sobre su
barriga y él soltó un suspiro. Comencé a acariciar con mucha sutileza su
abdomen que estaba ardiente. Juan empezó a respirar más agitado, mientras yo
estaba ensimismado acariciando su abdomen sin darme cuenta de si le causaba
daño… Quería seguir, y seguir… Disimuladamente acaricié hasta su bajo vientre…
deseaba sentir nuevamente su miembro en mi mano…noté que empezó a reaccionar,
pero Juan en un rápido movimiento tomó la sábana y se cubrió…
—…Disculpa… no quería… hacerte daño…— le dije
sintiéndome culpable, mientras Juan con su mano cubría su erección…
—Es que… me duele un poco…— me dijo mirándome a los
ojos por unos segundos, y después torció la mirada… Me sentí avergonzado y bajé
también la mirada… Un largo silencio llenó la habitación, el que sólo fue
interrumpido cuando uno de los mozuelos entraba con una vianda con sopa…
—…Disculpe uste’… es que “Misia” Margarita le mandó
una sopita pa’ Juanito… Que Don Renato la mandó…— trataba de explicarse el
niño…
—Qué bien… No soy el único que está preocupado de ti…—
le dije acariciando su robusta pierna con ternura…
Juan trató de incorporarse, pero lo sentí incomodo,
percibí su pudor, así que
disimuladamente me levanté y me despedí…
—Te dejo para que comas tranquilo, a ver si más tarde
te paso a ver…
—Pase uste’…— me respondió casi aliviado.
Dejé la habitación y monté mi caballo, mientras el
niño entró en otra de las casitas del conventillo. Me fui pensando en que tal
vez había sido demasiado obvio en mi actitud, pero es que en realidad estaba
preocupado, y para decir verdad, me estaba obsesionando con mi querido Juan.
Volví al otro día, estaba acompañado por una de las
viejas del conventillo. Tenía mucho mejor semblante, pero cuando me vio entrar,
nuevamente se le subieron los colores a las mejillas… Lo saludé y me senté en
la cama como lo había hecho el día anterior, y al hablar con él sólo me
respondió con monosílabos. Me di cuenta de lo incómodo que se ponía con mi
presencia, y presumí que mi actitud le había molestado. Estuve sólo unos
minutos, me despedí y me fui. Pensé que había cometido un error, no debí de
actuar así, pero… ¿Qué le iba a hacer? Me di cuenta de que sentía por Juan algo
más que preocupación…
Pasó una semana y no volví al conventillo, aunque por
dentro vacilaba en ir allá y conversar con Juan. Quería pedirle perdón por mi
actuar, y que si se había ofendido por mi actitud me disculpara. Pero Juan me
tenía un respeto injustificado y jamás reconocería que yo me equivoqué. La
incertidumbre me estaba matando, y también mi obsesión… Iba en la tarde al
bosque y me sentaba cerca de la vertiente, e imaginaba que él llegaba y me abrazaba,
tomaba la iniciativa… pero al mismo tiempo pensaba que eso no estaba bien… ¿Qué
pasaría si se enteraba mi abuelo…?
Esa tarde volvía a casa, cuando divisé por el camino
que Juan venía caminando lentamente acompañado de uno de los trabajadores…
Sentí un nudo en la barriga, y cuando me miró sentí como mis mejillas se
pusieron ardientes…
—…Cómo se ha sentido…— le dije sin detener la marcha
de mi caballo.
—…Mucho mejor, Gonzalito… Gracias…— me respondió
haciendo un ademán de saludo afirmando su sombrero… Percibí como sus mejillas
también se sonrojaban… Avancé un poco y me giré para verlo, y cuando lo hice él
se había girado también para mirarme…
Desde ese día fueron frecuentes y accidentales
nuestros encuentros. Como Juan ya se sentía mejor, pero no tanto como para
retomar sus labores dentro de la Hacienda, era usual verle cerca de los
corrales, en el establo o caminando por algún lugar, pero para mí era casi
imposible detenerme a conversar con él, y siempre estaba acompañado de alguien
o simplemente rehuía mi mirada…
Llegó el siguiente domingo y la situación no había
variado mucho, pero esa tarde, sucedió algo que solamente había tenido en mis
ensoñaciones.
Al atardecer y como era costumbre, mis abuelos
prepararon la carreta para ir hasta el pueblo a la “Misa de siete”, y como no
estaba en condiciones, me excusé de asistir. Salí al camino a despedirlos y
cuando giré, vi que en las varas del corral de los caballos estaba Juan sentado
observando casi hipnotizado hacia la caballeriza. Me quedé hasta que los
abuelos partieron, hasta que su carreta se perdió en los recodos del parque.
Disimuladamente me volví para ver si Juan seguía allí, pero seguía en la misma
actitud mirando hacia el otro lado. No estaba seguro de si me había visto, así
es que entré a la casa.
Estaba solo —pensé— estábamos solos, tal vez era una
buena oportunidad de ir y conversar con él, pero quizá no fuese una buena idea,
no sabía cómo él podía reaccionar…
Pasaron varios minutos antes de decidirme a salir de
nuevo. Me atreví, salí y Juan seguía allí, esta vez de pie afirmado sobre la
vara más alta del corral. Se volteó a verme (creo que esperaba que saliera) y
se arregló el sombrero. Me quedé congelado, pero aún así caminé lentamente los
interminables cincuenta metros que nos separaban…
—…Hola Juan…— lo saludé con un dejo de timidez.
—Cómo está Gonzalito…— me respondió con mucho respeto,
a la vez que giraba y apoyaba su espalda en la cerca de madera… Vestía muy bien
arreglado, como de salida: sus jeans ajustados y camisa abierta hasta el tercer
botón…
—Yo bien… ¿Y tú…?
—…Bien… ahorita aburrido sin tener na’ que hacer, por
eso mejor salí pa’ distraerme un poco…
Tomé mi tiempo para ordenar las palabras que quería
decirle, mientras me apoyaba con los brazos en la vara del corral…
—Yo quería pedirte disculpas por mi… conducta. Sé que
te hice sentir incomodo… y…— pasaron unos segundos antes de que él me
respondiera…
—No se preocupe uste’ Gonzalito…— Juan respiró
profundo…
—Pensé que uste’ estaba enojado conmigo… como no me
volvió a visitar… y después en el caballo me saludó así de pasadita…
—Y… ¿Por qué me iba a enojar contigo…? Al contrario,
estaba muy preocupado…
—Incluso le pedí al abuelo que si te podía cuidar en
la casa…— al decir esto el rostro de Juan se iluminó. Me miró y sonrió
ampliamente…
—Gracias… pero si no era pa’ tanto…
—Estuviste inconsciente…
—Es que ese animal me pilló mal parado, si yo soy
re-duro…— respondió tocando con su dedo índice su abdomen…
—…Si ya no tengo casi na’… Mire uste’…— me decía
mientras se desabotonaba y abría la
camisa…
— ¿…Ve…?— me mostraba su vientre aún con rastros de la
contusión. No me importaba mucho el moretón, me deleitaba viendo su marcado
abdomen y pectorales desnudos…
Juan se acercó un poco, lo suficiente como para tomar
mi mano y llevarla lentamente hasta su abdomen, dejando su mano sobre la mía
por unos segundos. Me pilló desprevenido, pero me dejé llevar. Su respiración
se aceleró. Cuando levanté la mirada me veía fijamente, y en sus ojos vi
ternura y pasión… Él dejó caer lentamente sus brazos al costado, aún así mi
mano no se separó de su vientre. Instintivamente abracé su torso desnudo y
apoyé mi cabeza en su hombro. Cerré los ojos y lentamente sus brazos me
rodearon también. Sentía su mejilla en mi frente y su respiración ahora más
pausada. Lo abracé con más fuerza, y su abrazo sutilmente se convirtió en
caricias en mi espalda. Sentía su ardiente cuerpo pegado al mío, sus tiernas
caricias y una sensación de tranquilidad y protección. No había palabras, no
eran necesarias. Pasó mucho tiempo. Hacía rato que el sol había desaparecido
tras las colinas.
Aprovechando la soledad del crepúsculo, nos dirigimos
abrazados hasta mi habitación. Todo era complicidad, ambos sabíamos lo que pasaría.
Ya en la habitación cerré con seguro, aunque sabía que estábamos sólo él y yo.
Nos miramos y nos abrazamos nuevamente. Quité su camisa y su sombrero, a la vez
que desabotonaba mi camisa para quedar ambos a torso desnudo. Sus fuertes
brazos me rodearon y con facilidad me levantaba para apretarme a su cuerpo.
Podía sentir cómo su miembro rígido marcaba un enorme bulto en su jeans. Juan
comenzó a besarme en el cuello y con facilidad me arrojó a la cama y se recostó
sobre mí. Quería robarle un beso, pero él siguió por mi cuello hasta mi pecho y
comenzó a besar mis tetillas. Con habilidad soltó mi cinturón y mi pantalón, y
su mano se deslizó por mi trasero, dando suaves apretones hasta que uno de sus
dedos comenzó a escudriñar el orificio entre mis nalgas. Fue imposible no traer
a mi memoria la vulva de la potranca que se abría y cerraba…
Juan me miró a los ojos, y se puso de pie a un costado
de la cama, como si me preguntara si podía ir más allá. Me incorporé y comencé
a soltar su cinturón, desabroché su jeans y lo bajé dejando al descubierto su
enorme erección tras el calzoncillo. Lentamente bajé su ropa interior y su
miembro erecto quedó apuntando a mi cara; grueso, largo, cabezón…
Lo tomé y corrí el prepucio hacia atrás dejando
descubierto el glande, rosado oscuro y brilloso con el abundante liquido
seminal. Presioné su miembro y una gota cristalina salió de la punta dejando un
largo hilo de plata mientras se precipitaba… Un suspiro se ahogó en la garganta
de Juan, que estaba con los ojos cerrados mirando hacia el techo…
Me desnudé completamente y me recosté boca abajo. Oí
cuando Juan terminó de quitarse la ropa. Se tendió junto a mí de costado y
comenzó a acariciar y besar mi espalda. Nuevamente su mano buscó entre mis
nalgas y me penetró con el dedo. Sentí cuando ensalivó su miembro y se acercó,
palpando con su glande resbaloso entre mis nalgas buscando la entrada. Súbita e
incontrolablemente me puse a temblar. Cuando encontró el orificio comenzó a
hacer presión, tratando de entrar, pero su miembro era demasiado grueso.
Entonces volvió a ensalivar su glande y esta vez también ensalivó mi ano.
Nuevamente buscó y comenzó a presionar un poco más hasta que suavemente fue
introduciéndose profundamente. Sentía cómo se abría paso en mi interior y mi
ano cedía a tan esperado visitante… Juan suspiró a la vez que yo sentía su
vello púbico en mi trasero, estaba completamente dentro de mí, sentí un dolor
indefinible, que poco a poco iba convirtiéndose en el más indescriptible placer
al comenzar mi macho con un suave y constante movimiento pélvico…
Gemía de placer, y Juan gemía cada vez que yo apretaba
mi esfínter. Flexioné un poco la pierna y él se acomodó sobre mí. Sus
movimientos comenzaron a ser más intensos. Sentía cómo entraba y salía en toda
su extensión. Las manos de Juan me acariciaban, me tomaba por la cintura,
acariciaba mi pecho, me besaba en el cuello y respiraba cerca de mi oreja,
hasta que su mano fue en busca de la mía, y con su palma sobre el dorso
entrelazó mis dedos. Su mano apretó más fuerte, a la vez que su pelvis empujaba
fuertemente mi trasero y varios espasmos me fueron llenando de su eyaculación.
Juan gimió de placer y fue lentamente soltando mi mano. Un suspiro seguido de
profundas inspiraciones indicaba que estaba agotadísimo. En cuanto a mí, el
peso de su cuerpo y el roce de la cama me habían hecho también alcanzar el
clímax.
Lentamente percibí cómo su sexo fue perdiendo la
turgencia dentro de mí. Él se acomodó y lo sacó, pero para apoyarlo en mi
trasero y abrazarme fuertemente. Nos quedamos un rato largo en esa posición, no
se cuanto tiempo, pero ya estaba completamente oscuro.
Juan se levantó y vistió, por mi parte hice lo mismo y
nos dirigimos afuera antes de que llegaran los abuelos. El camino estaba
desolado. Juan se despidió con un tierno abrazo, me quedé observándolo mientras
se alejaba, pero súbitamente se devolvió, me abrazó nuevamente y me dio el más
dulce y apasionado beso que recuerdo…
—…Gonzalito… ¿Quiere que nos encontremos mañana…?
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ò
me encanto me puso a mil que me mi polla se humedecio toda, y me gustaria que siguieran contandola
ResponderEliminarme encanto y me puso a mil que mi polla se endurecio tanto y se humedecio,, me gustaria que siguieran relatandola
ResponderEliminarmuy bueno me calentó muchísimo, me encantaría que continuaras en relato
ResponderEliminarREALMENTE ME ENCANTO TU RELATO, CONTINUA POR FAVOR CON TUS RELATOS. YO SUEÑO CON ENCONTRAR UN "JUAN" ASI COMO EL TUYO GONZALITO.
ResponderEliminarMuy Buen relato.... Excelente
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