El
galán superdotado de mi amiga Dana.
Dana
es la mejor amiga que alguien como yo pudo tener. La conozco desde hace poco
más de tres años, cuando estudiábamos la preparatoria y me pidió fuera su
novio. No recuerdo a qué edad comencé a fijarme en los hombres, pero para esas
fechas ya llamaban por completo mi atención. Con todo y eso, acepté ser su
pareja. Ya saben, para cubrir las apariencias. No es que sea un amanerado, y a
pesar de mi rostro fino y mi voz suave no dejo de ser varonil ante la sociedad,
pero de cualquier modo yo sentía que todos me observaban, y relacionarme con
una de las chicas más populares de la escuela resultaba una excelente idea. Lo
que no imaginé cuando le dije que sí, fue que Dana no quería un noviazgo de
mano sudada como casi todos a esa edad, sino una relación que saciara esa sed
de sexo que desde muy niña se apoderó de su mente y cuerpo. Pude zafarme un par
de veces inventando las más tontas excusas, pero al final no tuve más remedio
que contarle todo. Creí que mínimo me pondría un ojo morado, más por el
contrario me besó, me abrazó y propuso que si no podríamos ser amantes,
entonces seríamos amigos, los mejores. Y hasta hoy lo hemos sido.
Dana
es muy extrovertida y toma todo al natural. Aún cuando era poco lo que yo podía
contarle de regreso, y a pesar de que en más de una vez le dije que no era
necesario, desde siempre me compartió cada detalle de su vida. Y cuando digo
todo, me refiero a TODO. Al momento de conocernos ya habían pasado por su cama
y por sus piernas dos que tres, de los cuales supe poco pues a ella no le gusta
hablar de su pasado, y no porque lo considere malo o tormentoso sino porque
simplemente ya no existe. Pero a excepción de la de ellos, he escuchado todas y
cada una de sus historias amorosas, con medidas, posiciones y demás. Cada vez
que me citaba para "algo urgente", me preparaba para oír de sus
conquistas, y aunque me hacía el asqueado cuando relataba cómo el galán en
turno se la "cepillaba", la verdad es que me daba envidia, y soñaba
con estar en su lugar.
Podría
transmitirles muchos de esos calientes y excitantes cuentos, pero creo que con
uno bastará. Al menos para mí. Les hablaré de esa ocasión en que pasé a ser
parte de la trama, esa ocasión en que gracias a Dana me desvirgó quien más
quería pero menos esperaba, esa ocasión que me emociona recordar y espero les
agrade.
–
¿Y ahora qué me vas a presumir? – Pregunté en cuanto Dana entró a la
biblioteca, lugar en el que, como de costumbre, me había citado – ¿Cogiste con
dos o tres al mismo tiempo?
–
Pues no, pero como si hubiera – respondió ella sentándose a mi lado –. El chico
con el que he estado saliendo es tan buen amante, que es como si lo hiciera con
varios.
–
¡Ay, bájale!
–
¡Te lo juro, Miguelito! Nunca había estado con un hombre así. Además de moverse
como un monstruo y usar como un experto esa linda polla que la naturaleza le
otorgó, aguanta hasta una hora dándome y dándome. ¿Te imaginas lo que es eso,
los orgasmos que puedo tener en ese tiempo? ¡¿Te lo imaginas?!
–
No, no me lo imagino. Por si no te acuerdas: ¡soy virgen!
–
¡Cállate, Miguel! ¿Quieres que toda la universidad se entere? No, ¿verdad?
Además, puede que muy pronto no lo seas.
–
¿A qué te refieres con eso? No me digas que…
–
¡No, claro que no! No te preocupes, mi obsesión por ti se fue hace mucho
tiempo.
–
¿Entonces?
–
Nada, hombre. Lo dije… por decir, esperando que se cumpla. Y bueno, ahora
déjame seguirte contando de mi nuevo novio.
–
¡Ya qué! A ver, ¿cómo lo conociste? ¡No me lo digas! Permíteme adivinar. Fuiste
de antro, vestida como puta y ansiosa como hembra en celo, y te ligaste al de
la puerta o al cantinero. ¿Qué me dices, eh? ¿Acerté o no acerté?
–
No, perra envidiosa, no acertaste, pero aún así, para que veas que entiendo que
no eres tú el que habla sino la abstinencia, te diré cómo pasó todo.
–
¡Por favor! Adelante.
–
¿Te acuerdas de Rebeca?
–
Creo que sí. Es tu amiga la gorda con dientes de conejo, ¿no?
–
Sí, esa misma.
–
¿Qué con ella?
–
Se va a casar este fin de semana y…
–
¡Alto, alto, alto! ¿Acaso dijiste… que se va a casar?
–
Sí, eso dije, pero no es le punto.
–
Tienes razón. Perdóname, no te vuelvo a interrumpir.
–
Eso espero, papacito. Y bien, como te iba diciendo, Rebeca está por casarse,
así que le organicé su despedida de soltera, en mi casa y con mis conocidas. Su
familia y sus amigos son más aburridos que ella, lo cual ya es mucho decir, por
lo que tuve que "sacrificarme" y contratarle a un par de machos para
que la divirtieran por un rato. Uno iba vestido de torero y conforme se fue
desnudando pude comprobar que estaba delicioso, pero fue el otro, el disfrazado
de Superman, el que atrajo mi atención. Como si
en verdad fuera un superhombre, se fue despojando de las prendas y dejó al
descubierto una anatomía más que perfecta: unos pectorales de miedo coronados
por unos ricos y duritos pezones, unos brazos de suspiro, un estómago con más
cuadritos que mi cuaderno de matemáticas, una nalgas redonditas y paradas que
quitaban el aliento, y por delante… Por delante…
–
¡¿Qué…?! ¿Qué tenía por delante? ¿Acaso un amiguito destrozado por la
kriptonita?
–
Gracioso. ¡Claro que no! Todo lo contrario. La tanga que llevaba apenas y podía
ocultar lo que ¡te juro!, aún en reposo era enorme. El bulto que cubría la tela
era tan grande que Rebeca y las demás se volvieron locas con el bailarín. Se
olvidaron de que hay partes prohibidas y empezaron a sobarlo descaradamente,
por lo que me vi obligada a rescatarlo, justo como lo hubiera hecho la Lane.
–
¡Mira tú qué generosa!
–
¡Cállate! Argumentando que se me había pasado pagarle por adelantado, tal y
como el contrato lo exigía, me lo llevé al cuarto de mis padres, para besarlo
mientras que ellos me creían estudiando. Aunque al principio se sacó un poco de
onda, no tardó mucho en estar sobre de mí, lamiéndome los senos y pegándome al
muslo su generosísimo paquete, ese que poco a poco fue develando sus verdaderas
e imponentes dimensiones, y que enseguida, hincándose frente a mi cara, me
mostró.
–
¡¿Y cómo era, cómo la tenía?!
–
¡Calma! En eso estoy.
–
Lo siento.
–
No te preocupes. Como te estaba diciendo, se hincó frente a mi cara, se quitó
la tanga, que la verdad ya no tapaba mucho, y me enseñó la verga, dejándome
boquiabierta. Era por completo recta y sin inclinaciones hacia la derecha o a
la izquierda, y apuntaba al cielo. Tenía una punta rosadita y bien mojada, y el
tronco era blanco, lleno de venas y muy grueso, tanto que no pude envolverlo
con mi mano. Estaba calientita y durísima, a pesar de ser bastante larga. Le
calculé dieciocho o diecinueve en el momento, pero luego supe que eran más de
veinte. Ya te imaginarás los litros de saliva que tenía en la boca, y las ganas
irresistibles que me dieron de mamársela. Tragué lo más que pude y estuve
chupándola hasta que otro de mis orificios la llamó con desesperación. Me la
saqué de la boca y le pedí me la metiera en otra parte. Se negó un poco, pues
aseguraba que no cualquiera se la aguanta, pero lo convencí de que yo soy
chingona y que soporto todo, así que finalmente aceptó. Creí que me penetraría
enseguida, pero en lugar de eso me puso en cuatro y me empezó a comer el culo.
¡Así como lo oyes! De inmediato supe lo que se tramaba, y aunque por un segundo
pensé en negarme, terminé sucumbiendo ante la maestría con que su lengua exploraba
mi ano. A pesar del dolor que estaba segura sentiría, le permití continuar y
clavármela por atrás, para después dar inicio a un desenfrenado mete y saca que
a los pocos minutos me tuvo delirando de placer. Con su enorme pene entrando y
saliendo de mi agujerito, me vine como cuatro o cinco veces antes de sentir su
leche en mi interior. Luego regresamos a la sala, sólo para encontrarnos con
que mis amigas se peleaban por mamársela al torero, quien contento y presumido
se la meneaba frente a todas sin pudor. A partir de ahí nos hemos visto un par
de veces, y hoy al fin… te lo voy a presentar.
–
¿Qué? ¿A mí? ¿Me lo vas a presentar a mí?
–
Sí, sí, a ti. A ti y a ti.
–
No es que me moleste conocer a un tipo como ese, de hecho creo que me excita,
pero… ¿por qué decidiste presentármelo? Nunca antes me has presentado a tus
amantes, ¿por qué con él es diferente?
–
Fácil: porque él sueña con cogerte.
–
¡¿Qué?! ¡¿De qué rayos hablas?!
–
¡Qué te calles, Dios mío! Si vuelves a gritar nos van a sacar de los cabellos,
así que cálmate.
–
¿Qué me calme? ¡¿Cómo quieres que me calme si…
–
¡Miguel!
–
Está bien, está bien. Voy… a tratar de no alzarte la voz. ¿Qué… diablos
significa eso de que tu novio sueña con cogerme?
–
Bueno, en realidad no sueña con cogerte a ti sino a cualquiera.
–
¡Vaya, eso me alivia! Ahora resulta que soy una cualquiera. ¡Genial!
– No seas melodramático, Miguel. Mira, el otro día le pregunté si tenía alguna
fantasía que no hubiera cumplido y me contestó que sí. Luego de rogarle y
rogarle que me la dijera, me confesó que sueña con follarse a un hombre.
–
Tú sí que tienes imán para los gay.
–
¡Idiota! Mi chiquito no es gay.
–
¿Ah, no?
–
No, claro que no. Es sólo que… tiene una obsesión, le gusta mucho coger por el
culo y me dijo que no hay mejor culo que el de un hombre. Y ¿sabes qué? Tiene
razón. Las mujeres como que lo tenemos… no sé, como más caído, con menos forma.
¡La verdad! El de ustedes es como más redondo, más "apachurrable".
–
¿Y qué dijiste? Sí, tú tienes ganas de clavarte a un chico y yo tengo un amigo
que implora porque se lo claven, creo que puede funcionar. ¡Estás loca! –
Exclamé parándome de la silla y caminando hacia la puerta.
–
¡Espérate, Miguel! – Me pidió saliendo tras de mí – Así como lo dices suena
feo, pero te juro que eso no fue lo que dije.
–
¡¿Ah, no?! ¿Y entonces qué?
–
Bueno pues, pensé que sería… ¡Un favor para los dos! Sí, eso fue.
–
¿Un favor? Vaya, tú sí que sabes cómo pegarle a uno en su autoestima.
–
¡Ay, Miguel! ¡No me hagas esto, por favor! Sabes muy bien que todo lo que hago
es por tu bien, por verte feliz. Con esto, además de cumplirle su fantasía a mi
pequeño, tú tendrías la oportunidad de disfrutar de un buen amante. ¿Qué mejor
para tu primera vez que un buen amante? Mira que las primeras veces no se
olvidan, y no siempre es algo bueno. Mi chico, aparte de saber lo que hace,
tiene una verga que… Bueno, ya te conté cómo la tiene. Sabes que no te
mentiría, ¿verdad? A pesar de lo que digan, el tamaño importa, y no es nada
sencillo encontrarse con alguien que la tenga como él, con alguien que al
metértela… ¡sientas que te llega al alma! Créeme que no quise molestarte, pero
si le propuse a Saúl que te cogiera fue porque…
–
¡A ver, a ver! ¿Dijiste Saúl?
–
Sí, así se llama. ¿Qué tiene de malo?
–
Pues… de malo nada, sólo que es el nombre de mi hermano.
–
¿De tu hermano? ¿Y eso qué? No estarás pensando que… ¡No, eso no puede ser! Tú
hermano no baila en despedidas de soltera, ¿o sí?
–
Pues no que yo sepa, pero… A ver, ¿cómo es?
–
¿Cómo es?
–
¡Sí, su cara! ¿Cómo es su cara?
–
Pues… ¿Por qué mejor no lo averiguas por ti mismo? Aquí viene subiendo.
–
¡¿Qué?! ¡¿Como que…
–
¡Hola, preciosa! – Saludó el stripper a su novia, y las piernas me temblaron.
La
voz del portentoso amante de mi amiga Dana coincidía con la de mi hermano, y si
al enterarme de lo que ella había planeado me enojé, al constatar que en efecto
su Saúl era el mismo que el mío quise que la tierra me tragara. Años de cuidado
y discreción se fueron abajo cuando di la media vuelta y me topé con los ojos
de ese con quien compartía habitación. Él también se sorprendió al descubrir
que era yo el dueño del culo prometido, mirándonos a Dana y a mí
alternadamente, fue incapaz de pronunciar palabra. Tampoco mi amiga atinaba qué
decir, ella que siempre tenía el comentario indicado en la punta de la lengua,
ella que todo lo tomaba natural y de nada se espantaba, estaba incluso más
impresionada que nosotros dos. Se escuchaba su corazón latir a mil por hora, al
igual que el de Saúl y el mío. Amenazaban los tres con estallar, y antes de
investigar cuál lo haría primero, antes de que por el miedo y la vergüenza
explotara también mi cabeza, antes que recordando mi niñez mojara el pantalón,
huí de ahí a toda prisa, sin esperar a explicaciones ni mirar atrás. Corrí sin
detenerme hasta llegar a mi recámara, hasta tirarme en el colchón. Pero las
sábanas no pudieron protegerme eternamente, y al caer la noche, al entrar mi
hermano al cuarto, tuve que enfrentar la realidad…
En
cuanto lo escuché cruzar la puerta me fingí dormido, pero aún así se sentó en
mi cama con la intención de hablar. Sobó mi hombro al tiempo que repetía una y
otra vez mi nombre para despertarme y, al ver que yo no pensaba abrir los ojos,
me quitó la sábana y su mano comenzó a viajar por mi desnuda espalda,
haciéndome difícil el seguir aparentando. Sentía su roce ir de mi cuello a mi
cintura y de regreso, y se me complicaba controlar las ganas de pararme y darle
un beso, de pedirle me follara. Siempre había considerado a mi hermano un hombre
más que guapo, súmenle una linda cara de ojos verdes, labios gruesos y larga
cabellera castaña a la descripción que antes hizo Dana de su cuerpo y
comprenderán por qué. A pesar del parentesco, no podía evitar mirarlo con deseo
cada que salía de darse un baño, o imaginármelo haciéndome el amor cada vez que
llegaba a casa con la novia en turno y se encerraba por horas y horas a
"estudiar". Y aunque en realidad dicha atracción nunca había
representado algún problema, el saber que Saúl soñaba con darle por el culo a
otro chico complicaba todo. El saber que entre los dos podía darse algo era
demasiada tentación, y los argumentos para resistirme a ella se agotaban. Era
mi hermano, sí, pero antes que otra cosa era un hombre, ¡y qué hombre, por Dios
santo! La lucha de emociones me enloquecía. No sabía ni cómo reaccionar, así
que opté por no mover un dedo y dejar fluir las cosas.
–
Migue, despierta – insistía mi hermano sin parar de recorrer mi espalda –. Sé
que lo de hoy en la tarde fue algo fuerte, pero… no podemos ignorarlo y ya. Hay
que hablar, Migue. Por favor, deja ya de hacerte el que no oye. Sé muy bien que
estás despierto, y si sigues ignorándome…
Al
llegar su mano a mi cintura creí volvería a subir hasta mi cuello, pero no fue
así. Buscando sacarme de mi falso sueño, mi hermano posó su derecha sobre mi
nalga y empezó a darme un masaje, de arriba abajo y de dentro hacia fuera,
tocando a veces el canal entre ambos glúteos, disparando chispas a cada rincón
de mi cuerpo.
Sus
caricias dieron efecto y mi pene se endureció sin él saberlo. El intenso calor
dentro de mí anunciaba que para pasar de eso a tener sexo no faltaba mucho.
Tenía que hacer algo para impedir dar ese paso. Tenía que detenerlo en sus
caricias, cada vez más atrevidas, pero la verdad… ¡La verdad deseaba más!
–
Con que nada te despierta, ¿eh? Con que tienes el sueño pesado, ¿no? Pues
entonces, seguro que esto ni lo sentirás – afirmó subiéndoseme encima y
restregando su paquete contra mi trasero, el cual tuve que esforzarme para
contener –. Y esto… – Estiró los brazos para agarrarse de la cabecera y darse
impulso – Esto tampoco.
Saúl
comenzó a moverse simulando una penetración, y a cada movimiento su miembro fue
ganando en tamaño y en firmeza. A los pocos segundos alcanzó su máximo y la
imagen que horas antes me dibujara Dana se clavó en mi mente. A pesar de que mi
pijama y sus jeans evitaban un contacto más directo, percibí con exactitud la
forma de su polla, tan gruesa y larga como mi amiga lo había dicho. No pude
soportar más el suplicio de permanecer estoico.
–
Ah – gemí levemente al tiempo que levantaba el culo para sentir mejor su
impresionante sexo.
–
¡Al fin despiertas, Miguelito! – Exclamó Saúl besando mi mejilla – Y creo que…
– Su mano se coló bajo mi cuerpo apoderándose de mi erección – sí tuviste
dulces sueños.
–
Ah – volví a gemir.
Al
parecer eran gemidos lo único que mi boca podía emitir, y eso mi hermano lo
tomó como autorización para ir más adelante. Soltando mi falo y retirando de
mis nalgas su paquete, fue bajando lentamente el pantalón de mi pijama, y una
vez que me dejó en sunga, se entretuvo acariciando mi trasero con su aliento.
El aire tibio estimulando esa sensible parte de mi cuerpo elevó mis ganas de
coger, pero Saúl quería seguir jugando. Se deshizo al fin de la última prenda
que cubría mi culo, pero sólo para recorrerlo con su lengua, haciéndome
desesperar.
–
Dana me dijo que todavía eres virgen – señaló al tiempo que separaba mis
glúteos –. ¿Es cierto eso, Miguel? ¿Nadie se ha comido este culito rico? –
Preguntó rozando levemente mi ano.
–
¡Ay! – Gemí al sentir que alguien que no era yo tocaba mi agujero.
–
Te gusta, ¿verdad? Sí, Dana aseguró que morías por ser follado, que soñabas con
que alguien te ensartara y ¿sabes qué? Yo… – La presión de su dedo comenzó a
vencer mi esfínter – ¡Yo seré ese alguien! – Me metió entero el dedo medio, y
yo sentí que me corría. Luego me metió un segundo y un tercero, los movía en
dirección contraria, y yo creí morir – No me has contestado, Migue: ¿Te gusta
sentirte invadido, que alguien te perfore el culo? ¿Eh? ¿Por qué no hablas, te
comieron la lengua los ratones o es que acaso quieres otra cosa? Sí, eso es.
Quieres que te la meta, ¿no es así? Quieres sentir mi enorme verga, la has
pensado desde que Dana te la describió. Quieres que te rompa este culito
virgen, ¿cierto? ¿Eh, lo quieres? Dímelo.
–
Sí – susurré.
–
¿Qué dijiste? Perdón, pero no pude escucharte.
–
Que… sí – repetí en un tono bajo.
–
¡No, hermanito! Si en verdad quieres que te coja, tienes que pedírmelo con
ganas, ¡con huevos! Anda, dime cuánto lo deseas. Dime cuánto quieres que te
rompa el culo.
Saúl
no estaba poniéndomela fácil, además de desvirgarme y así cumplir su fantasía
quería que suplicara, que me sometiera como para confirmar su hombría. Y bueno,
andando yo un poco urgido, la verdad que no iba a hacerme del rogar. Tratando
de que las fabulosas sensaciones que me producían sus dedos en mi culo no
ahogaran mi voz, le expresé lo mucho que quería tenerlo dentro.
–
¡Sí, rómpeme el culo! – Le pedí inflando su ego – ¡Métemela ya, que necesito
que me folles, que me hagas tuyo! ¡Quiero sentirte dentro! ¡Por favor! ¡Por
favor!
–
¡Ves qué diferencia! Así hasta se me puso más durita – apuntó sacándome los
dedos para complacerme con su lengua.
Mientras
que él también se desnudaba, mientras que ponía funda a su arma, yo me deshacía
en jadeos por la manera tan experta en que su boca me atendía. Dana tenía razón
y mi hermano era un maestro, aún no hacía gran cosa y yo ya estaba al borde del
orgasmo.
–
Ahora sí, chiquito – indicó Saúl una vez estuvo listo, una vez sustituyó su
lengua con la punta de su verga –. Prepárate, que ahí viene lo bueno – advirtió
dejándome ir el glande de una sola, arrancando a mi garganta un grito
escandaloso que reflejó el dolor tremendo que sentí en ese momento.
–
Duele mucho, Saúl – me quejé sin más intención que desahogarme, pues no quería
que la sacara –. ¡Quema! Quema, pero síguele. ¡Ay! La quiero toda. ¡Toda!
–
¡Ese es mi muchacho! – Exclamó mi hermano con orgullo, e introduciéndome uno a
uno sus centímetros – Resiste, Migue, y ya verás como pronto se te pasa –
prometió dándome besos en el cuello –. Ya verás como la gozas.
Su
pene continuó abriéndose camino en mi interior, poco a poco pero sin parar, y
conforme más de su grueso y largo tronco estaba dentro, el dolor y el ardor se
incrementaban, obligándome a morder la almohada para no gritar. Parecía que su
sexo era infinito, que jamás terminaría de entrar, pero al final lo hizo, al
final sentí sus huevos chocar contra los míos ¡y fue increíble! No podía creer
que había dejado de ser virgen ni que había sido mi hermano el primero en
mancillarme, con ese miembro enorme y palpitante que para mi sorpresa me había
tragado entero, que para mi alegría no lastimaba más sino al contrario, me
hacía sentir completo, deseoso de algo más. El placer fue regresando
paulatinamente, al mismo tiempo que Saúl daba inicio al mete y saca. Su polla
comenzó a entrar y salir y pronto me embestía furiosamente, acercándome con
rapidez al clímax.
Me
la sacaba casi toda, dejando dentro sólo el glande y después me la volvía a
clavar, con rudeza y hasta el fondo, haciéndome imposible el no gemir. Era el
primero en penetrarme y no podía decir si Dana estaba en lo correcto en cuanto
a que el tamaño importa, pero sí en cuanto a que una grande de verdad se goza.
Cada vez que los testículos de mi hermano golpeaban mi trasero y mi culo estaba
lleno, recordaba las palabras de mi amiga pues sentía que la estocada me
llegaba al alma, y que tocaba un punto mágico que hacía que mi pene estuviera
cada vez más duro sin siquiera un roce de mi parte o de la suya. El hormigueo
que se concentra en la punta cuando vas a eyacular era intenso y casi
incontrolable, al igual que mis jadeos y la velocidad con que Saúl no paraba de
follarme. Estaba a punto de tocar el cielo.
Adentro,
afuera, adentro, afuera. El orgasmo se acercaba, adentro, afuera. Sus dientes
en mi oreja, el sudor de su pecho mojándome la espalda, adentro, afuera,
adentro, afuera. El placer en incremento, su verga en mi interior, una
embestida, un gemido, adentro, afuera, adentro, afuera y… ¡Oh, sí! ¡Sí, las
sábanas manchadas con mi semen¡ Uno, dos, cuatro y seis disparos con mi hermano
dentro, y mis esfínteres cerrándose con cada espasmo, estrujando su inflamado
falo, ese que salió de mí sin acabar, ese por el que enseguida reclamé.
–
¿Qué pasa? ¿Por qué no continúas cogiéndome? – Inquirí entre sorprendido y
demandante – ¿Acaso no lo hago bien, no me estoy moviendo como a ti te gusta? –
Pasé de exigente a inseguro – Porque de ser así…
–
¡Cálmate, Miguel! – Me interrumpió – Si me salí, fue nada más porque te toca
complacerme – explico sereno –. Ya tú te viniste, así que ahora es mi turno.
Por
un segundo pensé que me permitiría ensartarlo, y aunque la idea de ser activo
no estaba en mis planes la oportunidad de probar su delicioso culo tampoco iba
a perderla, pero cuando se quitó el condón y me ofreció su sexo supe de qué
hablaba, y como niño bueno gateé hasta él para tragármelo, de forma tan
desesperada que por poco le vomito encima.
–
¡Despacio, chiquito! – Sugirió Saúl acariciando mi cabello – Mi polla no se va,
así que tómate tu tiempo. Acostúmbrate primero.
Siguiendo
su consejo, me fui con cuidado. Comencé por lamerle las bolas, redonditas y
peludas. Estaba tan excitado que apenas y le sobresalían del cuerpo, por lo que
no pude llevarlas a mi boca y me limité a chuparlas hasta hartarme de su
exquisito sabor. Luego fui subiendo por el tronco, recorriendo a conciencia
cada vena y recogiendo todo el lubricante que escurría desde el capullo, ese
que llené de besos para después atrapar entre mis labios y empezar a descender
hasta tener un buen pedazo dentro y a partir de ahí mamar con ganas,
masturbando el resto, disfrutando del momento.
–
¡Ah, qué bien lo haces, hermanito! Ni se nota que eres principiante – me halagó
–, lo haces mejor que cualquier vieja. ¡Sí, qué boquita rica tienes! ¡Ah, qué
gusto! Sigue así, hermanito. Sigue, que me vuelves loco.
No
tenía la certeza de que en realidad mamara bien, pero no pensé en ello sino en
proporcionarle a Saúl cuanto placer pudiera. Esforzándome un poco más, pude
tragar su miembro casi por completo, y una vez ocupando éste mi garganta, lo
mantuve ahí por un buen tiempo, demostrándole lo rápido que aprendo. La tibieza
y la suavidad de mis anginas masajeaban la rosada punta mientras que mi lengua
se encargaba con fervor de los demás centímetros. Su polla estaba cada vez más
dura y ensanchada, era obvio que en cualquier instante explotaría. Y para que
eso sucediera aceleré mi sube y baja, pero antes del final, antes que mi boca
recibiera su lechita, él se retiró.
–
¡¿Y ahora qué?! – Lo interrogué desconcertado – Creí que te estaba gustando,
que estabas por…
–
¿Correrme? ¡Sí, por poco lo hago! Al parecer saliste bueno para el sexo.
–
¿Entonces, por qué me detuviste?
–
Porque… no quiero acabar en tu boquita sino en tu culito. ¿Por qué no vienes y
te sientas, Miguelito? – Preguntó sosteniéndose la polla por la base – ¿No
quieres sentirme a pelo? ¿No quieres volver a venirte con mi verga dentro?
–
¿Tú qué crees? – Lo cuestioné parándomele enfrente, presumiendo mi erección.
–
Pues… – Se apoderó de mi sexo y lo sacudió un par de ocasiones – al parecer sí,
pero… creo que será en otra ocasión.
–
¿En otra ocasión? Pero… ¡¿Por qué?! – Protesté tratando de meter reversa, pero
él tenía agarrada la palanca.
–
Porque ahora que la tengo cerca, ya se me antojó probarla – apuntó tragándose
mi excitación.
¡Oh,
por Dios! Saúl devoró mi pene hasta faltarle el aire, su cabeza iba de atrás
hacia delante a toda prisa y sus mejillas se tornaban rojo pues se le
dificultaba respirar. Aunque mis dimensiones no son las de él tampoco estoy tan
mal, pero a mi hermano poco le importaban las arcadas o la asfixia y él seguía
mamando como un loco. Y aunque la imagen de mi babosa polla perdiéndose en sus
labios resultaba sumamente placentera, y su lengüita alrededor de mi capullo
aún más, me vi obligado a detenerlo. No quería terminar tan pronto, ahora que
Saúl se había olvidado de esa facha de macho tras la cual se protegía, ahora
que me comía el rabo con tanta devoción, seguro que podría también cogérmelo, y
así traté de proponérselo.
–
¡Espérate, espérate! – Exclamé empujándolo ligeramente.
–
¿Qué ocurre, mi pequeño? ¡No me digas que te lastimé!
–
No, claro que no. Es sólo que… Me preguntaba si…
Titubeé
buscando las palabras adecuadas para pedirle las nalgas, pero él pareció leer
mi mente y las palabras no fueron necesarias. Con la misma desesperación que
antes me practicara el sexo oral, me tiró de espaldas a la cama y se hincó
sobre de mí, tomó mi erección, la acomodó en su agujerito y se dejó caer,
soltando un alarido al clavarse más de la mitad.
–
¡Cuidado, que te puedes desgarrar! – Le advertí, pero el rictus en su cara me
avisó que ya era tarde. Aunque bueno, creo que a él ni le importó pues
enseguida terminó de introducirse el resto de mi falo.
–
¡Ah, qué rico! – Se regocijó una vez estuvo por completo penetrado – ¡Esto es
mejor de lo que pensé! – Aseveró comenzando a cabalgarme y masturbarse al mismo
tiempo.
Con
la ayuda de mis manos, que por la cintura lo impulsaban, Saúl subía y bajaba
con suma rapidez, estrujando de manera deliciosa mi sexo a la vez que sus dedos
viajaban por el suyo, ese que desde mi posición lucía más grande e imponente,
que conforme el tiempo transcurría se empapaba más de lubricante, al igual que
el mío, clara señal de que el éxtasis estaba próximo.
–
¡Ay, hermanito, qué rica está tu polla! ¡Cómo me coge, cómo me coge! – Deliraba
Saúl sin dejar de sentarse sobre ella.
–
¡También tu culo está riquísimo – agregué enterrándole las uñas en sus glúteos
–: calientito y apretado! ¡Ah, cómo me exprime! Siento tan rico que… ¡Oh, sí!
¡Me corro! ¡Sí! ¡Sí! ¡Siiiiiiiií! – Grité bañándole los intestinos con mi
esperma.
–
¡Ay, qué rico! – Aceleró el ritmo de su paja al sentir los trallazos de mi arma
– Yo también me corro, hermano. Yo también me… ¡Ahhhhhhhhhh! – Gimió
anunciándome su orgasmo, y enseguida de su miembro brotó una impresionante
cantidad de semen que regó mi vientre, pecho y cara. Luego se desparramó encima
de mí, completamente exhausto.
Nos
quedamos dormidos por un rato, y lo primero que hicimos una vez nos despertamos
y nuestras miradas se cruzaron, casi por instinto, fue besarnos. Sin lengua y
sin excesos de saliva de por medio, nuestros labios se juntaron en una tierna
muestra de cariño, en un beso que sin duda fue más placentero que todo lo que
hicimos antes.
–
Te quiero, hermano. Te quiero y… ¡lo de hace un rato fue increíble! – Declaré
emocionado.
–
Yo también te quiero, Migue. Y sí, ¡fue increíble!
–
Sí, pero… me quedó una duda.
–
¿Una duda?
–
Sí, algo que no entiendo del todo.
–
¿De qué se trata?
–
Es que se supone que tu fantasía nada más era follarte a un hombre, y tú…
hiciste más que eso. A ver, dime por qué.
–
Está bien, creo que después de esto ya no valen los secretos.
–
No, ya no.
–
La verdad es que no soñaba con follarme a un hombre sino con follar con un
hombre, y ya que es la hora de la honestidad, debo confesar que de todos los
hombres eras tú el que más se me antojaba.
–
¿De… verdad? ¿No me estás mintiendo, Saúl?
–
No, no te estoy mintiendo. Mira, sí me gustan las mujeres, disfruto estar con
ellas y demás, pero siempre que me cojo a una… como que algo me hace falta,
como que las cosas no me cuadran, ¿me explico? Creo que en el fondo siempre
supe lo que era, a pesar de que por una u otra razón trataba de ignorarlo, pero
después de lo que tú y yo hicimos… simplemente ya no tengo dudas. Ni tampoco
puedo hacerme el tonto y negar lo obvio.
–
Y, ¿qué es lo obvio?
–
¡Qué muero por la verga! – Reveló y los dos echamos a reír – Y que… – Continuó
una vez se nos pasó la risa – también muero por ti.
Para
eso no tuve palabras. Sintiendo como el corazón se me ensanchaba y los ojos se
me humedecían, lo volví a besar. Mi boca permaneció unida a la suya por un
lapso interminable durante el que la felicidad más grande me invadió de la
cabeza hasta los pies. Luego nos quedamos dormidos otra vez, desnudos y
abrazados como algo más que hermanos, y hasta ahí llega la historia, al menos,
de lo qué pasó esa noche.
¿Qué
onda con Dana? Pues se lo dijimos todo. Al principio Saúl no lo creyó oportuno,
pero yo que la conozco bien estaba seguro de que ni siquiera se molestaría, y
así fue. Contenta hasta el extremo, tal vez incluso más que yo, me felicitó y
me dio permiso de robarle el novio, claro está, con una condición: contarle
todo lo ocurrido con lujo de detalles, justo como ella me relata sus
encuentros. Y bueno, ya con su autorización, Saúl y yo nos dedicamos a follar
sin culpas. Y aunque nunca hemos hablado de amor ni de pareja, cosa que tampoco
considero indispensable, sé que con el tiempo… Con el tiempo… Ya sabrán ustedes
lo que espero.
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