26/4/14

LOCURAS...(RELATO DEL MES)

LOCURAS DE UNA TARDE DE VERANO…
ENVIADO DESDE ESPAÑA…


—“¿Por qué este verano hacía tanto calor?”— pensé mientras sacaba las maletas al coche de mi madre. Llevaba la camiseta empapada y empezaba a desprender un ligero olor a sudor que ya podía a notarse a cierta distancia. “Luego me baño en la piscina a ver si me quito este calor insoportable”, pensé para mis adentros.
El termómetro de la calle marcaba 36 grados, y sólo eran las 12 de la mañana. Mi padre se asomó al porche de casa. Estaba en ropa interior, sudando copiosamente también, marcando un paquete bien contundente en sus ajustadísimos bóxers que por lo menos eran dos tallas menos.
Yo no me cortaba y le miraba descaradamente, porque en realidad lo que a mi padre le gustaba, y siempre le había gustado, es que admiraran su cuerpazo de espécimen de macho como ya no existen.
Era un tío imponente, un morenazo de película. Su cuerpo bronceado de horas al sol era pura firmeza. La fibra de sus horas de ciclismo, con unos muslos tremendos recorridos por una suave capa de vello que apetecía acariciar. El bóxer le quedaba ajustadísimo, tanto que se marcaba notoriamente la forma de su rabo gordo, ladeado y con la humedad de su cuerpo, una capa de sudor hacía que se transparentara ligeramente la silueta de sus cojonazos. Una curva que se apreciaba rosa marcaba perfectamente su capullo, redondo y gordo.  El vientre plano, velludo y esos pectorales, los bíceps hinchados de horas de gimnasio, apretaban unas axilas masculinas que se adentraban en la oscuridad y que apetecía lanzarse a lamer a todas horas. El sudor le hacía líneas en su pecho y en su barriga y caía por la gravedad desde su cuello hasta sus pectorales.
Si tuviera que poner un ejemplo de tío perfecto, elegiría sin duda a mi padre. Sencillamente era el hombre al que me quería parecer. Cada gesto que hacía, cada mirada o palabra que soltaba por esa boca cervecera era sinónimo de “soy un tipo masculino, sin complejos, follador y semental”. Sus movimientos eran la demostración de que la testosterona en estado puro crea belleza también.
Por desgracia yo no tenía nada que ver con él. Rubito, blancuzco y al menos 20 centímetros más bajo que él, un canijo a su lado que quería parecer un hombre, y al que todavía no le salía ni barba.
Y ahí estaba, rascándose su pelo despeinado de recién levantado, marcando un bíceps tremendo y dejando ver una axila húmeda,  en medio de la terraza que daba al jardín con las piernas abiertas y con una mano por dentro del bóxer intentando colocarse los huevazos, mientras miraba  cómo cerraba el portón del auto de mi madre.
— ¿Has ayudado a tu madre a llevar las maletas? —Me preguntó con cara de sueño mientras sacaba su mano de su paquete y se rascaba un abultado pectoral descaradamente. — ¡Demonios qué calor! — dijo serio.
—Si papá, las he dejado en el maletero junto a las dos bolsas. ¿Por qué se va hoy? Si hasta la semana que viene no tiene que estar allí.
—Tus tíos quieren que vaya para acabar con el papeleo cuanto antes— contestó con tono resignado.
Me quedé mirando fijamente la contundencia de su cuerpo. Ligeras gotitas adornaban todo su torso, y los vellos que recorrían sus pectorales estaban húmedos y empezaban a pegarse a los pezones. Subí despacio los escalones mirando sus facciones definidas y masculinas, y la barba de varios días que adornaban una cara perfecta.
—¿Oye papá, qué pasa, que no había ropa para ponerte hoy?— Le dije entre risas, mirándole a los ojos directamente. Soltó una carcajada.
—Qué dices, con el calor que hace, estoy en la gloria—. Se acercó a mí y me dijo con tono serio: “Apestas a troll ¿no te has duchado hoy o qué?”,  sentenció con una carcajada sonora.
—No— dije entre risas, un poco avergonzado. Reconocía que era posible que desprendiera un ligero olor a sudor.
—Voy a tirarme a la piscina pero ya— y le pegué un empujón con todo mi cuerpo que hizo que se tambaleara.
— ¡Será posible! ¡Qué cabrón!— Como un rayo, me agarró de la cintura mientras intentaba escapar, me levantó en el aire gritando dijo: “¡Qué guarrete es el niño, a bañarse que huele a león!”.
Recorrió los 10 metros que separaban el portico de la piscina, y dando un salto, con la camiseta puesta, me lanzó al agua con él provocando una ola impresionante. Así estuvimos un rato, entre risas y carcajadas, chapoteando, subiendo al borde de la piscina y saltando de cabeza. O subiéndome a sus hombros. Cuando salía del agua podía ver cómo su polla, morcillona, y sus cojones enormes, colgaban dentro del bóxer que se le pegaba como una segunda piel, transparentando un pedazo de tranca morena y una buena mata de pelo. Yo lo miraba hipnotizado. Su masculinidad ejercía en mí un influjo que no podía resistir.

De vez en cuando, mientras me zafaba de sus aguadillas, aprovechaba para rozar su paquete con mi mano, o agarrarle directamente de la polla y de los huevos, que apenas cabían en mi mano, para que me soltara. Su paquete era sólido, un rabo gordo y unos huevos bien pesados. Yo apretaba sin cortarme un pelo, para hacerle daño. Él se quejaba: “¡Para cabrón, que me estás apretando las pelotas!”…Y seguíamos jugando entre risas.
Cuando se cansó de hacer el tonto conmigo, salió, se tiró en el césped y se quedó tumbado boca arriba, abierto de piernas y brazos al sol. Yo me acerqué al borde de la piscina y jadeando de los esfuerzos y de los juegos acuáticos.
— ¿Hoy trabajas, papá?” — le pregunté.
—Si hijo, hay que daros de comer— me contestó con gracia, — ¿por qué lo preguntas?
—Por saberlo, quería saber si ibas a comer aquí o podíamos salir por ahí en la tarde, con las bicis— aclaré.
Se sonrió ligeramente. Le encantaba salir a hacer deporte conmigo, a recorrer kilómetros y kilómetros de carreteras con la bicicleta, quemar grasas y soltar testosterona. A pegarnos una buena “sudada” como le gustaba decir a él. Yo creo que mi padre y yo éramos la pareja perfecta de deportes.
—Pues hoy no, llegaré tarde, pero mañana tengo todo el día libre, revisa las ruedas y los frenos y salimos mañana temprano si quieres—propuso.
“¡Bien, mañana todo el día con mi padre! Eso si que era un gran plan”. Pensé. Cuando estaba con mi padre, era el chaval más feliz del barrio. No creo que ninguno de los chicos de mi zona tuvieran una relación tan estrecha con sus viejos. Es más, casi ni necesitaba amigos, solamente con tener a mi padre cerca ya tenía toda mi vida social resuelta.
Mi madre salió al jardín mientras descansábamos en el césped tomando el sol. Se despidió de nosotros y prometió llamar todos los días:
— Hugo, cariño ¿Has metido mis maletas en el coche?
—Sí mamá, ya está listo— le dije con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi madre me dio un beso en la frente.
—Vuelvo en quince días, pórtate bien y hazle caso a tu padre— Mi padre la agarró así como estaba, en con los bóxers empapados y la pegó un morreo. Qué buena pareja hacían. Se metió en el coche, y salió de casa despacio.  Cuando mi padre se giró, pude notar que su polla había crecido notablemente y recorría gran parte del bóxer ajustado, mostrando una medio erección. Se veía gorda y apetecible. Se sujetó la polla por encima del calzoncillo, se la colocó hacia arriba y me sonrió de oreja a oreja.
—Por fin quedamos solos... Me voy a currar— sentenció mi padre.
La tarde se presentaba aburrida. Con el calor que hacía no apetecía ni salir a la piscina, por lo menos hasta las 9 o las 10 de la noche. Así que comí algo rápido y me tiré en el sofá. En mi entrepierna se marcaba una leve tienda de campaña, los jueguitos con mi viejo me habían puesto cachondo, así que cogí el móvil y empecé a trastear en una de esas aplicaciones de móvil que te señalan los tíos más cercanos que tienes y que buscan rollo. Estuve un rato rebuscando a ver si había alguna polla que mamar o alguien quería venir a mi casa a encularme un rato.
Empecé a ver perfiles: “Activo22, Dotado, XXL, ActivoxActivo,  Macho21…”
“¿Macho21?”… Este mola, pensé.
Escribí al “Macho21”. Después de las presentaciones y de intercambiar alguna foto que otra, me dijo lo que buscaba: “mamona que se trague mi rabo hasta el final”. Me apetecía el plan de mamar una polla y sacarle la leche, aunque también tenía ganas de me la metieran por el ojete un rato.
La conversación con “Macho21” me puso cachondo: Que si le gustaba que se la mamaran primero despacio y luego más rápido, que tenía buena polla y gorda, que no avisaba antes de correrse y que sí era muy lechero. Vamos, todo un espécimen de tío activo que merecía la pena conocer. Me preguntó si tenía lugar, así que dije que estaba libre hasta las diez de la noche por lo menos: “¿Vienes a mi casa? Estoy solo”— Le envié mensaje mientras me acariciaba la polla. “Estoy en el centro”— me contestó, —“tardo 1 hora por lo menos”.
Ya nervioso por tanta excusa le escribí: “Quieres quedar o no. Tengo muchas ganas de comerte el cipote” —insistí.
De pronto sonó el timbre de casa.
¿Quién cojones era un jueves a las seis de la tarde?... Me levanté cabreado y fui hasta la cocina a contestar. “¿Sí?- pregunté entre molesto y curioso a través del citófono.
—Traemos la lavadora— dijo una voz ronca de hombre. Se me había olvidado que hoy traían el cacharro nuevo. Pulsé el botón y abrí la puerta del jardín mientras dejaba mi móvil encima de la mesa de la cocina y salía corriendo a buscar una camiseta y unas bermudas, con la polla tirando del calzoncillo hacia arriba.
Mientras me ponía la camiseta, sonó el timbre de la puerta de casa. “Mierda” pensé “dónde coño he puesto el bañador?” Recorrí con la mirada todo el salón. ¡Joder! estaba en el jardín, lo dejé secando esta mañana. Para entonces mi polla se había bajado completamente, pero notaba la mancha de humedad en el calzoncillo. Volvió a sonar el timbre. Así que me fui corriendo al baño de la planta de abajo, cogí una toalla y me la puse por encima. Abrí la puerta.
Lo que vi me dejó bastante cortado. Eran dos hombres jóvenes, de metro ochenta, con pinta de garrulos “fumapetas”. Ninguno de los dos tendría más de 20 años. Me miraron de arriba abajo. A uno le conocía de vista, de verlo por el barrio con su coche tuneado y su novia “rubia” todo el día pintándose los labios o haciéndose las uñas.
—“Traemos la lavadora”— repitió el que conocía. Caí en la cuenta de que se llamaba Raúl y era hijo del dueño de la tienda de electrodomésticos de la calle principal del barrio. El tipo más chulo, macarra y prepotente de todo el barrio. En el colegio, 3 años mayor que yo, se dedicaba a joder a todo el mundo. Eso sí, conmigo nunca se metió, porque mi padre y su padre eran compañeros de futbolito, y eso era sagrado para ellos.
Raúl era un tío muy ancho, bastante alto, que estaba en el equipo de balonmano de la universidad, aunque hacía casi un año que había dejado de estudiar. Su padre estaba de él hasta las narices, así que le había puesto todo el verano a trabajar en la tienda, de repartidor. Tenía una barba que encajaba una cara de burro tremendo. De pocos amigos. Venía con gotas de sudor por toda la frente.
Llevaba puesta una camiseta roja sin tirantes, de la que se escapaban algunos pelos que se quedaban pegados a sus brazos. Pude percibir que su torso era muy velludo, se notaba en el amplio escote de la camiseta… Llevaba unas bermudas azules de repartidor llenas de bolsillos y considerablemente llenas de cualquier cosa, y unas piernas terriblemente velludas que acababan en unas zapatillas desgastadas y sucias. Sus ojos me miraban curioso, con un gesto medio burlón, medio serio que parecía querer disimular. Hizo que me ardieran los mofletes.
—Iba a ducharme. Pasen…— les dije apartándome para que pudieran entrar.
—Si molestamos, venimos en otro momento” — me espetó su colega, que iba detrás.
A éste no le había visto nunca por aquí. Era ligeramente más alto que Raúl y tenía también el pelo muy corto. La cara morena estaba adornada por una barba descuidada de no haberse afeitado hacía algunos días. Su brazo derecho iba recorrido por un tatuaje de principio a fin, de colores verde, rojo y negro que iba hasta su pecho, haciendo la forma de su cuello y que se dejaba ver a través de una camiseta sudada de tirantes completamente dada de sí. Llevaba un pantalón corto de Adidas, con las clásicas líneas un poco sucio de polvo, zapatillas deportivas de correr.
—No hombre, no… ahora que están aquí, déjenla en la cocina. ¿Tenéis que instalarla?— les pregunté haciéndome el interesante.
Se miraron entre ellos con caras divertidas: “Claro”, señaló Raúl, dejando claro que ahí mandaba él, “claro que tenemos que instalarla”.
—La cocina está ahí delante, hay que quitar la vieja y sacarla a la galería de atrás y poner esta— les ordené. “En mi casa mando yo” pensé… si mi padre lo veía cuando llegara de trabajar y estaba todo listo, se llevaría una alegría… Voy a vestirme y bajo a ayudarles.
Para cuando encontré unos short y volví a la cocina, ellos ya sacaban la lavadora vieja a la galería de atrás. La galería nos servía de cuarto de desahogo en casa y estaba llena de cajas. Tenían dificultades para pasar la lavadora por el marco de la puerta. Intentaban meterla pero se les quedaba encajada. Me acerqué sin hacer ruido mientras maniobraban en la puerta que da a la galería.
— ¿Necesitan ayuda?— dije mientras me acercaba. A su lado me veía como un alfeñique. Probablemente ambos eran el doble de anchos y notablemente más altos que yo. Inspiré una bocanada cachonda del olor a sudor que empezaba a concentrarse y que me recordaba al vestuario del gimnasio, ese olor cargado a testosterona, sudor de macho, olor a pelotas y axilas que se queda pegado en la nariz, pero que no es ni muy fuerte ni muy desagradable. El olor típico de los machos jóvenes que están todo un día de verano cargando muebles y electrodomésticos y que sudan como cabrones con el calor que hace.
—“Vale”— dijo Raúl sonriendo a mi ofrecimiento de ayuda, mostrando una boca perfecta, con labios gruesos y mirada de chico de barrio, con los dientes blancos perfectamente colocados.
—Ponte ahí y levanta desde abajo con nosotros— ordenó señalándome un lateral de la lavadora, justo el lugar donde estaba su compañero intentando levantarla. Le sonreí ligeramente y me coloqué obedientemente justo donde me dijo mientras su compañero me hacía espacio.
El que estaba atrás de mí se puso a mi alrededor muy pegado…
— A la de tres: Una... dos... —recitó el que tenía delante, quien me había indicado donde colocarme. Yo tal y como estaba, agachado, me levanté cuando intuí que iban a decir tres. Así que levante un poco la lavadora y presioné mi espalda contra el pecho del que tenía detrás. Qué situación tan poco masculina, pensé. Iban a creer que era marica... Se hizo un silencio incómodo y Raúl nos ordenó que la volviéramos a bajar.
Noté el calor de su cuerpo y su camiseta de tirantes, ligeramente mojada, rozando mi espalda. Y percibí que el tío que tenía detrás empujaba  suavemente su cadera y rozaba mi culo con su paquete, que noté semiduro. “¡Madre mía!” pensé, o estaba muy salido o ese tío estaba intentando decirme algo sin palabras… En esa posición, pude aspirar el suave olor a sudor que desprendía y que hizo que mi polla se activara repentinamente, sintiendo un enorme calor que recorrió mi cuerpo y provocándome una leve erección. Mis mofletes me ardían.
—Vamos a volver a intentarlo, pero ahora con más fuerza— dijo Raúl.
—Si, ponte exactamente aquí…—, y su compañero me agarró de la cintura y me apretó contra la lavadora. —Ahora cuando yo tire de abajo, tú coges de arriba y haces fuerza hacia ella—, me indicó. A ver si ahora podemos.
Volvimos a intentarlo y cuando Raúl contó tres, sonriendo a su colega, yo hice esfuerzo contra la lavadora, de manera que mi culo golpeó completamente su paquete que ya estaba completamente tieso. Noté un rabo gordísimo que se pegó completamente a la raja de mi culo.
— Uff! No se puede— dije con sinceridad, pensando en escapar de esa situación tan incómoda. El tipo que tenía detrás estaba completamente empalmado con la polla tiesa y ardiente en mi raja.
—Si, si, claro que podemos, haz más fuerza, y presionó su cadera contra mí, apretándome en la lavadora.
Quizás se estaban insinuando o se lo tomaron como una broma para humillarme —pensé—, así que me escabullí por debajo de sus brazos y les dije que había que buscar otra solución.  Era mejor no molestarlos con mis hormonas desatadas, y si pensaban que era marica, probablemente me soltaran un guantazo.
—Mierda Keko, es la primera vez que no podemos mover un bicho de estos…— le dijo Raúl sonriendo al otro que tenía la mano en el paquete sobándose la polla como sin nada.  Así de pie, tenía la polla tiesa, completamente recta dentro del pantalón de Adidas que ofrecía un espectáculo al que nadie podía aludir que no era intencionado.
—Qué calor que hace aquí…Tienes agua fría?— preguntó Raúl.
—Si… claro— asentí, y Raúl, en un salto rápido, cruzó por encima de la lavadora y entró en la cocina de nuevo. Me siguió hasta la nevera.
Abrí la puerta y se puso detrás de mí, a mirar en su interior, por encima de mi cabeza. 
—Ahora que veo... Mejor un par de “birras” que veo que tienes en la nevera. A que apetece una birrita, man”. Le dijo a su compañero con tono de chulería.
—“Claro, una birra mejor que agua, que cojones”— dijo el tío de los tatuajes.
Estuve a punto de decirles que eran de mi padre, pero las vistas y los roces que me estaban pegando bien se merecían una cerveza para esos dos especímenes de machos. Así que, atrapado entre la pared y la puerta de la nevera con el maromo detrás, busqué un par de latas y las saqué.
—“Toma, bien frias” — les dije un poco cortado, con los coloretes de mis mejillas en ese momento ardiendo.
—“Bien, bien, que buenas”— Me agradeció las cervezas frías y me miró fijamente. Me sentía un poco avasallado.
Keko, el de los tatuajes que se manoseaba la polla empalmada y los huevos constantemente,  se sentó encima de la barra de la cocina. Dejando a la vista unas piernotas cubiertas de pelo bien sudadas. El ambiente en esa habitación empezaba a cargarse. Cogió mi móvil que tenía al lado y miró la pantalla.
—“Desde que te has subido a vestir no ha parado de sonar” — dijo mirando a su compañero con una sonrisa en la boca. Leyó en voz alta: “¿Voy a tu casa y te doy polla o no?”. Y pegó un trago bien largo de cerveza.
—“Joder, eso es privado”— Contesté bastante cabreado. “Qué os importa a vosotros”.

A mí nada, dijo Raúl pero mi colega es un cotilla y mientras estabas vistiéndote arriba ha mirado tus mensajes. Por lo visto estabas buscando un rabo que comerte o que te folle.
— “Keko, bórrale la cuenta al niñato”— dijo a su compañero para a continuación mirarme y añadir: “mi colega anda cachondo perdido buscando un agujero donde meterla. Así que ya no tienes que buscar más, ni perfiles ni pollas. Aquí tienes dos tíos con ganas de dar rabo” dijo poniéndose detrás de mí y agarrándome por la cintura.
“Si, si mira como me tienes nano” dijo Keko desde lo alto de la trébede de la cocina y se apretó un bulto que prometía ser enorme y que marcaba perfectamente su forma dentro de los pantalones de Adidas currados de todo el día de trabajo. 
Me quedé mirando a su entrepierna. La verdad es que era bastante apetecible. Tragué saliva.
—Venga, vente, que lo estás deseando — me empujó Raúl hasta su amigo, que me atrapó entre sus piernas. Se levantó la camiseta de tirantes, húmeda del calor y del esfuerzo y dejó a la vista un pecho fuerte cubierto por tatuajes, que desprendía un aroma increíble a semental joven.
—“El cabrón no se ha duchado desde ayer y apesta”—. Dijo su compañero que seguía detrás de mí apretando su paquete contra mi culo. Empezaba a ponerme muy cachondo. —“Espero que no te importe”— dijo mientras me levantaba la camiseta y metía su mano en mi pantalón buscando mi ojete, magreando mis nalgas y dejándolas al aire atrapadas en la cinturilla de mi short.
Keko me agarró de la nuca y puso mi boca contra su axila.
—“Lame”— ordenó. Pasé mi lengua y recorrí su sobaco peludo. Pude percibir ese aroma a macho que me volvía loco, pero que no era desagradable en absoluto. Olía bien, a sudor, pero limpio. Volví a repasarla con suavidad mientras su colega me bajaba los pantalones. Se escupió en la mano y me embadurnó de saliva el ojete.
— ¿Te gusta?— dijo agarrándome con fuerza y restregándome la cara por todo su pecho hasta su otro sobaco sudado.
—Mucho…— contesté, mientras saboreaba el sudor salado de ese macho.
— ¿Cómo te llamas? —me preguntó el de los tatuajes.— Yo soy Keko y el de detrás es mi amigo Raúl— dijo aclarando como si ahora necesitáramos presentaciones.
— “Estás guapísimo, mi amigo quiere violar tu ojete”—, dijo con total normalidad. 
—”Qué suerte hemos tenido de venir aquí hoy, con lo salidos que estamos”— le dijo a su colega, que había sacado su polla y la restregaba por mi culo untándolo de su saliva y su líquido viscoso. De vez en cuando hacía presión a la entrada de mi ojete y paraba, para seguir jugando.
Entonces, se puso de rodillas, bajó mi pantalón corto hasta los tobillos y separó mis nalgas y metió su cara en mi ojete…
—Joder… qué culazo más rico— dijo en voz alta y claramente cachondo — es como el de una virgen— le comentó a su amigo. Pasaba su lengua comiéndome el ojete con voracidad y me mordía las nalgas sin cortarse un pelo. ¡Plaf! sonó una palmada que me hizo dar un respingo contra el pecho del tatuado.
Me deleité comiéndole y mordiéndole los pezones a su amigo, que seguía magreando su polla con una mano y apretándome la cara contra su pecho. Sus areolas estaban rojas del trabajo que le estaba haciendo y a él parecía encantarle. Alternaba las lamidas con aspiraciones profundas su olor corporal y me dejaba llevar por su manaza en mi nuca de un sitio a otro. Noté como me entraba una lengua en el ojete y a continuación un dedo. Ni siquiera podía girarme a ver qué trabajo me estaban haciendo en el culo, porque la mano del tatuado no me dejaba opciones. Empecé a gemir mientras Raúl jugaba con su lengua en mi ano.
Mi ojete dejaba hacerse. Él recorría con habilidad mis zonas más sensibles, mordía mis nalgas, me daba cachetadas que las pusieron completamente rojas. Lamía mi raja de arriba a hacia abajo y la repasaba dejando una capa trasparente húmeda de su saliva, desde donde empezaban mis huevos hasta donde terminaba mi espalda, y se detenía en mi ano, penetrándome con su lengua y moviéndola dentro de él, arrancándome largos suspiros de placer, que ahogaba contra el pecho de su compañero.
Levanté la mirada y vi a Keko, con cara de satisfacción, mirando cómo trabajaba mi culo su amigo. Era guapo, tenía unas facciones duras. Muy masculino, una barba desaliñada de tres días adornaba su mandíbula. No pasaría de 20 años, pero parecía que tenía 27 o 28 de lo desarrollado que estaba físicamente. Me agarró con su mano de la mandíbula y me lanzó un salivazo. Sabía y olía a cerveza. Sonrió.
—”Así… buen chico… ¿Te gusta…?— me dijo con un tono cachondo.
Raúl, que estaba detrás de mí, subió hasta mi oído:
— ¿Quieres que te follemos?— susurró, mordiéndome los hombros y la oreja derecha.
—Claro…— dije sin pensarlo y muy cachondo, mientras él continuaba mordiéndome en el cuello, los hombros, la espalda, dando pequeños mordiscos, dejándome la huella de sus dientes que desaparecía en segundos, quedando sólo una huella roja que demostraba que ahí me estaban dando placer.
La piel de mis nalgas y de mis muslos se puso de gallina con las caricias, los magreos y los mordiscos.
Raúl siguió susurrándome al oído: “…Prepárate que vamos a destrozarte el ojete, estamos muy cachondos…”. Notaba como su corazón latía rápido contra mi espalda. Yo simplemente podía dejar que me hicieran, no podía negarme a disfrutar de lo que esos veinteañeros me tenían preparado.
—“¿Te gusta que la caña?— me dijo Keko mientras saltaba de la barra de la cocina y se ponía de pie enfrente de mí —vamos a tu cuarto— me ordenó.
Cuando salíamos de la cocina el colega abrió la nevera y cogió el pack de 6 latas de cerveza. —“Esto para después”—, dijo sonriendo. Yo a esas alturas estaba completamente entregado a esos dos pedazos de animales, por lo que todo lo que hicieran me parecía bien.
Subimos las escaleras, entramos en mi habitación y cerré la puerta. Se quitaron toda la ropa en menos de 2 segundos.
—“Ven aquí”— me dijo Raúl con su rabo cabezón y grande en la mano, y unos increíbles huevazos colgando que sobresalían de una mata de vello negro y rizado. — “Mámanos la polla para calentar” — continuó, haciendo que me pusiera de rodillas frente a su cañonazo de 21 cm súper ancho. —“Ponnos a tope”— dijo.
Su glande apuntaba a mis labios y soltaba un hilo constante de pre-semen que bajaba por todo su tronco hasta llegar a sus huevos. Con dos dedos lo interrumpió, arrastró la línea de líquido transparente hasta la punta de su rabo, recogió el máximo y me untó los labios con una gran cantidad. Saqué mi lengua y se los dejé limpios. Sus dedos estaban salados, supongo de todo el día trabajando. Apoyó su capullo en la entrada de mi boca y arrastré mi lengua por todo su contorno, repasándolo y dejándolo totalmente limpio y ensalivado. Su glande relucía. Volví a pasar la lengua y dio un suspiro largo y quedo. Casi como el ronquido de un león. Saboreé el increíble sabor a polla de cargar con lavadoras y neveras que llevaba ese tío en su entrepierna. Su mano recorría toda su longitud cubriendo y descubriendo su glande, que abofeteaba mi nariz con su aroma reconcentrado.  Su amigo mientras tanto, se pajeaba lentamente un buen pollote que tenía previamente untado con sus abundantes salivazos.
—“Abre bien la boca, a ver hasta donde puedes tragar— me dijo Raúl. Obedecí y abrí, y poco a poco metió cada centímetro de su rabo en mi boca, hasta llegar al fondo. Yo reprimí una pequeña arcada y encajé mi cara en su pubis cubierto de aromático vello. Así estuve unos segundos y la saqué, dejándola completamente empapada en saliva que salía de mi boca y pasaba a humedecer su rabo. Con mi otra mano pajeaba a su amigo, que miraba al techo concentrado. Una vez tras otra, encajaba su cipote en mi cavidad bucal, y cuanto más adentro, más cachondo se ponía, llegando su polla a una dureza increíble.
—“Ufff, cómo la mama el cabrón!”— le dijo Raúl a su compañero tatuado. —“Esto tienes que probarlo Keko”— quien se puso delante con su miembro preparado para follarme la boca.
—“A ver si es verdad, dale nano” —me increpó para que le diera placer en su rabo.
Así que con mucha devoción empecé a mamar el rabo del Keko, con una vena enorme que le surcaba de abajo arriba y que bombeaba sangre a ese pedazo de bicho. Tenía el capullo brillante y babeante, semicubierto por su prepucio que se retiraba con suavizad sólo con el roce de mis labios. Lustroso y completamente hinchado.  Primero abrí a tope la mandíbula y tragué hasta el fondo, intentando que mi boca fuera como una mano que le hiciera una paja. El sabor de su saliva, mezclado con el liquido seminal y su sudor se me pegaba al paladar y a la lengua. Separó sus piernas, y así arrodillado como yo estaba, me sujetó la cabeza con ambas manos y empezó una suave follada de mi boca, con la polla metida hasta el fondo.
En esa posición, podía ver cómo dos sementales jóvenes se daban placer en sus pollas con la boca de un niñato. Alternativamente lamía  sus pelotas peludas y sudadas, lo que les daba muchísimo placer porque cada vez que las acariciaba con mi lengua, los tíos se ponían más burros y me daban más caña en la boca.
Después de un buen rato de mamar alternativamente sus pollas y sus huevos, Raúl se colocó detrás de mí en cuclillas y apuntó su glande enorme a mi ojete.
— ¿Nos dejas que te follemos?— me preguntó al oído cachondísimo.
— Si, dale…— contesté como tono salido. Mi rabo estaba a punto de estallar.
— ¿Me dejas que te  folle a pelo? —añadió mordiéndome con sus dientes perfectos en mi oreja y echando un suspiro largo al tiempo que su polla se deslizaba en mi raja.
—Déjame que te meta sólo el capullo— me suplicaba. Con sus manos atrajo mi culo hacia él y me senté encima de su polla, que quedó preparada a la entrada de mi ojete. Hice presión hacia abajo y su glande se escondió completamente. Su amigo, que me daba polla, dio un paso adelante y me volvió a meter su rabo. Así como estaba, con un tío delante y otro detrás, no podía moverme. Estaba feliz.

Raúl empujó ligeramente su cadera y su rabo entró un poco más en mi culo, alojándose con facilidad en mi lubricado interior. Se quedó un momento pellizcándome los pezones. Que se endurecían y se ponían rojos. Mientras Keko follaba mi boca y para entonces ya había empezado a subir el ritmo de sus embestidas en mi boca, que soltaban abundantes hilos de saliva y que escurría por la presión a través de las comisuras de mis labios. Mientras sujetaba mi cabeza con fuerza para que no me moviera ni un pelo y así controlar la profundidad de la mamada que le estaba dando.
Hice un esfuerzo por relajarme y el rabo de Raúl, enormemente ancho,  desapareció en mi interior. Ya estaba lleno, por delante y por detrás. Sudábamos copiosamente. Las gotas de sudor de Keko caían sobre mi cara, que resbalaban por mi cuello, y la espalda pegada al pecho ardiente de Raúl. Estábamos bufando y gimiendo como animales en celo, completamente empapados.
—Qué maravilla tío, me lo estoy follando a pelo— le decía a su amigo. Mientras sacaba su rabo y me hacían levantarme.
—“Ponte aquí y échate boca arriba”— me ordenó señalando mi cama.
Me eché en la cama como me había ordenado Raúl, que quería follarme en otra posición, y me levantó las piernas, abriéndolas y dejando mi ojete a su disposición. Subió su rodilla izquierda a la cama y metió su polla en mi interior, hasta el fondo, haciéndome soltar un largo suspiro de placer. Estaba lleno por un tío de un metro ochenta y 21 centímetros de polla. Empezó un bombeo fuerte. Su amigo Keko, se echó en la cama, me agarró la cara y me comió la boca con fuerza. Su boca sabía a cerveza y saliva de macho joven. Era un placer indescriptible. Cogió mi polla que estaba dura como una roca y empezó a hacerme una suave paja. Me arrancaba suspiros de placer que aspiraba en cada morreo que me daba. Estaba en el paraíso, sufriendo unas embestidas profundas del veinteañero que tenía en mi ojete.  De vez en cuando se cambiaba de posición, mientras su amigo me follaba el ojete, para dejar a mi alcance su polla que chupeteaba como un biberón.
Raúl empezó una follada más fuerte, sacándome hasta el glande su rabazo y metiéndola hasta el fondo, con rapidez. De vez en cuando se la ensalivaba para lubricarme bien y que su rabo patinara sin problemas. Tanto era el placer que estaba recibiendo entre mi ano y la paja de su amigo Keko, que mi polla empezó a lanzar chorros de lefa sin control mientras su amigo me pajeaba. Mi torso quedó cubierto de mi propio semen, entre mis jadeos constantes que no podía parar del placer que estaba recibiendo.
Keko, tumbado de lado cerca de mi costado, recogió mi semen y lo arrastró por mi torso sudado, llevándolo a mi boca con cuidado de no desperdiciar ni una gota. Yo chupaba sus dedos grandes y ásperos y de vez en cuando, alternaba con algún beso largo y profundo con lengua, saboreando mi semen. Esto debió de ponerle muy cachondo porque con muchísima rapidez me enchufó su glande en la boca y con una paja suave, empezó a correrse con chorros a mucha presión y muy caliente, que iba tragando como podía. Bufaba como un toro. Las embestidas de su amigo, poderosas, hacían que mi boca acogiera la polla lechera que me estaba regalando una corrida.
Los primeros chorros de semen que encajé fueron largos y pesados. Keko tenía los cojones bien cargados de leche. Después, su polla empezó a combinar goterones gordos y blancos de leche espesa con mucho líquido transparente a presión que rebotaba por toda mi boca. Un enorme sabor a lefa inundó mi paladar, y pude experimentar lo que era el sabor de la leche de un chaval joven con unos huevos bien cargados.
—Déjame que me corra dentro de ti, por favor, que nunca me dejan— me dijo Raúl mientras me bombeaba con fuerza entre jadeos.
Según se acercaba su orgasmo, y sin hacer amago de apartarme, apreté más mi ojete como dándole consentimiento para llenarme de leche el culo. Empezó un bombeo rápido y noté como su pollón se hinchaba dentro de mí. Descargó toda su leche en varias pulsaciones, que dejó mi ojete dilatado y lleno por dentro. Siguió bombeando mientras yo degustaba la leche que me había regalado su amigo en la boca.
Ni un respiro. Increíblemente, por raro que me parezca, sus cipotes seguían empalmados. No habían decrecido ni un milímetro ni perdido un ápice de potencia. Entonces, cambiaron de papel: Keko se puso en mi ojete y empujó para meterme la polla y follarme, turnándose con su amigo.  Raúl subió a la cama y se echó a mi lado, encajándome su rabo lleno de los restos de su leche en la boca. Lo devoré en un instante.
— “Así mi niño, muy bien, quiero mi polla bien limpita”— me dijo agarrándome del pelo.
Keko metió su rabo gordo y duro en mi culo, y chapoteó en la leche de su amigo, que salía a chorros por mis nalgas hasta empapar mi colchón. Entonces, empezó un mete-saca fuerte y muy cañero.
En un principio me asusté un poco, porque se acababan de correr y pensé que tardarían en correrse un buen rato, y no me equivocaba, porque la segunda ronda duró por lo menos más del doble de lo que había durado la anterior. Era increíble el aguante de estos tíos, ni siquiera habían parado ni un momento.
Para entonces mi habitación era una leonera con dos machos follándome, un olor a hombre, a sudor y a lefa indescriptible que lo inundaba todo. Mi boca estaba adormecida y mi culo empezaba a escocerme.
Así que Keko sacó su polla, me hizo a un lado y se tumbó en mi cama, todo lo largo que era, empapándola con su sudor. Me hizo un gesto con ambas manos para que me subiera encima de él. Obedecí, quería echarse y que yo me follara su rabazo. Me senté encima de él y busqué con mi mano su gordo aparato para atraerlo a mi ojete.
Tampoco me dejó hacer mucho más porque mientras yo lo apuntaba con mi mano, a ciegas contra mi ojete, me abrazó con fuerza atrayéndome contra él, y me enculó sin miramientos, haciendo fuerza con su cadera y manteniéndome inmovilizado. Me morreó y empezó a darme caña, dejándome mi culo completamente estático a su voluntad,  con su fuerte abrazo, y moviendo su cadera de forma rítmica y profunda, llenándome en mi interior. Mi culito, comparado con el rabo que estaba entrando en mi interior, de principio a final, en un mete-saca cañero y sin miramientos, parecía el culo de un chiquillo en relación al pedazo de tío que tenía debajo.
Busqué su boca y mordí sus labios. Nos morreábamos con pasión, cuando su colega, se subió a la cama por detrás de mí, empezó a intentar meter su pollote en mi ojete, intentando una doble penetración.
 
—Uff…Nooo…duele mucho— me quejé a Keko, quien me miró a los ojos y apretó más su abrazo, manteniéndome más preso contra él.
—No pasa nada niño, duele al principio, verás que todo va a ir bien, te gustará— me tranquilizó.
—No sé si estoy preparado para dos pollas tan grandes— le contesté, mirándole con cierta preocupación.
—Tu culo dilata, está lleno de la leche de este y te va a costar poco… Relájate— y volvió a comerme la boca.
Entonces Raúl hizo un segundo intento de meterme su rabo, pero mi ojete no daba más de sí. La leche de su corrida anterior resbalaba por todo el tronco de la polla de Keko y llegaba a sus huevos. Con mi mano recogí lo que pude y unté la polla de Raúl que entendió la indirecta.
—” ¿Ves cómo le mola? …Quiere que se la meta… Para un poco tío, deja de encularle que sino no puedo metérsela al cabrón”— le dijo a su colega, que no había parado ni un momento en su mete-saca.
Raúl agarró mis nalgas y me subió al máximo, justo en el limite para que no se saliera la polla de su colega de dentro de mí, recogió los restos de la corrida anterior del rabo de su amigo, y se embadurnó la polla con su propia lefa. Con la mano pringosa, la llevó a mi boca y me la tapó. Yo saboreé los restos de lefa que tenía. Entonces, apoyó su glande en la entrada de mi ojete y presionó. Mi culo empezaba a dilatarse con los esfuerzos, y su rabo empezó a perderse dentro de mí. Ahogué un grito en su mano.
Ya tenía dos pollas dentro. Algo que para mí era totalmente nuevo. Me relajé del todo y me dejé caer totalmente fláccido en el torso sudado de Keko, que estaba feliz al notar el roce de mi culo y de la polla de su amigo y empezaba una suave enculada con el fin de que me acostumbrara las dos pollas que me llenaban. 
Raúl se tumbó encima de mí y apretó su cadera contra mi ojete, enterrando por completo sus pollas, que se movían acompasadas. Estaban dándome un placer indescriptible. Mientras Keko me comía la boca con muchísima pasión.
Alternaban dos tipos de movimientos, algunos ratos, acompasados, metían sus pollas al mismo tiempo en mi interior, y las sacaban casi hasta el borde, dejando asomar una pequeña parte de sus glandes hinchados. Otras veces, mientras Keko me la encajaba hasta el fondo, Raúl aprovechaba para sacarla, y alternativamente, mientras uno hacía el movimiento de saca el otro metía su rabo hasta el final. Eran dos sementales en celo, que o bien tenían mucha experiencia haciendo eso, o habían nacido para follar.

Los gemidos roncos de Raúl contra mi nuca y los besos y suspiros de Keko, junto con mis jadeos constantes, hacían que la escena de dos maromos veinteañeros follándose a un chavalín como yo, fuera impactante. A mi empezaban a escasearme las fuerzas, y como un muñeco de trapo me dejaba hacer entre esos dos hombres. 
Entonces Raúl se dedicó cachondo perdido a morderme en los hombros y en el cuello, dándome tanto placer que, con el sólo roce de mi polla en la barriga de su amigo, me volví a correr sobre él por segunda vez.
Con cada chorro que salía de mi polla y con cada espasmo, mi ano se contrajo, de forma que ellos, animándose en el placer que me estaban dando, aceleraron la follada, Las dos pollas entraban y salían de mi ojete al unísono o alternadamente, y chapoteando en la leche de la anterior corrida, Keko no pudo más, me apretó contra él, casi asfixiándome, dejándome sin aire y me llenó de su leche. La sensación de la leche caliente de su compañero de follada fue tan placentera, que el capullo de Raúl se hinchó dentro de mí y me regaló una corrida con embestidas fuertes, desplomándose contra mí y enculándome como si no hubiera mañana. Casi pierdo la consciencia.
Se quedaron dentro de mi un buen rato todavía, saboreando el momento, sin sacar sus pollas que no habían perdido la dureza, moviéndose suavemente, apretando sus caderas y disfrutando de mi enrojecido y ancho ano.
—“Has nacido para que te follemos nene”— me decía Raúl mientras se pasaban mi boca para morrearme alternativamente. Los besos que me dedicaban eran profundos, de agradecimiento.
Cuando salieron de mí, y me aparté de ellos, el calor en la habitación era descomunal. Y tal era la temperatura, que mis piernas me fallaron y me tuve que tumbar en la cama boca abajo, para descansar, pegando mi nariz al pecho de Keko que me recibió con unas increíbles caricias por toda la espalda y sonidos de tranquilidad.
Raúl cogió sus slips del suelo, completamente usados, y limpió los restos de lefa que había en el cuerpo de su amigo, la que salía a borbotones de mi ojete de sus tres corridas y la que quedaba en sus vergas y me los lanzó a la cara totalmente empapados en sus lefazos:
— “Toma, son de mercadillo viejos, pero te los quedas de recuerdo. Van bien cargaditos de lefa… Y si te esperas un rato más, nos pajeamos en ellos para dejarte un buen recuerdo y que te la casques esta noche”— dijo con mucha gracia.
—Pero mejor se la casque en la cama, porque lo que es sentarte no sé si podrás hoy— dijo Keko completando la broma de su amigo.
Cuando Raúl acabó de limpiar los restos de lefa que salían de mi ojete con sus slips, nos quedamos los tres relajados en la cama. Me acariciaban el pelo, me morreaban alternativamente y me apretaban entre ellos. Dos folladas y todavía no se habían cansado. De vez en cuando bajaba a sus pollas y las lamía, o chupaba sus huevazos y sus glandes, todo su tronco, metía mi lengua entre sus ingles y sus cojones.
—Cuando quieras que vengamos y repitamos, nos lo dices— me dijo Keko apoyando su frente contra la mía, y dándome un suave beso en mis labios.
—Eso, estás muy bueno chaval— dijo Raúl confirmando la propuesta de su amigo. — Apúntate nuestro teléfono y deja de entrar a chats de mierda de esos, que aquí tienes dos machos para una buena temporada— y los dos se echaron a reír.
Nos relajamos tanto que el tiempo pasó volando. Miré el reloj y eran casi las diez de la noche. Di un respingo.
— ¿Qué pasa? — me preguntó Raúl.
—“Mi padre, va a volver y estamos todavía así. ¡Y la lavadora sin montar!”— le expliqué con nervios evidentes.
— ¿A qué hora llega tu padre?— me preguntó Keko, con tono de preocupación.
—Sobre las 10:20 más o menos— dije.
—Bueno, si llega a las 10:20, todavía tenemos tiempo para una mamadita rápida, ¿no?—contestó.
—No… joder!, que habéis dejado sin montar la lavadora y la otra está en medio de la puerta y mi padre está al llegar. No me dejéis este marrón.
—Bueno, la otra la podemos sacar en cualquier momento, la atascamos a propósito para que nos tuvieras que ayudar y poder rozarte las pollas— me dijo mientras se cascaba lentamente la polla que empezaba a crecer otra vez.
Estaba indeciso, por un lado me daba miedo de que mi padre entrara en la habitación y me pillara cubierto de semen y entre dos tíos. Pero por otro lado, siempre había pensado que a un macho, que ha sido generoso con su polla y que te ha premiado con su leche, que se ha dado placer en ti y que ha disfrutado compartiendo su rabo contigo, había que atenderle siempre. Que nunca se le podía decir que no.
—Venga, que nos corremos rápido, dale— insistió Raúl, dándome un morreo.
Se incorporaron y se quedaron de rodillas en mi cama. Yo me puse entre los dos, dándoles la última mamada. Sus pollas volvían a estar duras y tiesas como si nada, babeando por sus glandes, brillantes y lustrosos y yo volvía a alternarme entre sus rabos, sus huevazos y sus sobacos. Disfrutaban bastante, porque mientras se la comía a uno, el otro se pajeaba con ganas mirando la escena de un rubiete pequeñajo mamando semejantes rabos morenos.
—Uff tio, me voy a correr. Como me pone este niñato— le dijo Raúl a Keko. —Venga, tráeme los gallumbos que te he dado que te los voy a lefar para que te los quedes de premio— me dijo jadeando. 
En medio de esa leonera me puse a buscar los calzoncillos, pero mientras los buscaba, Raúl que no se aguantó, empezó a correrse, cogiendo mi libro de matemáticas que estaba encima de la mesita, y soltó ocho o nueve trallazos de lefa bien cargada en la portada del libro, que estaba plastificada.
Keko, que lo vio, hizo lo propio, dejó también su leche, que se mezcló con la anterior. El primer chorro cruzó la portada de lado a lado, y pringó de goterones de leche todo a su paso. Los otros cinco o seis, que caían de su glande hinchado y rojísimo a borbotones se unieron a los demás.
—Joder, cabrones, mi libro de mates!—Dije exaltado viendo que habían dejado el forro de plástico completamente pringado y blanco de su leche.
—“No te preocupes, mira”— Keko cogió un vaso vacío de la mesilla y puso el libro encima, escurriendo la leche que se arrastraba abundante por la portada. Casi llenan medio vaso. Me miró sonriente y dijo:
— “Ven, que aquí tienes tu cena”— Yo, cachondísimo, me acerqué a ellos. Me cogió del pelo, tiró de mi cabeza hacia arriba y puso el vaso delante de mi boca, mientras Raúl recogía con su mano los restos de lefa del libro y me los restregaba por la cara. Keko dejó caer el primer chorro de leche en mi boca desde el vaso a una buena altura, que tragué con deleite. Me miraban absortos, cuando de pronto, el coche de mi padre aparcó delante de casa.
Me quedé paralizado. — ¡Mi padre!...— Busqué como pude entre mi ropa y me puse lo primero que pillé. Estaba cubierto de semen y mi cara y mi cuerpo estaban rojos de la caña que estos tíos me habían dado. ¡Llegó y nos va a pillar…!— les dije mirando. Nunca había visto a unos tíos tan grandes tragar saliva con tanta preocupación.
— ¡Cojones… vestiros y no os mováis de aquí!— les ordené. Al instante, buscaron su ropa y se la pusieron.
— ¡Hugo, ya estoy de vuelta! — Dijo mi padre dando un portazo a la entrada de casa. — ¿Dónde estás? Ufff!, la puta, estoy reventado— murmuraba de camino al salón.
Observé desde el hueco de la escalera que mi padre se iba directo al sofá y se ponía el partido del Real Madrid en la televisión. Se abrió de patas y se llevó una mano a su paquete, rascándose los cojones. 
Nervioso y casi temblando, bajé y le saludé  desde la puerta del salón.
—Hola viejo. ¿Qué pronto has venido? — dije aparentando seguridad.
— Qué pasa… que no quieres ver a tu papá, ¿cabroncete? Vente conmigo aquí a ver el partido. ¿Qué hay de cenar? — me preguntó sin quitar ojo de la tele, mientras rascaba sus huevos con total relajo. El león estaba en su reino. Lo que no sabía es que a su hijo le habían estado pegando una follada dos tigres arriba toda la tarde.
—Voy a hacer la cena ahora— dije yéndome a la cocina, para evitar que me viera. — Creo que mamá  ha dejado pizzas en la nevera listas para el horno. ¿Te apetecen?
—Lo que tú hagas está bien. Estoy reventado del curro— y continuó viendo el partido.
Me fui a la cocina y cogí un trapo de cocina para limpiarme los restos de leche que tenía en la cara. Uf!, qué mal rollo. Mientras estaba secándome la frente y el cuello, que los tenía empapados, me fijé que me había puesto los calzoncillos del revés. Qué desastre! La lavadora seguía en medio de la cocina, saqué una pizza de su envoltorio y la metí en el horno, a la velocidad del rayo.
Mi padre me sorprendió agachado frente al horno, poniéndolo a 180 grados.
— ¿Qué coño ha pasado aquí? — oí que decía mi padre en medio de la cocina.

—Nada, papá,  la lavadora, que han traído la nueva y no la han podido instalar. Pero mañana vienen a primera hora a colocarla, les faltaban piezas.
—Ostia Hugo… ¿Y cómo dejas que esto quede así, manga por hombro?— dijo mi padre echándome la bronca.
—A ver papá, se han ido, no podía hacer nada.
—Anda capullo, ayúdame a sacar esto y a colocar la nueva en su sitio— me miró extrañado por estar en calzoncillos y con la cara notablemente roja y húmeda.
— ¿A qué hueles…? — me dijo recorriendo mi cuerpo con su mirada y clavándome finalmente sus pupilas en mis ojos.
—No huelo, he estado haciendo pesas en la habitación— le dije envalentonado.
—Pues apestas a obrero de la construcción, dúchate guarro, que eres un guarro— me contestó serio.
—Claro papá, ahora me iba a duchar antes de que llegaras.
—Y se ve que te la has cascado y que no te has limpiado— soltó con una carcajada sonora. — ¡Tienes la tripa cubierta de corrida, marranazo! — Y me dio un empujón contra la lavadora. — ¡Deja de cascártela que te vas a quedar enano!— Me dijo sonriendo. Yo me mostré avergonzado, pero en realidad estaba satisfecho porque ni se imaginaba la historia que había vivido.
Cuando acabamos de mover la lavadora, mi padre se quedó mirando fijamente mi cuello, había restos de semen seco de alguna corrida. No hizo ningún comentario. Después de intentar mover la lavadora, y dejarla en la galería trasera, cruzamos las miradas, yo tímidamente intentaba escapar de sus ojos de curiosidad. Se fue directo a la nevera.
— ¿Y las cervezas? ¿Había seis? ¿Te las has bebido?!— me preguntó en un tono de verdadero cabreo y sorpresa.
—No que va... dije dudando. Se habrán acabado — le contesté.
—Los cojones… las compró tu madre esta mañana. Oye, Hugo, ¿Qué coño pasa aquí?… Apestas a sudor, estás pringoso, tienes la cara roja, faltan todas las cervezas menos dos que están aquí empezadas. ¿Has hecho una fiesta?
—“No que va, papá, simplemente invité a los de la lavadora a una cerveza por el calor”— No se quedó muy satisfecho con la respuesta.
—Bueno, me voy a duchar. Coge 20 euros de mi cartera y vete al “24 horas” a comprar cervezas. Mientras ya atiendo yo la pizza que hay en el horno, me ordenó mi padre...
—Ve tú y mientras me ducho yo — le dije para evitar que subiera al piso de arriba, donde estaban escondidos los repartidores.
—Una mierda, estoy cansado. Ve tu y ni me contestes, que mira el desastre que hay aquí montado. Los cojones con el niño.
Qué marronazo —pensé—. Estaba todo saliendo mal. Me puse el bañador que tenía en el jardín, cogí los 20 euros y tal cual estaba, descalzo me fui al chino de la esquina a coger un pack de cervezas, rezando porque mi padre no entrara en mi habitación y se encontrara con mis nuevos amigos.
Había recorrido media calle cuando se puso a mi altura la furgoneta de los repartidores.
—“Chsst, Chsst, ¿Cómo es que te llamas, nano?”— me dijo el que iba en el asiento del copiloto.
—“Hugo, me llamo Hugo. ¿Por dónde habéis salido?” —les pregunté sorprendido al encontrármelos en la calle.
—Soy Keko... ¿Lo has pasado bien cabroncete? Yo todavía tengo la polla morcillona— me dijo mientras yo caminaba y la furgoneta me seguía a mi misma altura.
Me lo he pasado de puta madre tíos. Pero mi padre casi nos pilla. Por poco me da un infarto. Suele trabajar hasta tarde, así que cuando queráis podéis venir a verme, dije andando más despacio hasta quedarme parado en la esquina, justo donde estaba el chino 24 horas.
—Bien nano, te hemos dejado los teléfonos apuntados en una tarjeta de la empresa en tu habitación. Llámanos. Podemos quedar siempre que quieras polla o siempre que queramos darte polla, si te parece bien. Si quieres podemos follarte ahora en la parte de detrás de la furgón—me dijo todavía cachondo, mostrando una sonrisa perfecta en esa cara de cabrón.
Me quedé sorprendido de que tuvieran ganas todavía de seguir follando.  —“No joder. Que mi padre me espera. Mañana os llamo y repetimos”— contesté resignado.
—Vale, podemos recogerte después del reparto e irnos en la furgoneta a un descampado a destrozarte el ojete. Nos gustas mucho— aseguró convincente.
—Ok, mañana os llamo — dije queriéndome quitármelos de encima.
Lo cierto es que los cabrones estaban buenos. ¿Cómo era posible que les gustara a dos tíos chulos de barrio héteros? Cuando se despidieron de mi, entré en la tienda. El chino me miró extrañado por el aspecto que llevaba. Supongo que llevaba un cartel puesto de “acabo de ser follado por dos tíos en mi casa”. Rápidamente cogí un pack con 6 latas de cerveza de la nevera y una coca-cola. Estaba muerto de sed. Nueve euros con cincuenta. “Menuda clavada”— pensé—. Iba medio dolorido y con agujetas a casa por la calle, bebiéndome la coca-cola y pensando en la follada que me habían metido esos dos maromos. Entré en casa.
—” ¿Papá? ”— pregunté en voz alta al cerrar la puerta. Nadie contestó. Me acerqué al salón pero mi padre no estaba. El partido de fútbol sonaba de fondo en la tele. Pasé por la cocina y vi que la pizza ya estaba hecha, así que apagué el horno y lo abrí para que no se quemara. “¿Papá?” repetí en voz alta desde la cocina. Supuse que estaría en la ducha. Mientras intentaba pensar qué excusas darle a mi padre escuché pasos en la planta de arriba y me asomé a las escaleras. Mi padre me llamó desde el pasillo.
—“Hijo, sube”—  dijo sin ningún tono especial.
Recorrí las escaleras y miré en su habitación, la primera del pasillo y no estaba. Me acerqué con cautela a mi habitación. Mi padre estaba sentado en mi cama… Tenía el libro de matemáticas, los calzoncillos del repartidor llenos de leche, el vaso con las corridas y una tarjeta.
— ¿Qué es esto, Hugo?— dijo señalando los objetos. Cogió la tarjeta y leyó: “Llámanos cuando quieras que te demos rabo, Raúl y Keko”.
Me quedé de piedra. No sabía por donde empezar. Mi padre me miraba con cara de preocupación.
—“Papá”— dije medio sollozando. —No sé qué decir. Vinieron...
—Cállate, no quiero más mentiras. Esto huele a prostíbulo, está todo completamente lleno de restos sexo. El libro está pringado de semen, tienes un vaso con corridas y unos calzoncillos sucios completamente empapados que apestan.
Lo cierto es que parte del olor se había disipado y quedaba una especie de mezcla entre aroma a gimnasio y sexo.
—Papá— dije reprimiendo un llanto. Pero no me salían más palabras.
— ¿Qué pasa?...  ¿Te dedicas a follarte a todo el vecindario? ¿O sólo a los repartidores de electrodomésticos?... ¿Qué hemos hecho mal para que te comportes así? —dijo con mucho cabreo y decepción…
—Dúchate y baja al salón— Te quiero en 10 minutos abajo para que me expliques algunas cosas…
Cerró la puerta de un portazo y se fue.



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