21/3/14

LOS ÁLAMOS (RELATO DEL MES)

Hacienda los Álamos,
Septiembre de 1965.


Cada Septiembre en la Hacienda, empezaban los trabajos para aprovechar el buen tiempo que se venía. Recuerdo que tenía 16 años y vivía en ese lugar con mis abuelos: Don Renato, el administrador; un hombre de cerca de 60 años, brusco, secarrón, se daba a respetar por su estampa y autoridad; y Doña Margarita, mi abuela, sumisa, obediente y que además era la empleada en la Casa Grande.
Por mi parte, yo estudiaba en un colegio cercano a la hacienda, en donde había estudiado mi abuelo, mi padre y mis tíos. Era una tradición. La casa donde vivíamos estaba casi frente a los corrales de los caballos y unos metros más allá, el establo. La Casa Grande, a unos quinientos metros de allí en medio de un frondoso parque, el lugar habitado más cercano. Y a unos mil metros en sentido contrario, un pequeño conventillo con varias mini-casas, en donde habitaban algunos de los inquilinos trabajadores de la Hacienda, algunos solos y los menos con su familia. Eran aproximadamente 14 casitas, siete por lado que daban su puerta principal de frente una a la otra.
Aparte de los verdes campos, existía un bosque de pinos y eucaliptus que tenia siglos allí, y cerca una vertiente del agua más pura que recuerdo.
Esa mañana habían traído la crianza al corral, los caballos y potrillos nacidos hace poco, y una de las labores era el cruce de las potrancas para que al año siguiente tuvieran sus crías en la abundancia de la primavera.
El macho reproductor, un esbelto y musculoso potro color marrón iba a ser el afortunado de la jornada. Cuatro o cinco trabajadores ayudaban en la labor; prepararon un corral pequeño y llevaron allí al potro. Mientras observaba que en otro corral, los otros trenzaban la cola de la potranca y con una cubeta con agua lavaban su zona genital.
Juan, el vaquero, tenía a su cargo al potro. Pese a su corta edad, unos 25 años, era diestro en esas labores, había vivido toda su vida allí. Juan era vigoroso, de piel clara pero tostado por el sol, ojos claros, espalda ancha y pectorales definidos, piernas y brazos musculosos. Un recio hombre de campo, pero era bastante tímido y de pocas palabras.
Aunque para los otros era algo cotidiano, para mí era un evento especial, y observaba atentamente cada paso de ese ritual que los hombres realizaban. Cuando ya la potranca estuvo lista, fue sacada del corral y llevada cerca de donde el potro se encontraba. Este al ver a la hembra, relinchó y se puso inquieto queriendo casi salir de su corral, pero Juan lo contenía. De inmediato el venoso órgano del potro creció sin mesura, lo que generó voceríos de los hombres allí presentes, mientras la potranca apretaba y abría su vulva y enormes chorros de liquido que yo pensé era orina salían a borbotones. A Juan se le hacía difícil seguir conteniendo al excitado animal, que comenzaba a disparar desde la punta de su miembro grandes cantidades de líquido que se encharcaba en el suelo. Ya por fin abrieron el corral y entraron a la potranca. Sin mediar mucho, el potro se montó sobre ella y de un empujón hizo desaparecer todo el enorme órgano erecto dentro de la hembra, lo que causó la algarabía de los presentes, y después de unos segundos, el potro retrocedió sacándole su pene y quedando en un estado de agotamiento extremo, aunque su miembro aún expulsaba algunos chorros de liquido seminal espeso. Entre risas y bromas retiraron a la potranca, y pude notar que la mayoría de ellos acomodaban sus bultos que dejaban ver notorias erecciones. Me quedé allí sin moverme, mientras le alcanzaban a Juan una cubeta de agua limpia para la ingrata labor de enjuagar el miembro del potro. Aún entre bromas, este tomó la cubeta y la puso bajo el animal arrojándole un poco de agua, pero el potro reaccionó y de un rápido movimiento saltó y dio un fuerte golpe en el abdomen a Juan, que cayó unos metros más allá, y cuando intentó incorporarse, cayó nuevamente casi inconsciente…
La reacción fue inmediata. Uno se hizo cargo del potro llevándolo a un rincón, mientras el resto fuimos en socorro del herido. Lo tomamos y llevamos afuera, pero no reaccionaba. Mi abuelo que observaba desde  otro lugar acudió de inmediato y al darse cuenta de la gravedad del accidente, decidió llamar una ambulancia para llevar Juan a la Asistencia Pública. Para no dejar a Juan allí en el suelo, les sugerí llevarlo a la casa mientras llegaba la Asistencia, mi abuelo asintió con la cabeza. Entre dos lo cargaron y lo llevaron hasta mi habitación, que era la más cercana, lo dejaron sobre mi cama y después de unos minutos, se retiraron con mucha preocupación en el rostro. Mientras tanto, fui por un lavatorio y un paño limpio y comencé a pasárselo sobre el rostro con la intención de hacer que Juan reaccionara, pero nada. Desabroché su camisa y pude ver una enorme mancha rojinegra en su abdomen, la que cuando limpié con el paño, estaba ardiente. Juan hizo un pequeño sollozo y una lágrima rodó por el costado de su rostro... Me conmoví…
En eso estaba cuando entró un capataz, a avisarme de que pronto llegaría la ambulancia. Al ver el enorme hematoma en el abdomen de Juan, arrugó el rostro y se retiró presuroso. Seguí poniendo paños fríos sobre su abdomen, y reparé en un detalle: un círculo húmedo se marcaba en el bulto de Juan, pensé que del dolor se había orinado, y que sería poco digno que lo vieran en ese estado.
Solté su cinturón y desabroché con suavidad su desteñido jeans, con cuidado le quité las botas y el pantalón, como Juan no reaccionaba le quité también el calzoncillo…
Me sorprendió ver su enorme pene aún en estado de flacidez, sus grandes y redondos testículos y la gran cantidad de vellos negros y ensortijados que le rodeaban. Pero el rastro húmedo que tenía no era orina… Su glande estaba completamente brillante y baboso de viscoso líquido seminal, y que por su abundancia había empapado el calzoncillo y parte del jeans.
Me quedé atónito, pero qué podía hacer… con el paño limpié su verga y busqué uno de mis calzoncillos. Lo vestí y me senté a su lado en la cama mientras llegaba la ambulancia.
Pasaron unos minutos y Juan empezó a reaccionar, a la vez que entraban los paramédicos para ver en qué condiciones estaba. Al ver el golpe, lo tomaron con diligencia y lo cargaron en la camilla para luego partir raudos hacia el hospital cercano…
Sentí alivio al ver que lo llevaban, pero también mucha preocupación. Fui al baño y me deshice del agua que había usado. Me dispuse a orinar, y al sacar mi pene, me di cuenta que mi glande también estaba empapado de liquido seminal, e inmediatamente se vino a mi cabeza la escena del calzoncillo de Juan. Volví a mi dormitorio y busqué el calzoncillo. Lo olí, estaba húmedo pero conservaba el aroma de su cuerpo y aún marcaba la forma de sus genitales. Lo doblé y guardé bajo la almohada…
Esa noche la única noticia que llegó fue que Juan estaría en observaciones ya que se temía una hemorragia interna por la fuerza del golpe, lo que era gravísimo. Le pregunté al abuelo que qué pasaría con Juan cuando le dieran de alta, si sería conveniente que se quedara en casa con nosotros y que me ofrecía a cuidarlo, pero su respuesta fue una mirada seca y sin sentimientos acompañada de un: “mañana se verá eso…”
Nos fuimos a dormir. En mi cabeza rondaban la escena de la excitación del potro y luego la enorme verga de Juan en mi mano, su velludo pubis y lo lubricado y brilloso que estaba su glande. Me excité y sin pensarlo mucho busqué bajo la almohada el calzoncillo de Juan. Lo tomé y acerqué mis labios para darle un beso, mi erección fue máxima. Lo puse sobre mi pecho y comencé a masturbarme pensando en ese fornido cuerpo, su aroma, sus vellos, su fuerte abdomen y pectoral. Lentamente fui deslizando mi dedo hasta mi ano y comencé a tocarme. Sentía cómo se abría y cerraba al igual que la vulva de la potranca, introduje uno de mis dedos y la sensación fue enorme, la sensibilidad me hacía temblar las piernas y mi excitación fue plena, sentía el aroma de Juan en mi cuerpo e imaginaba que él me poseía, con pasión, con  ternura, con fuerza… No pude evitar gemir cuando seguidos chorros de espeso semen me llenaron el abdomen, un chorro tras otro… Volví del éxtasis y me sentí cansado, desparramé mi propia eyaculación por todo mi abdomen y pecho, y no me di cuenta cuando me quedé dormido.
Al día siguiente cerca del mediodía llegó la ambulancia a dejar a Juan. Tenía ansias de saber cómo estaba, de verle, de estar con él. Pude escuchar a mi abuelo mientras hablaba y decía que no era de gravedad, por lo que Juan necesitaría reposo por unos días y ordenó que lo llevaran a su piececita en el conventillo. Me animé y fui hasta allá…
—Juan, ¿se puede? — le dije después de golpear la puerta y antes de tener respuesta ya estaba adentro…
—Gonzalito… pase uste’…— me respondió Juan desde su cama en un rincón mientras se apresuraba en cubrirse pudorosamente…
— ¿Cómo estás…? No te imaginas lo preocupado que estaba…— le dije mientras con cuidado me sentaba a un costado de su cama.
—Bien… ahorita estoy bien… Me hicieron hartos estudios y al final es solamente un “machucón”… Es que esa bestia me pilló desprevenido…
—Perdiste el conocimiento por varios minutos… ¿No te recuerdas de nada…? ¿Te acuerdas que estuviste en mi dormitorio? — Le pregunté con la intención de saber si se había dado cuenta de que lo había desnudado…
—Algo recuerdo… Pero… ¿uste’ me puso estos?...— me respondió levantando un poco la sábana y mostrándome parte del calzoncillo que yo le había puesto…
—Ah!!!... Sí… son míos… es que los otros tenían un “pequeño accidente”…— le dije en tono de broma, pero él se puso rojo de vergüenza. — Pero no te preocupes… no te los voy a quitar… — añadí— (aunque por dentro lo único que quería era volver a tenerlo desnudo frente a mí).
—Oiga Gonzalito… pero… — no concluyó la frase, sino que sólo se mordió los labios y se acomodó un poco en la cama…
—No te preocupes, si soy hombre y sé también lo que pasa…— le dije con la intención de destrancar la conversación. Pasaron varios segundos antes de que Juan me diera una respuesta…
—Es que… a uno… también de repente le dan ganas de hacer lo que hizo el “caballito”…— me dijo y sonrió con timidez… Yo me sonreí también y me acomodé en la cama.
—Y… déjame ver qué te hicieron…— le dije tomando la sábana y destapando su vientre, mientras él, sumisamente se desabotonaba la camisa. Una venda blanca le envolvía todo su abdomen. Acerqué mi mano y él se puso tenso, como esperando un gran dolor, pero suavemente puse mi mano sobre su barriga y él soltó un suspiro. Comencé a acariciar con mucha sutileza su abdomen que estaba ardiente. Juan empezó a respirar más agitado, mientras yo estaba ensimismado acariciando su abdomen sin darme cuenta de si le causaba daño… Quería seguir, y seguir… Disimuladamente acaricié hasta su bajo vientre… deseaba sentir nuevamente su miembro en mi mano…noté que empezó a reaccionar, pero Juan en un rápido movimiento tomó la sábana y se cubrió…
—…Disculpa… no quería… hacerte daño…— le dije sintiéndome culpable, mientras Juan con su mano cubría su erección…
—Es que… me duele un poco…— me dijo mirándome a los ojos por unos segundos, y después torció la mirada… Me sentí avergonzado y bajé también la mirada… Un largo silencio llenó la habitación, el que sólo fue interrumpido cuando uno de los mozuelos entraba con una vianda con sopa…
—…Disculpe uste’… es que “Misia” Margarita le mandó una sopita pa’ Juanito… Que Don Renato la mandó…— trataba de explicarse el niño…
—Qué bien… No soy el único que está preocupado de ti…— le dije acariciando su robusta pierna con ternura…
Juan trató de incorporarse, pero lo sentí incomodo, percibí su pudor, así  que disimuladamente me levanté y me despedí…
—Te dejo para que comas tranquilo, a ver si más tarde te paso a ver…
—Pase uste’…— me respondió casi aliviado.
Dejé la habitación y monté mi caballo, mientras el niño entró en otra de las casitas del conventillo. Me fui pensando en que tal vez había sido demasiado obvio en mi actitud, pero es que en realidad estaba preocupado, y para decir verdad, me estaba obsesionando con mi querido Juan.
Volví al otro día, estaba acompañado por una de las viejas del conventillo. Tenía mucho mejor semblante, pero cuando me vio entrar, nuevamente se le subieron los colores a las mejillas… Lo saludé y me senté en la cama como lo había hecho el día anterior, y al hablar con él sólo me respondió con monosílabos. Me di cuenta de lo incómodo que se ponía con mi presencia, y presumí que mi actitud le había molestado. Estuve sólo unos minutos, me despedí y me fui. Pensé que había cometido un error, no debí de actuar así, pero… ¿Qué le iba a hacer? Me di cuenta de que sentía por Juan algo más que preocupación…
Pasó una semana y no volví al conventillo, aunque por dentro vacilaba en ir allá y conversar con Juan. Quería pedirle perdón por mi actuar, y que si se había ofendido por mi actitud me disculpara. Pero Juan me tenía un respeto injustificado y jamás reconocería que yo me equivoqué. La incertidumbre me estaba matando, y también mi obsesión… Iba en la tarde al bosque y me sentaba cerca de la vertiente, e imaginaba que él llegaba y me abrazaba, tomaba la iniciativa… pero al mismo tiempo pensaba que eso no estaba bien… ¿Qué pasaría si se enteraba mi abuelo…?
Esa tarde volvía a casa, cuando divisé por el camino que Juan venía caminando lentamente acompañado de uno de los trabajadores… Sentí un nudo en la barriga, y cuando me miró sentí como mis mejillas se pusieron ardientes…
—…Cómo se ha sentido…— le dije sin detener la marcha de mi caballo.
—…Mucho mejor, Gonzalito… Gracias…— me respondió haciendo un ademán de saludo afirmando su sombrero… Percibí como sus mejillas también se sonrojaban… Avancé un poco y me giré para verlo, y cuando lo hice él se había girado también para mirarme…
Desde ese día fueron frecuentes y accidentales nuestros encuentros. Como Juan ya se sentía mejor, pero no tanto como para retomar sus labores dentro de la Hacienda, era usual verle cerca de los corrales, en el establo o caminando por algún lugar, pero para mí era casi imposible detenerme a conversar con él, y siempre estaba acompañado de alguien o simplemente rehuía mi mirada…

Llegó el siguiente domingo y la situación no había variado mucho, pero esa tarde, sucedió algo que solamente había tenido en mis ensoñaciones.
Al atardecer y como era costumbre, mis abuelos prepararon la carreta para ir hasta el pueblo a la “Misa de siete”, y como no estaba en condiciones, me excusé de asistir. Salí al camino a despedirlos y cuando giré, vi que en las varas del corral de los caballos estaba Juan sentado observando casi hipnotizado hacia la caballeriza. Me quedé hasta que los abuelos partieron, hasta que su carreta se perdió en los recodos del parque. Disimuladamente me volví para ver si Juan seguía allí, pero seguía en la misma actitud mirando hacia el otro lado. No estaba seguro de si me había visto, así es que entré a la casa.
Estaba solo —pensé— estábamos solos, tal vez era una buena oportunidad de ir y conversar con él, pero quizá no fuese una buena idea, no sabía cómo él podía reaccionar…
Pasaron varios minutos antes de decidirme a salir de nuevo. Me atreví, salí y Juan seguía allí, esta vez de pie afirmado sobre la vara más alta del corral. Se volteó a verme (creo que esperaba que saliera) y se arregló el sombrero. Me quedé congelado, pero aún así caminé lentamente los interminables cincuenta metros que nos separaban…
—…Hola Juan…— lo saludé con un dejo de timidez.
—Cómo está Gonzalito…— me respondió con mucho respeto, a la vez que giraba y apoyaba su espalda en la cerca de madera… Vestía muy bien arreglado, como de salida: sus jeans ajustados y camisa abierta hasta el tercer botón…
—Yo bien… ¿Y tú…?
—…Bien… ahorita aburrido sin tener na’ que hacer, por eso mejor salí pa’ distraerme un poco…
Tomé mi tiempo para ordenar las palabras que quería decirle, mientras me apoyaba con los brazos en la vara del corral…
—Yo quería pedirte disculpas por mi… conducta. Sé que te hice sentir incomodo… y…— pasaron unos segundos antes de que él me respondiera…
—No se preocupe uste’ Gonzalito…— Juan respiró profundo…
—Pensé que uste’ estaba enojado conmigo… como no me volvió a visitar… y después en el caballo me saludó así de pasadita…
—Y… ¿Por qué me iba a enojar contigo…? Al contrario, estaba muy preocupado…
—Incluso le pedí al abuelo que si te podía cuidar en la casa…— al decir esto el rostro de Juan se iluminó. Me miró y sonrió ampliamente…
—Gracias… pero si no era pa’ tanto…
—Estuviste inconsciente…
—Es que ese animal me pilló mal parado, si yo soy re-duro…— respondió tocando con su dedo índice su abdomen…
—…Si ya no tengo casi na’… Mire uste’…— me decía mientras se desabotonaba  y abría la camisa…
— ¿…Ve…?— me mostraba su vientre aún con rastros de la contusión. No me importaba mucho el moretón, me deleitaba viendo su marcado abdomen y pectorales desnudos…
Juan se acercó un poco, lo suficiente como para tomar mi mano y llevarla lentamente hasta su abdomen, dejando su mano sobre la mía por unos segundos. Me pilló desprevenido, pero me dejé llevar. Su respiración se aceleró. Cuando levanté la mirada me veía fijamente, y en sus ojos vi ternura y pasión… Él dejó caer lentamente sus brazos al costado, aún así mi mano no se separó de su vientre. Instintivamente abracé su torso desnudo y apoyé mi cabeza en su hombro. Cerré los ojos y lentamente sus brazos me rodearon también. Sentía su mejilla en mi frente y su respiración ahora más pausada. Lo abracé con más fuerza, y su abrazo sutilmente se convirtió en caricias en mi espalda. Sentía su ardiente cuerpo pegado al mío, sus tiernas caricias y una sensación de tranquilidad y protección. No había palabras, no eran necesarias. Pasó mucho tiempo. Hacía rato que el sol había desaparecido tras las colinas.
Aprovechando la soledad del crepúsculo, nos dirigimos abrazados hasta mi habitación. Todo era complicidad, ambos sabíamos lo que pasaría. Ya en la habitación cerré con seguro, aunque sabía que estábamos sólo él y yo. Nos miramos y nos abrazamos nuevamente. Quité su camisa y su sombrero, a la vez que desabotonaba mi camisa para quedar ambos a torso desnudo. Sus fuertes brazos me rodearon y con facilidad me levantaba para apretarme a su cuerpo. Podía sentir cómo su miembro rígido marcaba un enorme bulto en su jeans. Juan comenzó a besarme en el cuello y con facilidad me arrojó a la cama y se recostó sobre mí. Quería robarle un beso, pero él siguió por mi cuello hasta mi pecho y comenzó a besar mis tetillas. Con habilidad soltó mi cinturón y mi pantalón, y su mano se deslizó por mi trasero, dando suaves apretones hasta que uno de sus dedos comenzó a escudriñar el orificio entre mis nalgas. Fue imposible no traer a mi memoria la vulva de la potranca que se abría y cerraba… 
Juan me miró a los ojos, y se puso de pie a un costado de la cama, como si me preguntara si podía ir más allá. Me incorporé y comencé a soltar su cinturón, desabroché su jeans y lo bajé dejando al descubierto su enorme erección tras el calzoncillo. Lentamente bajé su ropa interior y su miembro erecto quedó apuntando a mi cara; grueso, largo, cabezón…
Lo tomé y corrí el prepucio hacia atrás dejando descubierto el glande, rosado oscuro y brilloso con el abundante liquido seminal. Presioné su miembro y una gota cristalina salió de la punta dejando un largo hilo de plata mientras se precipitaba… Un suspiro se ahogó en la garganta de Juan, que estaba con los ojos cerrados mirando hacia el techo…
Me desnudé completamente y me recosté boca abajo. Oí cuando Juan terminó de quitarse la ropa. Se tendió junto a mí de costado y comenzó a acariciar y besar mi espalda. Nuevamente su mano buscó entre mis nalgas y me penetró con el dedo. Sentí cuando ensalivó su miembro y se acercó, palpando con su glande resbaloso entre mis nalgas buscando la entrada. Súbita e incontrolablemente me puse a temblar. Cuando encontró el orificio comenzó a hacer presión, tratando de entrar, pero su miembro era demasiado grueso. Entonces volvió a ensalivar su glande y esta vez también ensalivó mi ano. Nuevamente buscó y comenzó a presionar un poco más hasta que suavemente fue introduciéndose profundamente. Sentía cómo se abría paso en mi interior y mi ano cedía a tan esperado visitante… Juan suspiró a la vez que yo sentía su vello púbico en mi trasero, estaba completamente dentro de mí, sentí un dolor indefinible, que poco a poco iba convirtiéndose en el más indescriptible placer al comenzar mi macho con un suave y constante movimiento pélvico…
Gemía de placer, y Juan gemía cada vez que yo apretaba mi esfínter. Flexioné un poco la pierna y él se acomodó sobre mí. Sus movimientos comenzaron a ser más intensos. Sentía cómo entraba y salía en toda su extensión. Las manos de Juan me acariciaban, me tomaba por la cintura, acariciaba mi pecho, me besaba en el cuello y respiraba cerca de mi oreja, hasta que su mano fue en busca de la mía, y con su palma sobre el dorso entrelazó mis dedos. Su mano apretó más fuerte, a la vez que su pelvis empujaba fuertemente mi trasero y varios espasmos me fueron llenando de su eyaculación. Juan gimió de placer y fue lentamente soltando mi mano. Un suspiro seguido de profundas inspiraciones indicaba que estaba agotadísimo. En cuanto a mí, el peso de su cuerpo y el roce de la cama me habían hecho también alcanzar el clímax.
Lentamente percibí cómo su sexo fue perdiendo la turgencia dentro de mí. Él se acomodó y lo sacó, pero para apoyarlo en mi trasero y abrazarme fuertemente. Nos quedamos un rato largo en esa posición, no se cuanto tiempo, pero ya estaba completamente oscuro.
Juan se levantó y vistió, por mi parte hice lo mismo y nos dirigimos afuera antes de que llegaran los abuelos. El camino estaba desolado. Juan se despidió con un tierno abrazo, me quedé observándolo mientras se alejaba, pero súbitamente se devolvió, me abrazó nuevamente y me dio el más dulce y apasionado beso que recuerdo…
—…Gonzalito… ¿Quiere que nos encontremos mañana…?



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5 comentarios:

  1. me encanto me puso a mil que me mi polla se humedecio toda, y me gustaria que siguieran contandola

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  2. me encanto y me puso a mil que mi polla se endurecio tanto y se humedecio,, me gustaria que siguieran relatandola

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  3. muy bueno me calentó muchísimo, me encantaría que continuaras en relato

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  4. REALMENTE ME ENCANTO TU RELATO, CONTINUA POR FAVOR CON TUS RELATOS. YO SUEÑO CON ENCONTRAR UN "JUAN" ASI COMO EL TUYO GONZALITO.

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