9/5/14

LEO, LA BRUJA Y EL ROPERO...(RELATO)

Mi primo Leo…


Recuerdo mi niñez viviendo en la casa de mi abuela, ya que mi madre trabajaba como empleada puertas adentro y sólo llegaba los fines de semana. Compartíamos la casa con Leo, mi primo mayor, de 16 años y Jeannette, su hermana, mayor de edad y que trabajaba y sólo llegaba a casa por las noches. Yo tenía 8 años y hasta ese entonces no había conocido a una persona tan gritona, histérica, cruel y autoritaria como mi abuela, que para hacerse respetar no escatimaba en coscorrones y tirones de oreja. Tenía la señora una habilidad gatuna para pillarnos y darnos nuestro merecido, a mí o a mi primo dependiendo de quien se había portado mal según su acotado parecer. Pocas veces reía, y cuando lo hacía me ponía los pelos de punta, ya que su risa poco tenía que envidiar a los de las brujas de los cuentos de la televisión. Cuando hablaban de abuelitas uno se imaginaba una gentil viejecita que horneaba pasteles y galletas, pero mi abuela era todo lo opuesto.

Mi primo adolecente era para mí un ejemplo; lo encontraba guapísimo, varonil, masculino, y el único capaz de contradecir algunas veces a mi abuela… para mí era un héroe. Muchas veces jugaba con él a la Lucha Libre, en la cama, y siempre era doblegado por su fuerza y por su envergadura física, siempre me ganaba. Pero me encantaba ese roce de cuerpos que no me explicaba porqué me gustaba. Lo quería casi como un hermano, compartíamos dormitorio, y varias veces cuando se cambiaba de ropa pude verlo desnudo; su muslos bien formados debido a su afición al futbol, sus bien marcados bíceps a pesar de su edad, su marcado abdomen y su piel morena y cabellos negros bien cuidados. Aunque era pudoroso cuando se cambiaba la ropa interior, igual pude ver en varias ocasiones su miembro, muy delgado y largo, casi a la mitad de su muslo, de piel oscura y con un simpático movimiento pendular mientras caminaba desnudo. Y en las mañanas cuando se levantaba al baño, no podía disimular la erección que levantaba su slip casi groseramente, por lo que antes de levantarse, se lo acomodaba bien hacia un lado, pero igual se notaba.  Y cuando usaba sus short a la cadera, un surco de pelos negros bajaba desde su ombligo hasta perderse en su bajo vientre, donde se encontraban con una buena cantidad de tupidos pelos negros que rodeaban todo su sexo. Yo guardaba sus secretos, como cuando fumaba a escondidas o cuando se conseguía alguna revista “no apta para menores”— me decía él— y se encerraba en la pieza y yo lo dejaba tranquilo; cuidando de que mi abuela lo fuera a sorprender.

Cierto día de verano, cuando escuchamos el llamado para ir a almorzar, mi abuela estaba extrañamente de buen humor, pero le duró sólo hasta que sirvió el plato y vio mi cara… yo odiaba el pescado y el guiso de verduras, y el arroz lo comía por obligación. En cambio Leo encontraba exquisitos los platillos preparados por la abuela…
—…Abuela… no me gusta esto…
—…¡¡¡Te vas a comer todo eso que está en el plato, no te mueves de la mesa hasta que yo vea ese plato vacio…!!!— fue el grito de la señora…
—Come enano… si no está tan malo…— me consoló Leo, siempre me dijo enano.
—…¡¡¡Cómo que no está tan malo…!!! Yo me esmero preparando todos los días la comida…— fue el siguiente grito de la abuela.
—Lo sé “abue”, a mí me encanta lo que cocinas…— la aduló Leo mientras comía rápidamente… Como respuesta recibió una mirada de aprobación, en cambió para mí, fue una mirada fulminante…
Decidí comer lentamente, era preferible eso a que mi querida abuela me diera con su mano. Apenas había comenzado mientras que Leo terminaba su último bocado…
—Estaba delicioso “abue”, gracias…
—Oh, mi niño, no se levante que tengo una sorpresa para los que se coman toda la comida…
Y levantándose abrió el freezer y le sirvió a mi primo un plato de duraznos al jugo con crema, que parecía un huevo frito, pero más delicioso… Leo no tardó en acabárselo también y después de limpiarse los bigotes como un gato, le agradeció nuevamente a la abuela. Pidió permiso y se levantó…
—Come enano, los duraznos valen la pena…— me dijo alborotando mi pelo y saliendo rápidamente al patio. Mientras yo ya no podía más, y mi abuela no me quitaba los ojos de encima, creo yo con ganas de darme la comida ella misma…
—…”Abue”… está rico, pero no puedo más, estoy satisfecho…— le dije tratando de agradar.
—El niño no se comió toda la comida, entonces si está satisfecho no comerá postre…— fue la respuesta de mi abuela, que se levantó tomó mi plato y me hizo salir al patio… Qué coraje y rabia sentía, cómo podía ser tan mala con un niño tan cordial como yo…
Pero tenía un plan: sabía que la siesta de media tarde era imperdonable para la abuela, por lo que sólo debía esperar a que se fuera a su dormitorio y podría asaltar el freezer y sacar mi ración de duraznos.

Me quedé un rato en el patio, observando. Leo, que estaba bajo un árbol en el césped conversaba con Fabio, un chico de su edad y que era de su equipo de fútbol. Era habitual verlos conversando juntos y a veces desaparecían por horas, así que no era una complicación. Mi abuela terminaba de ordenar la cocina, así que en cuestión de minutos se iría a su cuarto. Y así fue…

Minutos más tarde, entré sigilosamente a la casa y mi abuela estaba en su cama dispuesta a dormirse. Me quedé otro instante hasta que sus ronquidos me indicaron que ya no era un problema. Leo seguía con Fabio en el patio, pero no podía arriesgarme a robar mi postre y servírmelo en la cocina, menos salir afuera por el riesgo que Leo me delatara, y como debía hacerlo absolutamente en secreto, me fui a mi dormitorio y no encontré nada mejor que esconderme en el ropero antiguo que estaba a los pies de ambas camas…

Mmmh! Qué delicia… Disfruté de mi ración de duraznos y crema escondido en el ropero, tratando de no hacer ruidos, casi en la penumbra ya que sólo deje la puerta abierta unos centímetros para vigilar si alguna situación de “riesgo” se sucedía…

Terminé mi último bocado e incluso me di el lujo de pasar la lengua al plato, cosa impensable en presencia de la abuela. La primera parte de mi faena estaba concluida, ahora sólo tenía que salir, lavar el plato y guardarlo y después poner cara de inocente el resto del día, pero unos sigilosos pasos se acercaban por el corredor…

Me quedé inmóvil y casi sin respirar, ya que los pasos entraron al dormitorio. Escuché cerrar la puerta y el seguro de la misma sonar, y ya en el campo de visión desde mi escondite; entre las dos camas, divisé a Fabio, y tras de él a Leo. Sentí alivio ya que no era mi abuela, pero igual no podía delatar mí presencia y sólo me dediqué a observar…

Repentinamente estos dos se fueron acercando hasta quedar uno en frente del otro y comenzaron a acariciarse y a mirarse a los ojos, hasta que se abrazaron y se fundieron en un apasionado y caliente beso de lengua, y seguían acariciándose como si fueran novios.

No se despegaban de los labios hasta que comenzaron ambos a quitarse la polera para quedar a torso desnudo y sólo con sus shorts, y seguían besándose apasionadamente. Siguieron así por unos minutos tocándose y explorándose mutuamente. Yo miraba y no podía creer lo que veía.

Me di cuenta que mi boca estaba abierta y tragué saliva. Leo bajó por el torso de Fabio, y por su abdomen para detenerse sobre su bulto, el que comenzó a besar sobre el short, mientras Fabio miraba hacia arriba y tomaba la cabeza de Leo, pero este comenzó a desnudar a su amigo, que incluso se apoyo en mi primo para quitarse completamente su pantalón corto.

Totalmente desnudo se subió a la cama y se puso en la orilla en cuatro patas. Leo se dobló sobre él y comenzó a besarlo por la espalda hasta que se detuvo en su trasero. Esa imagen me causó risa y asombro: ¡Qué le hacía Leo en el trasero a Fabio! Desde mi escondite escuchaba ahogados suspiros de Fabio, el que puso su torso en la cama y con las manos se abría las nalgas. Leo cargaba su rostro en ese redondo trasero y de vez en cuando, lanzaba escupos en el para seguir lamiendo con avidez.

Sentía mi rostro arder, cuando repentinamente Leo se incorporó y susurró algo a Fabio, quien también se incorporó y se arrodilló frente a mi primo. Pude notar que su short se levantaba notoriamente hacia delante, y Fabio puso su boca sobre ese bulto y chupeteaba sobre la tela. Subía y bajaba por el surco de pelos que bajaba desde el ombligo de Leo y que a mí me gustaba tanto. Lentamente Fabio fue jalando el short de Leo hacia abajo dejándolo sólo en calzoncillos, y enseguida bajó el calzoncillo, y pude ver como saltaba hacia delante el largo y delgado miembro de mi primo, oscuro y curvado hacia abajo, pero que ahora estaba duro y erecto. Fabio lo tomó en su mano y aprecié cómo lo jalaba descubriendo la cabeza un poco más roja que el resto de la piel. Leo lo tomó por la nuca y este se introdujo el sexo de mi primo en la boca, como su fuera un chupete, y comenzó a tragarlo y a sacarlo sucesivas veces, mientras Leo miraba hacia el techo y se mordía el labio inferior. Podía ver cómo se inflaban los mofletes de Fabio mientras introducía la verga de Leo por completo en su boca.

Mi corazón quería salir de mi pecho y sentía la boca seca, aunque trataba de respirar lentamente para no meter ruido y ser descubierto. Habían pasado ya unos minutos cuando Leo se hizo hacia atrás bruscamente (tardé en entender por qué), pero Fabio siguió de rodillas. Sólo pude escuchar un “ya…” y a esta orden Fabio se puso de pie y se sentó en la cama, mientras Leo terminaba de quitarse la ropa que estaba en sus tobillos. Se acercó a Fabio y este cayó de espaldas. Leo se acostó sobre él y le dio un beso. Algo le habló al oído, y Fabio levantó sus piernas. Leo se incorporó y las puso sobre sus hombros, y con su mano apuntaba su verga hasta donde minutos antes había lamido y escupido. Distinguí desde mi escondite cómo la larga, delgada y oscura verga erecta de Leo se perdía en el interior del culo de Fabio. Un ahogado “Ay…”  dejaba salir Fabio cada vez que Leo lo embestía, primero suavemente y después con fiereza…


Mis piernas temblaban y un extraño cosquilleo agradable sentía en mi propio sexo. Fueron un par de minutos de movimientos suaves hasta que Leo empezó más y más rápido con sus estocadas. Escuchaba un chapoteo y cuando chocaban ambos cuerpos, hasta que Leo en un ahogado susurro se cargó con fuerza sobre Fabio, y los músculos de sus nalgas se marcaban notoriamente cuando apretaban, al igual que sus muslos que se marcaban notoriamente húmedos con sudor… Se quedó así un momento y se puso de pie. Yo estaba tan tenso que inconscientemente dejé escapar un suspiro. Pude ver que el miembro de Leo ahora estaba como lo recordaba; lacio y largo casi a la mitad de su muslo.

Algo susurraron, mientras Leo alcanzaba un trozo de papel higiénico y se limpiaba la verga, mientras Fabio con otro trozo se limpiaba el abdomen y pecho, y también el ano…

Se vistieron apresuradamente y se sentaron ambos en la cama. Hablaban pero no pude escuchar qué decían.
Fabio ordenó la cama y tomó los papeles que habían usado, mientras Leo abría la puerta con sigilo y miraba por el pasillo. Salieron sin hacer ruido en absoluto. Desde mi escondite se escuchaban los sonoros ronquidos desde el dormitorio de la abuela.

Me quedé escondido por unos minutos, no podía ordenar mis ideas ni comprender del todo lo que había visto. Leo no se podía enterar que yo estaba escondido en el ropero, por lo que con el mismo sigilo con que ellos salieron, fui abriendo la puerta del ropero y percibí en la habitación un olor cargado, pero agradable. Me dirigí a la cocina, mis piernas aún temblaban, lavé el plato y lo guardé. Salí al patio, pero Leo y Fabio no estaban.

La imagen de los dos se repetía una y otra vez en mi cabeza, mientras estaba a la sombra del árbol. En eso llegó Leo, venía de la calle y al verme allí, se sentó a mi lado…
—…Qué pasa enano…?
—…eh…nada…

Leo se acostó en el pasto y yo me acosté poniendo mi cabeza en su abdomen, sin decir nada… sólo cerré los ojos para sentir cómo la suave respiración de mi primo Leo hinchaba su abdomen.

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