LOCURAS
DE UNA TARDE DE VERANO…
ENVIADO
DESDE ESPAÑA…
—“¿Por
qué este verano hacía tanto calor?”— pensé mientras sacaba las maletas al coche
de mi madre. Llevaba la camiseta empapada y empezaba a desprender un ligero
olor a sudor que ya podía a notarse a cierta distancia. “Luego me baño en la
piscina a ver si me quito este calor insoportable”, pensé para mis adentros.
El
termómetro de la calle marcaba 36 grados, y sólo eran las 12 de la mañana. Mi
padre se asomó al porche de casa. Estaba en ropa interior, sudando copiosamente
también, marcando un paquete bien contundente en sus ajustadísimos bóxers que
por lo menos eran dos tallas menos.
Yo
no me cortaba y le miraba descaradamente, porque en realidad lo que a mi padre
le gustaba, y siempre le había gustado, es que admiraran su cuerpazo de
espécimen de macho como ya no existen.
Era
un tío imponente, un morenazo de película. Su cuerpo bronceado de horas al sol
era pura firmeza. La fibra de sus horas de ciclismo, con unos muslos tremendos
recorridos por una suave capa de vello que apetecía acariciar. El bóxer le
quedaba ajustadísimo, tanto que se marcaba notoriamente la forma de su rabo
gordo, ladeado y con la humedad de su cuerpo, una capa de sudor hacía que se
transparentara ligeramente la silueta de sus cojonazos. Una curva que se
apreciaba rosa marcaba perfectamente su capullo, redondo y gordo. El vientre plano, velludo y esos pectorales,
los bíceps hinchados de horas de gimnasio, apretaban unas axilas masculinas que
se adentraban en la oscuridad y que apetecía lanzarse a lamer a todas horas. El
sudor le hacía líneas en su pecho y en su barriga y caía por la gravedad desde
su cuello hasta sus pectorales.
Si
tuviera que poner un ejemplo de tío perfecto, elegiría sin duda a mi padre.
Sencillamente era el hombre al que me quería parecer. Cada gesto que hacía,
cada mirada o palabra que soltaba por esa boca cervecera era sinónimo de “soy
un tipo masculino, sin complejos, follador y semental”. Sus movimientos eran la
demostración de que la testosterona en estado puro crea belleza también.
Por
desgracia yo no tenía nada que ver con él. Rubito, blancuzco y al menos 20
centímetros más bajo que él, un canijo a su lado que quería parecer un hombre,
y al que todavía no le salía ni barba.
Y
ahí estaba, rascándose su pelo despeinado de recién levantado, marcando un bíceps
tremendo y dejando ver una axila húmeda,
en medio de la terraza que daba al jardín con las piernas abiertas y con
una mano por dentro del bóxer intentando colocarse los huevazos, mientras
miraba cómo cerraba el portón del auto
de mi madre.
—
¿Has ayudado a tu madre a llevar las maletas? —Me preguntó con cara de sueño
mientras sacaba su mano de su paquete y se rascaba un abultado pectoral
descaradamente. — ¡Demonios qué calor! — dijo serio.
—Si
papá, las he dejado en el maletero junto a las dos bolsas. ¿Por qué se va hoy?
Si hasta la semana que viene no tiene que estar allí.
—Tus
tíos quieren que vaya para acabar con el papeleo cuanto antes— contestó con
tono resignado.
Me
quedé mirando fijamente la contundencia de su cuerpo. Ligeras gotitas adornaban
todo su torso, y los vellos que recorrían sus pectorales estaban húmedos y
empezaban a pegarse a los pezones. Subí despacio los escalones mirando sus
facciones definidas y masculinas, y la barba de varios días que adornaban una
cara perfecta.
—¿Oye
papá, qué pasa, que no había ropa para ponerte hoy?— Le dije entre risas,
mirándole a los ojos directamente. Soltó una carcajada.
—Qué
dices, con el calor que hace, estoy en la gloria—. Se acercó a mí y me dijo con
tono serio: “Apestas a troll ¿no te has duchado hoy o qué?”, sentenció con una carcajada sonora.
—No—
dije entre risas, un poco avergonzado. Reconocía que era posible que
desprendiera un ligero olor a sudor.
—Voy
a tirarme a la piscina pero ya— y le pegué un empujón con todo mi cuerpo que
hizo que se tambaleara.
—
¡Será posible! ¡Qué cabrón!— Como un rayo, me agarró de la cintura mientras
intentaba escapar, me levantó en el aire gritando dijo: “¡Qué guarrete es el
niño, a bañarse que huele a león!”.
Recorrió
los 10 metros que separaban el portico de la piscina, y dando un salto, con la
camiseta puesta, me lanzó al agua con él provocando una ola impresionante. Así
estuvimos un rato, entre risas y carcajadas, chapoteando, subiendo al borde de
la piscina y saltando de cabeza. O subiéndome a sus hombros. Cuando salía del
agua podía ver cómo su polla, morcillona, y sus cojones enormes, colgaban
dentro del bóxer que se le pegaba como una segunda piel, transparentando un
pedazo de tranca morena y una buena mata de pelo. Yo lo miraba hipnotizado. Su
masculinidad ejercía en mí un influjo que no podía resistir.
De
vez en cuando, mientras me zafaba de sus aguadillas, aprovechaba para rozar su
paquete con mi mano, o agarrarle directamente de la polla y de los huevos, que
apenas cabían en mi mano, para que me soltara. Su paquete era sólido, un rabo
gordo y unos huevos bien pesados. Yo apretaba sin cortarme un pelo, para
hacerle daño. Él se quejaba: “¡Para cabrón, que me estás apretando las
pelotas!”…Y seguíamos jugando entre risas.
Cuando
se cansó de hacer el tonto conmigo, salió, se tiró en el césped y se quedó
tumbado boca arriba, abierto de piernas y brazos al sol. Yo me acerqué al borde
de la piscina y jadeando de los esfuerzos y de los juegos acuáticos.
—
¿Hoy trabajas, papá?” — le pregunté.
—Si
hijo, hay que daros de comer— me contestó con gracia, — ¿por qué lo preguntas?
—Por
saberlo, quería saber si ibas a comer aquí o podíamos salir por ahí en la
tarde, con las bicis— aclaré.
Se
sonrió ligeramente. Le encantaba salir a hacer deporte conmigo, a recorrer
kilómetros y kilómetros de carreteras con la bicicleta, quemar grasas y soltar
testosterona. A pegarnos una buena “sudada” como le gustaba decir a él. Yo creo
que mi padre y yo éramos la pareja perfecta de deportes.
—Pues
hoy no, llegaré tarde, pero mañana tengo todo el día libre, revisa las ruedas y
los frenos y salimos mañana temprano si quieres—propuso.
“¡Bien,
mañana todo el día con mi padre! Eso si que era un gran plan”. Pensé. Cuando
estaba con mi padre, era el chaval más feliz del barrio. No creo que ninguno de
los chicos de mi zona tuvieran una relación tan estrecha con sus viejos. Es
más, casi ni necesitaba amigos, solamente con tener a mi padre cerca ya tenía
toda mi vida social resuelta.
Mi
madre salió al jardín mientras descansábamos en el césped tomando el sol. Se
despidió de nosotros y prometió llamar todos los días:
—
Hugo, cariño ¿Has metido mis maletas en el coche?
—Sí
mamá, ya está listo— le dije con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi
madre me dio un beso en la frente.
—Vuelvo
en quince días, pórtate bien y hazle caso a tu padre— Mi padre la agarró así
como estaba, en con los bóxers empapados y la pegó un morreo. Qué buena pareja
hacían. Se metió en el coche, y salió de casa despacio. Cuando mi padre se giró, pude notar que su
polla había crecido notablemente y recorría gran parte del bóxer ajustado,
mostrando una medio erección. Se veía gorda y apetecible. Se sujetó la polla
por encima del calzoncillo, se la colocó hacia arriba y me sonrió de oreja a
oreja.
—Por
fin quedamos solos... Me voy a currar— sentenció mi padre.
La
tarde se presentaba aburrida. Con el calor que hacía no apetecía ni salir a la
piscina, por lo menos hasta las 9 o las 10 de la noche. Así que comí algo
rápido y me tiré en el sofá. En mi entrepierna se marcaba una leve tienda de
campaña, los jueguitos con mi viejo me habían puesto cachondo, así que cogí el
móvil y empecé a trastear en una de esas aplicaciones de móvil que te señalan
los tíos más cercanos que tienes y que buscan rollo. Estuve un rato rebuscando
a ver si había alguna polla que mamar o alguien quería venir a mi casa a
encularme un rato.
Empecé
a ver perfiles: “Activo22, Dotado, XXL, ActivoxActivo, Macho21…”
“¿Macho21?”…
Este mola, pensé.
Escribí
al “Macho21”. Después de las presentaciones y de intercambiar alguna foto que
otra, me dijo lo que buscaba: “mamona que se trague mi rabo hasta el final”. Me
apetecía el plan de mamar una polla y sacarle la leche, aunque también tenía
ganas de me la metieran por el ojete un rato.
La
conversación con “Macho21” me puso cachondo: Que si le gustaba que se la mamaran
primero despacio y luego más rápido, que tenía buena polla y gorda, que no
avisaba antes de correrse y que sí era muy lechero. Vamos, todo un espécimen de
tío activo que merecía la pena conocer. Me preguntó si tenía lugar, así que
dije que estaba libre hasta las diez de la noche por lo menos: “¿Vienes a mi
casa? Estoy solo”— Le envié mensaje mientras me acariciaba la polla. “Estoy en
el centro”— me contestó, —“tardo 1 hora por lo menos”.
Ya
nervioso por tanta excusa le escribí: “Quieres quedar o no. Tengo muchas ganas
de comerte el cipote” —insistí.
De
pronto sonó el timbre de casa.
¿Quién
cojones era un jueves a las seis de la tarde?... Me levanté cabreado y fui
hasta la cocina a contestar. “¿Sí?- pregunté entre molesto y curioso a través
del citófono.
—Traemos
la lavadora— dijo una voz ronca de hombre. Se me había olvidado que hoy traían el
cacharro nuevo. Pulsé el botón y abrí la puerta del jardín mientras dejaba mi
móvil encima de la mesa de la cocina y salía corriendo a buscar una camiseta y
unas bermudas, con la polla tirando del calzoncillo hacia arriba.
Mientras
me ponía la camiseta, sonó el timbre de la puerta de casa. “Mierda” pensé
“dónde coño he puesto el bañador?” Recorrí con la mirada todo el salón. ¡Joder!
estaba en el jardín, lo dejé secando esta mañana. Para entonces mi polla se
había bajado completamente, pero notaba la mancha de humedad en el calzoncillo.
Volvió a sonar el timbre. Así que me fui corriendo al baño de la planta de
abajo, cogí una toalla y me la puse por encima. Abrí la puerta.
Lo
que vi me dejó bastante cortado. Eran dos hombres jóvenes, de metro ochenta, con
pinta de garrulos “fumapetas”. Ninguno de los dos tendría más de 20 años. Me
miraron de arriba abajo. A uno le conocía de vista, de verlo por el barrio con
su coche tuneado y su novia “rubia” todo el día pintándose los labios o
haciéndose las uñas.
—“Traemos
la lavadora”— repitió el que conocía. Caí en la cuenta de que se llamaba Raúl y
era hijo del dueño de la tienda de electrodomésticos de la calle principal del
barrio. El tipo más chulo, macarra y prepotente de todo el barrio. En el
colegio, 3 años mayor que yo, se dedicaba a joder a todo el mundo. Eso sí,
conmigo nunca se metió, porque mi padre y su padre eran compañeros de futbolito,
y eso era sagrado para ellos.
Raúl
era un tío muy ancho, bastante alto, que estaba en el equipo de balonmano de la
universidad, aunque hacía casi un año que había dejado de estudiar. Su padre
estaba de él hasta las narices, así que le había puesto todo el verano a
trabajar en la tienda, de repartidor. Tenía una barba que encajaba una cara de
burro tremendo. De pocos amigos. Venía con gotas de sudor por toda la frente.
Llevaba
puesta una camiseta roja sin tirantes, de la que se escapaban algunos pelos que
se quedaban pegados a sus brazos. Pude percibir que su torso era muy velludo,
se notaba en el amplio escote de la camiseta… Llevaba unas bermudas azules de
repartidor llenas de bolsillos y considerablemente llenas de cualquier cosa, y
unas piernas terriblemente velludas que acababan en unas zapatillas desgastadas
y sucias. Sus ojos me miraban curioso, con un gesto medio burlón, medio serio
que parecía querer disimular. Hizo que me ardieran los mofletes.
—Iba
a ducharme. Pasen…— les dije apartándome para que pudieran entrar.
—Si
molestamos, venimos en otro momento” — me espetó su colega, que iba detrás.
A
éste no le había visto nunca por aquí. Era ligeramente más alto que Raúl y
tenía también el pelo muy corto. La cara morena estaba adornada por una barba
descuidada de no haberse afeitado hacía algunos días. Su brazo derecho iba
recorrido por un tatuaje de principio a fin, de colores verde, rojo y negro que
iba hasta su pecho, haciendo la forma de su cuello y que se dejaba ver a través
de una camiseta sudada de tirantes completamente dada de sí. Llevaba un
pantalón corto de Adidas, con las clásicas líneas un poco sucio de polvo,
zapatillas deportivas de correr.
—No
hombre, no… ahora que están aquí, déjenla en la cocina. ¿Tenéis que
instalarla?— les pregunté haciéndome el interesante.
Se
miraron entre ellos con caras divertidas: “Claro”, señaló Raúl, dejando claro
que ahí mandaba él, “claro que tenemos que instalarla”.
—La
cocina está ahí delante, hay que quitar la vieja y sacarla a la galería de atrás
y poner esta— les ordené. “En mi casa mando yo” pensé… si mi padre lo veía
cuando llegara de trabajar y estaba todo listo, se llevaría una alegría… Voy a
vestirme y bajo a ayudarles.
Para
cuando encontré unos short y volví a la cocina, ellos ya sacaban la lavadora
vieja a la galería de atrás. La galería nos servía de cuarto de desahogo en
casa y estaba llena de cajas. Tenían dificultades para pasar la lavadora por el
marco de la puerta. Intentaban meterla pero se les quedaba encajada. Me acerqué
sin hacer ruido mientras maniobraban en la puerta que da a la galería.
—
¿Necesitan ayuda?— dije mientras me acercaba. A su lado me veía como un
alfeñique. Probablemente ambos eran el doble de anchos y notablemente más altos
que yo. Inspiré una bocanada cachonda del olor a sudor que empezaba a
concentrarse y que me recordaba al vestuario del gimnasio, ese olor cargado a
testosterona, sudor de macho, olor a pelotas y axilas que se queda pegado en la
nariz, pero que no es ni muy fuerte ni muy desagradable. El olor típico de los
machos jóvenes que están todo un día de verano cargando muebles y
electrodomésticos y que sudan como cabrones con el calor que hace.
—“Vale”—
dijo Raúl sonriendo a mi ofrecimiento de ayuda, mostrando una boca perfecta,
con labios gruesos y mirada de chico de barrio, con los dientes blancos
perfectamente colocados.
—Ponte
ahí y levanta desde abajo con nosotros— ordenó señalándome un lateral de la
lavadora, justo el lugar donde estaba su compañero intentando levantarla. Le
sonreí ligeramente y me coloqué obedientemente justo donde me dijo mientras su
compañero me hacía espacio.
El
que estaba atrás de mí se puso a mi alrededor muy pegado…
—
A la de tres: Una... dos... —recitó el que tenía delante, quien me había
indicado donde colocarme. Yo tal y como estaba, agachado, me levanté cuando
intuí que iban a decir tres. Así que levante un poco la lavadora y presioné mi
espalda contra el pecho del que tenía detrás. Qué situación tan poco masculina,
pensé. Iban a creer que era marica... Se hizo un silencio incómodo y Raúl nos
ordenó que la volviéramos a bajar.
Noté
el calor de su cuerpo y su camiseta de tirantes, ligeramente mojada, rozando mi
espalda. Y percibí que el tío que tenía detrás empujaba suavemente su cadera y rozaba mi culo con su
paquete, que noté semiduro. “¡Madre mía!” pensé, o estaba muy salido o ese tío
estaba intentando decirme algo sin palabras… En esa posición, pude aspirar el
suave olor a sudor que desprendía y que hizo que mi polla se activara
repentinamente, sintiendo un enorme calor que recorrió mi cuerpo y provocándome
una leve erección. Mis mofletes me ardían.
—Vamos
a volver a intentarlo, pero ahora con más fuerza— dijo Raúl.
—Si,
ponte exactamente aquí…—, y su compañero me agarró de la cintura y me apretó
contra la lavadora. —Ahora cuando yo tire de abajo, tú coges de arriba y haces
fuerza hacia ella—, me indicó. A ver si ahora podemos.
Volvimos
a intentarlo y cuando Raúl contó tres, sonriendo a su colega, yo hice esfuerzo
contra la lavadora, de manera que mi culo golpeó completamente su paquete que
ya estaba completamente tieso. Noté un rabo gordísimo que se pegó completamente
a la raja de mi culo.
—
Uff! No se puede— dije con sinceridad, pensando en escapar de esa situación tan
incómoda. El tipo que tenía detrás estaba completamente empalmado con la polla
tiesa y ardiente en mi raja.
—Si,
si, claro que podemos, haz más fuerza, y presionó su cadera contra mí,
apretándome en la lavadora.
Quizás
se estaban insinuando o se lo tomaron como una broma para humillarme —pensé—,
así que me escabullí por debajo de sus brazos y les dije que había que buscar
otra solución. Era mejor no molestarlos
con mis hormonas desatadas, y si pensaban que era marica, probablemente me
soltaran un guantazo.
—Mierda
Keko, es la primera vez que no podemos mover un bicho de estos…— le dijo Raúl
sonriendo al otro que tenía la mano en el paquete sobándose la polla como sin
nada. Así de pie, tenía la polla tiesa,
completamente recta dentro del pantalón de Adidas que ofrecía un espectáculo al
que nadie podía aludir que no era intencionado.
—Qué
calor que hace aquí…Tienes agua fría?— preguntó Raúl.
—Si…
claro— asentí, y Raúl, en un salto rápido, cruzó por encima de la lavadora y
entró en la cocina de nuevo. Me siguió hasta la nevera.
Abrí
la puerta y se puso detrás de mí, a mirar en su interior, por encima de mi
cabeza.
—Ahora
que veo... Mejor un par de “birras” que veo que tienes en la nevera. A que
apetece una birrita, man”. Le dijo a su compañero con tono de chulería.
—“Claro,
una birra mejor que agua, que cojones”— dijo el tío de los tatuajes.
Estuve
a punto de decirles que eran de mi padre, pero las vistas y los roces que me
estaban pegando bien se merecían una cerveza para esos dos especímenes de
machos. Así que, atrapado entre la pared y la puerta de la nevera con el maromo
detrás, busqué un par de latas y las saqué.
—“Toma,
bien frias” — les dije un poco cortado, con los coloretes de mis mejillas en
ese momento ardiendo.
—“Bien,
bien, que buenas”— Me agradeció las cervezas frías y me miró fijamente. Me
sentía un poco avasallado.
Keko,
el de los tatuajes que se manoseaba la polla empalmada y los huevos
constantemente, se sentó encima de la
barra de la cocina. Dejando a la vista unas piernotas cubiertas de pelo bien
sudadas. El ambiente en esa habitación empezaba a cargarse. Cogió mi móvil que
tenía al lado y miró la pantalla.
—“Desde
que te has subido a vestir no ha parado de sonar” — dijo mirando a su compañero
con una sonrisa en la boca. Leyó en voz alta: “¿Voy a tu casa y te doy polla o
no?”. Y pegó un trago bien largo de cerveza.
—“Joder,
eso es privado”— Contesté bastante cabreado. “Qué os importa a vosotros”.
A
mí nada, dijo Raúl pero mi colega es un cotilla y mientras estabas vistiéndote
arriba ha mirado tus mensajes. Por lo visto estabas buscando un rabo que
comerte o que te folle.
—
“Keko, bórrale la cuenta al niñato”— dijo a su compañero para a continuación
mirarme y añadir: “mi colega anda cachondo perdido buscando un agujero donde
meterla. Así que ya no tienes que buscar más, ni perfiles ni pollas. Aquí
tienes dos tíos con ganas de dar rabo” dijo poniéndose detrás de mí y
agarrándome por la cintura.
“Si,
si mira como me tienes nano” dijo Keko desde lo alto de la trébede de la cocina
y se apretó un bulto que prometía ser enorme y que marcaba perfectamente su
forma dentro de los pantalones de Adidas currados de todo el día de trabajo.
Me
quedé mirando a su entrepierna. La verdad es que era bastante apetecible.
Tragué saliva.
—Venga,
vente, que lo estás deseando — me empujó Raúl hasta su amigo, que me atrapó
entre sus piernas. Se levantó la camiseta de tirantes, húmeda del calor y del
esfuerzo y dejó a la vista un pecho fuerte cubierto por tatuajes, que desprendía
un aroma increíble a semental joven.
—“El
cabrón no se ha duchado desde ayer y apesta”—. Dijo su compañero que seguía
detrás de mí apretando su paquete contra mi culo. Empezaba a ponerme muy
cachondo. —“Espero que no te importe”— dijo mientras me levantaba la camiseta y
metía su mano en mi pantalón buscando mi ojete, magreando mis nalgas y
dejándolas al aire atrapadas en la cinturilla de mi short.
Keko
me agarró de la nuca y puso mi boca contra su axila.
—“Lame”—
ordenó. Pasé mi lengua y recorrí su sobaco peludo. Pude percibir ese aroma a
macho que me volvía loco, pero que no era desagradable en absoluto. Olía bien,
a sudor, pero limpio. Volví a repasarla con suavidad mientras su colega me
bajaba los pantalones. Se escupió en la mano y me embadurnó de saliva el ojete.
—
¿Te gusta?— dijo agarrándome con fuerza y restregándome la cara por todo su
pecho hasta su otro sobaco sudado.
—Mucho…—
contesté, mientras saboreaba el sudor salado de ese macho.
—
¿Cómo te llamas? —me preguntó el de los tatuajes.— Yo soy Keko y el de detrás
es mi amigo Raúl— dijo aclarando como si ahora necesitáramos presentaciones.
—
“Estás guapísimo, mi amigo quiere violar tu ojete”—, dijo con total
normalidad.
—”Qué
suerte hemos tenido de venir aquí hoy, con lo salidos que estamos”— le dijo a
su colega, que había sacado su polla y la restregaba por mi culo untándolo de
su saliva y su líquido viscoso. De vez en cuando hacía presión a la entrada de
mi ojete y paraba, para seguir jugando.
Entonces,
se puso de rodillas, bajó mi pantalón corto hasta los tobillos y separó mis
nalgas y metió su cara en mi ojete…
—Joder…
qué culazo más rico— dijo en voz alta y claramente cachondo — es como el de una
virgen— le comentó a su amigo. Pasaba su lengua comiéndome el ojete con
voracidad y me mordía las nalgas sin cortarse un pelo. ¡Plaf! sonó una palmada
que me hizo dar un respingo contra el pecho del tatuado.
Me
deleité comiéndole y mordiéndole los pezones a su amigo, que seguía magreando
su polla con una mano y apretándome la cara contra su pecho. Sus areolas
estaban rojas del trabajo que le estaba haciendo y a él parecía encantarle.
Alternaba las lamidas con aspiraciones profundas su olor corporal y me dejaba
llevar por su manaza en mi nuca de un sitio a otro. Noté como me entraba una
lengua en el ojete y a continuación un dedo. Ni siquiera podía girarme a ver
qué trabajo me estaban haciendo en el culo, porque la mano del tatuado no me
dejaba opciones. Empecé a gemir mientras Raúl jugaba con su lengua en mi ano.
Mi
ojete dejaba hacerse. Él recorría con habilidad mis zonas más sensibles, mordía
mis nalgas, me daba cachetadas que las pusieron completamente rojas. Lamía mi
raja de arriba a hacia abajo y la repasaba dejando una capa trasparente húmeda
de su saliva, desde donde empezaban mis huevos hasta donde terminaba mi
espalda, y se detenía en mi ano, penetrándome con su lengua y moviéndola dentro
de él, arrancándome largos suspiros de placer, que ahogaba contra el pecho de
su compañero.
Levanté
la mirada y vi a Keko, con cara de satisfacción, mirando cómo trabajaba mi culo
su amigo. Era guapo, tenía unas facciones duras. Muy masculino, una barba
desaliñada de tres días adornaba su mandíbula. No pasaría de 20 años, pero
parecía que tenía 27 o 28 de lo desarrollado que estaba físicamente. Me agarró
con su mano de la mandíbula y me lanzó un salivazo. Sabía y olía a cerveza.
Sonrió.
—”Así…
buen chico… ¿Te gusta…?— me dijo con un tono cachondo.
Raúl,
que estaba detrás de mí, subió hasta mi oído:
—
¿Quieres que te follemos?— susurró, mordiéndome los hombros y la oreja derecha.
—Claro…—
dije sin pensarlo y muy cachondo, mientras él continuaba mordiéndome en el
cuello, los hombros, la espalda, dando pequeños mordiscos, dejándome la huella
de sus dientes que desaparecía en segundos, quedando sólo una huella roja que
demostraba que ahí me estaban dando placer.
La
piel de mis nalgas y de mis muslos se puso de gallina con las caricias, los
magreos y los mordiscos.
Raúl
siguió susurrándome al oído: “…Prepárate que vamos a destrozarte el ojete,
estamos muy cachondos…”. Notaba como su corazón latía rápido contra mi espalda.
Yo simplemente podía dejar que me hicieran, no podía negarme a disfrutar de lo
que esos veinteañeros me tenían preparado.
—“¿Te
gusta que la caña?— me dijo Keko mientras saltaba de la barra de la cocina y se
ponía de pie enfrente de mí —vamos a tu cuarto— me ordenó.
Cuando
salíamos de la cocina el colega abrió la nevera y cogió el pack de 6 latas de
cerveza. —“Esto para después”—, dijo sonriendo. Yo a esas alturas estaba
completamente entregado a esos dos pedazos de animales, por lo que todo lo que
hicieran me parecía bien.
Subimos
las escaleras, entramos en mi habitación y cerré la puerta. Se quitaron toda la
ropa en menos de 2 segundos.
—“Ven
aquí”— me dijo Raúl con su rabo cabezón y grande en la mano, y unos increíbles
huevazos colgando que sobresalían de una mata de vello negro y rizado. —
“Mámanos la polla para calentar” — continuó, haciendo que me pusiera de
rodillas frente a su cañonazo de 21 cm súper ancho. —“Ponnos a tope”— dijo.
Su
glande apuntaba a mis labios y soltaba un hilo constante de pre-semen que
bajaba por todo su tronco hasta llegar a sus huevos. Con dos dedos lo
interrumpió, arrastró la línea de líquido transparente hasta la punta de su rabo,
recogió el máximo y me untó los labios con una gran cantidad. Saqué mi lengua y
se los dejé limpios. Sus dedos estaban salados, supongo de todo el día
trabajando. Apoyó su capullo en la entrada de mi boca y arrastré mi lengua por
todo su contorno, repasándolo y dejándolo totalmente limpio y ensalivado. Su
glande relucía. Volví a pasar la lengua y dio un suspiro largo y quedo. Casi
como el ronquido de un león. Saboreé el increíble sabor a polla de cargar con
lavadoras y neveras que llevaba ese tío en su entrepierna. Su mano recorría
toda su longitud cubriendo y descubriendo su glande, que abofeteaba mi nariz
con su aroma reconcentrado. Su amigo
mientras tanto, se pajeaba lentamente un buen pollote que tenía previamente
untado con sus abundantes salivazos.
—“Abre
bien la boca, a ver hasta donde puedes tragar— me dijo Raúl. Obedecí y abrí, y
poco a poco metió cada centímetro de su rabo en mi boca, hasta llegar al fondo.
Yo reprimí una pequeña arcada y encajé mi cara en su pubis cubierto de
aromático vello. Así estuve unos segundos y la saqué, dejándola completamente
empapada en saliva que salía de mi boca y pasaba a humedecer su rabo. Con mi
otra mano pajeaba a su amigo, que miraba al techo concentrado. Una vez tras
otra, encajaba su cipote en mi cavidad bucal, y cuanto más adentro, más
cachondo se ponía, llegando su polla a una dureza increíble.
—“Ufff,
cómo la mama el cabrón!”— le dijo Raúl a su compañero tatuado. —“Esto tienes
que probarlo Keko”— quien se puso delante con su miembro preparado para
follarme la boca.
—“A
ver si es verdad, dale nano” —me increpó para que le diera placer en su rabo.
Así
que con mucha devoción empecé a mamar el rabo del Keko, con una vena enorme que
le surcaba de abajo arriba y que bombeaba sangre a ese pedazo de bicho. Tenía el
capullo brillante y babeante, semicubierto por su prepucio que se retiraba con
suavizad sólo con el roce de mis labios. Lustroso y completamente
hinchado. Primero abrí a tope la
mandíbula y tragué hasta el fondo, intentando que mi boca fuera como una mano
que le hiciera una paja. El sabor de su saliva, mezclado con el liquido seminal
y su sudor se me pegaba al paladar y a la lengua. Separó sus piernas, y así
arrodillado como yo estaba, me sujetó la cabeza con ambas manos y empezó una
suave follada de mi boca, con la polla metida hasta el fondo.
En
esa posición, podía ver cómo dos sementales jóvenes se daban placer en sus
pollas con la boca de un niñato. Alternativamente lamía sus pelotas peludas y sudadas, lo que les
daba muchísimo placer porque cada vez que las acariciaba con mi lengua, los
tíos se ponían más burros y me daban más caña en la boca.
Después
de un buen rato de mamar alternativamente sus pollas y sus huevos, Raúl se
colocó detrás de mí en cuclillas y apuntó su glande enorme a mi ojete.
—
¿Nos dejas que te follemos?— me preguntó al oído cachondísimo.
—
Si, dale…— contesté como tono salido. Mi rabo estaba a punto de estallar.
—
¿Me dejas que te folle a pelo? —añadió
mordiéndome con sus dientes perfectos en mi oreja y echando un suspiro largo al
tiempo que su polla se deslizaba en mi raja.
—Déjame
que te meta sólo el capullo— me suplicaba. Con sus manos atrajo mi culo hacia
él y me senté encima de su polla, que quedó preparada a la entrada de mi ojete.
Hice presión hacia abajo y su glande se escondió completamente. Su amigo, que
me daba polla, dio un paso adelante y me volvió a meter su rabo. Así como
estaba, con un tío delante y otro detrás, no podía moverme. Estaba feliz.
Raúl
empujó ligeramente su cadera y su rabo entró un poco más en mi culo, alojándose
con facilidad en mi lubricado interior. Se quedó un momento pellizcándome los
pezones. Que se endurecían y se ponían rojos. Mientras Keko follaba mi boca y
para entonces ya había empezado a subir el ritmo de sus embestidas en mi boca,
que soltaban abundantes hilos de saliva y que escurría por la presión a través
de las comisuras de mis labios. Mientras sujetaba mi cabeza con fuerza para que
no me moviera ni un pelo y así controlar la profundidad de la mamada que le
estaba dando.
Hice
un esfuerzo por relajarme y el rabo de Raúl, enormemente ancho, desapareció en mi interior. Ya estaba lleno,
por delante y por detrás. Sudábamos copiosamente. Las gotas de sudor de Keko
caían sobre mi cara, que resbalaban por mi cuello, y la espalda pegada al pecho
ardiente de Raúl. Estábamos bufando y gimiendo como animales en celo,
completamente empapados.
—Qué
maravilla tío, me lo estoy follando a pelo— le decía a su amigo. Mientras
sacaba su rabo y me hacían levantarme.
—“Ponte
aquí y échate boca arriba”— me ordenó señalando mi cama.
Me
eché en la cama como me había ordenado Raúl, que quería follarme en otra
posición, y me levantó las piernas, abriéndolas y dejando mi ojete a su
disposición. Subió su rodilla izquierda a la cama y metió su polla en mi
interior, hasta el fondo, haciéndome soltar un largo suspiro de placer. Estaba
lleno por un tío de un metro ochenta y 21 centímetros de polla. Empezó un
bombeo fuerte. Su amigo Keko, se echó en la cama, me agarró la cara y me comió
la boca con fuerza. Su boca sabía a cerveza y saliva de macho joven. Era un placer
indescriptible. Cogió mi polla que estaba dura como una roca y empezó a hacerme
una suave paja. Me arrancaba suspiros de placer que aspiraba en cada morreo que
me daba. Estaba en el paraíso, sufriendo unas embestidas profundas del
veinteañero que tenía en mi ojete. De
vez en cuando se cambiaba de posición, mientras su amigo me follaba el ojete,
para dejar a mi alcance su polla que chupeteaba como un biberón.
Raúl
empezó una follada más fuerte, sacándome hasta el glande su rabazo y metiéndola
hasta el fondo, con rapidez. De vez en cuando se la ensalivaba para lubricarme
bien y que su rabo patinara sin problemas. Tanto era el placer que estaba
recibiendo entre mi ano y la paja de su amigo Keko, que mi polla empezó a
lanzar chorros de lefa sin control mientras su amigo me pajeaba. Mi torso quedó
cubierto de mi propio semen, entre mis jadeos constantes que no podía parar del
placer que estaba recibiendo.
Keko,
tumbado de lado cerca de mi costado, recogió mi semen y lo arrastró por mi
torso sudado, llevándolo a mi boca con cuidado de no desperdiciar ni una gota.
Yo chupaba sus dedos grandes y ásperos y de vez en cuando, alternaba con algún
beso largo y profundo con lengua, saboreando mi semen. Esto debió de ponerle
muy cachondo porque con muchísima rapidez me enchufó su glande en la boca y con
una paja suave, empezó a correrse con chorros a mucha presión y muy caliente,
que iba tragando como podía. Bufaba como un toro. Las embestidas de su amigo,
poderosas, hacían que mi boca acogiera la polla lechera que me estaba regalando
una corrida.
Los
primeros chorros de semen que encajé fueron largos y pesados. Keko tenía los
cojones bien cargados de leche. Después, su polla empezó a combinar goterones
gordos y blancos de leche espesa con mucho líquido transparente a presión que
rebotaba por toda mi boca. Un enorme sabor a lefa inundó mi paladar, y pude
experimentar lo que era el sabor de la leche de un chaval joven con unos huevos
bien cargados.
—Déjame
que me corra dentro de ti, por favor, que nunca me dejan— me dijo Raúl mientras
me bombeaba con fuerza entre jadeos.
Según
se acercaba su orgasmo, y sin hacer amago de apartarme, apreté más mi ojete
como dándole consentimiento para llenarme de leche el culo. Empezó un bombeo
rápido y noté como su pollón se hinchaba dentro de mí. Descargó toda su leche
en varias pulsaciones, que dejó mi ojete dilatado y lleno por dentro. Siguió
bombeando mientras yo degustaba la leche que me había regalado su amigo en la
boca.
Ni
un respiro. Increíblemente, por raro que me parezca, sus cipotes seguían
empalmados. No habían decrecido ni un milímetro ni perdido un ápice de potencia.
Entonces, cambiaron de papel: Keko se puso en mi ojete y empujó para meterme la
polla y follarme, turnándose con su amigo.
Raúl subió a la cama y se echó a mi lado, encajándome su rabo lleno de
los restos de su leche en la boca. Lo devoré en un instante.
—
“Así mi niño, muy bien, quiero mi polla bien limpita”— me dijo agarrándome del
pelo.
Keko
metió su rabo gordo y duro en mi culo, y chapoteó en la leche de su amigo, que
salía a chorros por mis nalgas hasta empapar mi colchón. Entonces, empezó un
mete-saca fuerte y muy cañero.
En
un principio me asusté un poco, porque se acababan de correr y pensé que
tardarían en correrse un buen rato, y no me equivocaba, porque la segunda ronda
duró por lo menos más del doble de lo que había durado la anterior. Era
increíble el aguante de estos tíos, ni siquiera habían parado ni un momento.
Para
entonces mi habitación era una leonera con dos machos follándome, un olor a
hombre, a sudor y a lefa indescriptible que lo inundaba todo. Mi boca estaba
adormecida y mi culo empezaba a escocerme.
Así
que Keko sacó su polla, me hizo a un lado y se tumbó en mi cama, todo lo largo
que era, empapándola con su sudor. Me hizo un gesto con ambas manos para que me
subiera encima de él. Obedecí, quería echarse y que yo me follara su rabazo. Me
senté encima de él y busqué con mi mano su gordo aparato para atraerlo a mi
ojete.
Tampoco
me dejó hacer mucho más porque mientras yo lo apuntaba con mi mano, a ciegas
contra mi ojete, me abrazó con fuerza atrayéndome contra él, y me enculó sin
miramientos, haciendo fuerza con su cadera y manteniéndome inmovilizado. Me
morreó y empezó a darme caña, dejándome mi culo completamente estático a su voluntad, con su fuerte abrazo, y moviendo su cadera de
forma rítmica y profunda, llenándome en mi interior. Mi culito, comparado con
el rabo que estaba entrando en mi interior, de principio a final, en un mete-saca
cañero y sin miramientos, parecía el culo de un chiquillo en relación al pedazo
de tío que tenía debajo.
Busqué
su boca y mordí sus labios. Nos morreábamos con pasión, cuando su colega, se
subió a la cama por detrás de mí, empezó a intentar meter su pollote en mi
ojete, intentando una doble penetración.
—Uff…Nooo…duele
mucho— me quejé a Keko, quien me miró a los ojos y apretó más su abrazo, manteniéndome
más preso contra él.
—No
pasa nada niño, duele al principio, verás que todo va a ir bien, te gustará— me
tranquilizó.
—No
sé si estoy preparado para dos pollas tan grandes— le contesté, mirándole con
cierta preocupación.
—Tu
culo dilata, está lleno de la leche de este y te va a costar poco… Relájate— y
volvió a comerme la boca.
Entonces
Raúl hizo un segundo intento de meterme su rabo, pero mi ojete no daba más de
sí. La leche de su corrida anterior resbalaba por todo el tronco de la polla de
Keko y llegaba a sus huevos. Con mi mano recogí lo que pude y unté la polla de
Raúl que entendió la indirecta.
—”
¿Ves cómo le mola? …Quiere que se la meta… Para un poco tío, deja de encularle
que sino no puedo metérsela al cabrón”— le dijo a su colega, que no había
parado ni un momento en su mete-saca.
Raúl
agarró mis nalgas y me subió al máximo, justo en el limite para que no se
saliera la polla de su colega de dentro de mí, recogió los restos de la corrida
anterior del rabo de su amigo, y se embadurnó la polla con su propia lefa. Con
la mano pringosa, la llevó a mi boca y me la tapó. Yo saboreé los restos de
lefa que tenía. Entonces, apoyó su glande en la entrada de mi ojete y presionó.
Mi culo empezaba a dilatarse con los esfuerzos, y su rabo empezó a perderse
dentro de mí. Ahogué un grito en su mano.
Ya
tenía dos pollas dentro. Algo que para mí era totalmente nuevo. Me relajé del
todo y me dejé caer totalmente fláccido en el torso sudado de Keko, que estaba
feliz al notar el roce de mi culo y de la polla de su amigo y empezaba una
suave enculada con el fin de que me acostumbrara las dos pollas que me
llenaban.
Raúl
se tumbó encima de mí y apretó su cadera contra mi ojete, enterrando por
completo sus pollas, que se movían acompasadas. Estaban dándome un placer
indescriptible. Mientras Keko me comía la boca con muchísima pasión.
Alternaban
dos tipos de movimientos, algunos ratos, acompasados, metían sus pollas al
mismo tiempo en mi interior, y las sacaban casi hasta el borde, dejando asomar
una pequeña parte de sus glandes hinchados. Otras veces, mientras Keko me la
encajaba hasta el fondo, Raúl aprovechaba para sacarla, y alternativamente,
mientras uno hacía el movimiento de saca el otro metía su rabo hasta el final.
Eran dos sementales en celo, que o bien tenían mucha experiencia haciendo eso,
o habían nacido para follar.
Los
gemidos roncos de Raúl contra mi nuca y los besos y suspiros de Keko, junto con
mis jadeos constantes, hacían que la escena de dos maromos veinteañeros
follándose a un chavalín como yo, fuera impactante. A mi empezaban a escasearme
las fuerzas, y como un muñeco de trapo me dejaba hacer entre esos dos
hombres.
Entonces
Raúl se dedicó cachondo perdido a morderme en los hombros y en el cuello, dándome
tanto placer que, con el sólo roce de mi polla en la barriga de su amigo, me volví
a correr sobre él por segunda vez.
Con
cada chorro que salía de mi polla y con cada espasmo, mi ano se contrajo, de
forma que ellos, animándose en el placer que me estaban dando, aceleraron la
follada, Las dos pollas entraban y salían de mi ojete al unísono o alternadamente,
y chapoteando en la leche de la anterior corrida, Keko no pudo más, me apretó
contra él, casi asfixiándome, dejándome sin aire y me llenó de su leche. La
sensación de la leche caliente de su compañero de follada fue tan placentera,
que el capullo de Raúl se hinchó dentro de mí y me regaló una corrida con
embestidas fuertes, desplomándose contra mí y enculándome como si no hubiera
mañana. Casi pierdo la consciencia.
Se
quedaron dentro de mi un buen rato todavía, saboreando el momento, sin sacar
sus pollas que no habían perdido la dureza, moviéndose suavemente, apretando
sus caderas y disfrutando de mi enrojecido y ancho ano.
—“Has
nacido para que te follemos nene”— me decía Raúl mientras se pasaban mi boca
para morrearme alternativamente. Los besos que me dedicaban eran profundos, de
agradecimiento.
Cuando
salieron de mí, y me aparté de ellos, el calor en la habitación era descomunal.
Y tal era la temperatura, que mis piernas me fallaron y me tuve que tumbar en
la cama boca abajo, para descansar, pegando mi nariz al pecho de Keko que me recibió
con unas increíbles caricias por toda la espalda y sonidos de tranquilidad.
Raúl
cogió sus slips del suelo, completamente usados, y limpió los restos de lefa
que había en el cuerpo de su amigo, la que salía a borbotones de mi ojete de
sus tres corridas y la que quedaba en sus vergas y me los lanzó a la cara
totalmente empapados en sus lefazos:
—
“Toma, son de mercadillo viejos, pero te los quedas de recuerdo. Van bien
cargaditos de lefa… Y si te esperas un rato más, nos pajeamos en ellos para
dejarte un buen recuerdo y que te la casques esta noche”— dijo con mucha
gracia.
—Pero
mejor se la casque en la cama, porque lo que es sentarte no sé si podrás hoy—
dijo Keko completando la broma de su amigo.
Cuando
Raúl acabó de limpiar los restos de lefa que salían de mi ojete con sus slips,
nos quedamos los tres relajados en la cama. Me acariciaban el pelo, me
morreaban alternativamente y me apretaban entre ellos. Dos folladas y todavía
no se habían cansado. De vez en cuando bajaba a sus pollas y las lamía, o
chupaba sus huevazos y sus glandes, todo su tronco, metía mi lengua entre sus
ingles y sus cojones.
—Cuando
quieras que vengamos y repitamos, nos lo dices— me dijo Keko apoyando su frente
contra la mía, y dándome un suave beso en mis labios.
—Eso,
estás muy bueno chaval— dijo Raúl confirmando la propuesta de su amigo. —
Apúntate nuestro teléfono y deja de entrar a chats de mierda de esos, que aquí
tienes dos machos para una buena temporada— y los dos se echaron a reír.
Nos
relajamos tanto que el tiempo pasó volando. Miré el reloj y eran casi las diez
de la noche. Di un respingo.
—
¿Qué pasa? — me preguntó Raúl.
—“Mi
padre, va a volver y estamos todavía así. ¡Y la lavadora sin montar!”— le
expliqué con nervios evidentes.
—
¿A qué hora llega tu padre?— me preguntó Keko, con tono de preocupación.
—Sobre
las 10:20 más o menos— dije.
—Bueno,
si llega a las 10:20, todavía tenemos tiempo para una mamadita rápida, ¿no?—contestó.
—No…
joder!, que habéis dejado sin montar la lavadora y la otra está en medio de la
puerta y mi padre está al llegar. No me dejéis este marrón.
—Bueno,
la otra la podemos sacar en cualquier momento, la atascamos a propósito para
que nos tuvieras que ayudar y poder rozarte las pollas— me dijo mientras se
cascaba lentamente la polla que empezaba a crecer otra vez.
Estaba
indeciso, por un lado me daba miedo de que mi padre entrara en la habitación y
me pillara cubierto de semen y entre dos tíos. Pero por otro lado, siempre
había pensado que a un macho, que ha sido generoso con su polla y que te ha
premiado con su leche, que se ha dado placer en ti y que ha disfrutado compartiendo
su rabo contigo, había que atenderle siempre. Que nunca se le podía decir que
no.
—Venga,
que nos corremos rápido, dale— insistió Raúl, dándome un morreo.
Se
incorporaron y se quedaron de rodillas en mi cama. Yo me puse entre los dos,
dándoles la última mamada. Sus pollas volvían a estar duras y tiesas como si
nada, babeando por sus glandes, brillantes y lustrosos y yo volvía a alternarme
entre sus rabos, sus huevazos y sus sobacos. Disfrutaban bastante, porque
mientras se la comía a uno, el otro se pajeaba con ganas mirando la escena de
un rubiete pequeñajo mamando semejantes rabos morenos.
—Uff
tio, me voy a correr. Como me pone este niñato— le dijo Raúl a Keko. —Venga, tráeme
los gallumbos que te he dado que te los voy a lefar para que te los quedes de
premio— me dijo jadeando.
En
medio de esa leonera me puse a buscar los calzoncillos, pero mientras los
buscaba, Raúl que no se aguantó, empezó a correrse, cogiendo mi libro de
matemáticas que estaba encima de la mesita, y soltó ocho o nueve trallazos de
lefa bien cargada en la portada del libro, que estaba plastificada.
Keko,
que lo vio, hizo lo propio, dejó también su leche, que se mezcló con la
anterior. El primer chorro cruzó la portada de lado a lado, y pringó de
goterones de leche todo a su paso. Los otros cinco o seis, que caían de su
glande hinchado y rojísimo a borbotones se unieron a los demás.
—Joder,
cabrones, mi libro de mates!—Dije exaltado viendo que habían dejado el forro de
plástico completamente pringado y blanco de su leche.
—“No
te preocupes, mira”— Keko cogió un vaso vacío de la mesilla y puso el libro
encima, escurriendo la leche que se arrastraba abundante por la portada. Casi
llenan medio vaso. Me miró sonriente y dijo:
—
“Ven, que aquí tienes tu cena”— Yo, cachondísimo, me acerqué a ellos. Me cogió
del pelo, tiró de mi cabeza hacia arriba y puso el vaso delante de mi boca,
mientras Raúl recogía con su mano los restos de lefa del libro y me los
restregaba por la cara. Keko dejó caer el primer chorro de leche en mi boca
desde el vaso a una buena altura, que tragué con deleite. Me miraban absortos,
cuando de pronto, el coche de mi padre aparcó delante de casa.
Me
quedé paralizado. — ¡Mi padre!...— Busqué como pude entre mi ropa y me puse lo
primero que pillé. Estaba cubierto de semen y mi cara y mi cuerpo estaban rojos
de la caña que estos tíos me habían dado. ¡Llegó y nos va a pillar…!— les dije
mirando. Nunca había visto a unos tíos tan grandes tragar saliva con tanta
preocupación.
—
¡Cojones… vestiros y no os mováis de aquí!— les ordené. Al instante, buscaron
su ropa y se la pusieron.
—
¡Hugo, ya estoy de vuelta! — Dijo mi padre dando un portazo a la entrada de
casa. — ¿Dónde estás? Ufff!, la puta, estoy reventado— murmuraba de camino al
salón.
Observé
desde el hueco de la escalera que mi padre se iba directo al sofá y se ponía el
partido del Real Madrid en la televisión. Se abrió de patas y se llevó una mano
a su paquete, rascándose los cojones.
Nervioso
y casi temblando, bajé y le saludé desde
la puerta del salón.
—Hola
viejo. ¿Qué pronto has venido? — dije aparentando seguridad.
—
Qué pasa… que no quieres ver a tu papá, ¿cabroncete? Vente conmigo aquí a ver
el partido. ¿Qué hay de cenar? — me preguntó sin quitar ojo de la tele,
mientras rascaba sus huevos con total relajo. El león estaba en su reino. Lo
que no sabía es que a su hijo le habían estado pegando una follada dos tigres
arriba toda la tarde.
—Voy
a hacer la cena ahora— dije yéndome a la cocina, para evitar que me viera. —
Creo que mamá ha dejado pizzas en la
nevera listas para el horno. ¿Te apetecen?
—Lo
que tú hagas está bien. Estoy reventado del curro— y continuó viendo el
partido.
Me
fui a la cocina y cogí un trapo de cocina para limpiarme los restos de leche
que tenía en la cara. Uf!, qué mal rollo. Mientras estaba secándome la frente y
el cuello, que los tenía empapados, me fijé que me había puesto los calzoncillos
del revés. Qué desastre! La lavadora seguía en medio de la cocina, saqué una
pizza de su envoltorio y la metí en el horno, a la velocidad del rayo.
Mi
padre me sorprendió agachado frente al horno, poniéndolo a 180 grados.
—
¿Qué coño ha pasado aquí? — oí que decía mi padre en medio de la cocina.
—Nada,
papá, la lavadora, que han traído la
nueva y no la han podido instalar. Pero mañana vienen a primera hora a
colocarla, les faltaban piezas.
—Ostia
Hugo… ¿Y cómo dejas que esto quede así, manga por hombro?— dijo mi padre
echándome la bronca.
—A
ver papá, se han ido, no podía hacer nada.
—Anda
capullo, ayúdame a sacar esto y a colocar la nueva en su sitio— me miró
extrañado por estar en calzoncillos y con la cara notablemente roja y húmeda.
—
¿A qué hueles…? — me dijo recorriendo mi cuerpo con su mirada y clavándome
finalmente sus pupilas en mis ojos.
—No
huelo, he estado haciendo pesas en la habitación— le dije envalentonado.
—Pues
apestas a obrero de la construcción, dúchate guarro, que eres un guarro— me
contestó serio.
—Claro
papá, ahora me iba a duchar antes de que llegaras.
—Y
se ve que te la has cascado y que no te has limpiado— soltó con una carcajada
sonora. — ¡Tienes la tripa cubierta de corrida, marranazo! — Y me dio un
empujón contra la lavadora. — ¡Deja de cascártela que te vas a quedar enano!—
Me dijo sonriendo. Yo me mostré avergonzado, pero en realidad estaba satisfecho
porque ni se imaginaba la historia que había vivido.
Cuando
acabamos de mover la lavadora, mi padre se quedó mirando fijamente mi cuello,
había restos de semen seco de alguna corrida. No hizo ningún comentario.
Después de intentar mover la lavadora, y dejarla en la galería trasera,
cruzamos las miradas, yo tímidamente intentaba escapar de sus ojos de
curiosidad. Se fue directo a la nevera.
—
¿Y las cervezas? ¿Había seis? ¿Te las has bebido?!— me preguntó en un tono de
verdadero cabreo y sorpresa.
—No
que va... dije dudando. Se habrán acabado — le contesté.
—Los
cojones… las compró tu madre esta mañana. Oye, Hugo, ¿Qué coño pasa aquí?… Apestas
a sudor, estás pringoso, tienes la cara roja, faltan todas las cervezas menos
dos que están aquí empezadas. ¿Has hecho una fiesta?
—“No
que va, papá, simplemente invité a los de la lavadora a una cerveza por el
calor”— No se quedó muy satisfecho con la respuesta.
—Bueno,
me voy a duchar. Coge 20 euros de mi cartera y vete al “24 horas” a comprar
cervezas. Mientras ya atiendo yo la pizza que hay en el horno, me ordenó mi
padre...
—Ve
tú y mientras me ducho yo — le dije para evitar que subiera al piso de arriba,
donde estaban escondidos los repartidores.
—Una
mierda, estoy cansado. Ve tu y ni me contestes, que mira el desastre que hay
aquí montado. Los cojones con el niño.
Qué
marronazo —pensé—. Estaba todo saliendo mal. Me puse el bañador que tenía en el
jardín, cogí los 20 euros y tal cual estaba, descalzo me fui al chino de la
esquina a coger un pack de cervezas, rezando porque mi padre no entrara en mi
habitación y se encontrara con mis nuevos amigos.
Había
recorrido media calle cuando se puso a mi altura la furgoneta de los
repartidores.
—“Chsst,
Chsst, ¿Cómo es que te llamas, nano?”— me dijo el que iba en el asiento del
copiloto.
—“Hugo,
me llamo Hugo. ¿Por dónde habéis salido?” —les pregunté sorprendido al encontrármelos
en la calle.
—Soy
Keko... ¿Lo has pasado bien cabroncete? Yo todavía tengo la polla morcillona—
me dijo mientras yo caminaba y la furgoneta me seguía a mi misma altura.
Me
lo he pasado de puta madre tíos. Pero mi padre casi nos pilla. Por poco me da
un infarto. Suele trabajar hasta tarde, así que cuando queráis podéis venir a
verme, dije andando más despacio hasta quedarme parado en la esquina, justo
donde estaba el chino 24 horas.
—Bien
nano, te hemos dejado los teléfonos apuntados en una tarjeta de la empresa en
tu habitación. Llámanos. Podemos quedar siempre que quieras polla o siempre que
queramos darte polla, si te parece bien. Si quieres podemos follarte ahora en
la parte de detrás de la furgón—me dijo todavía cachondo, mostrando una sonrisa
perfecta en esa cara de cabrón.
Me
quedé sorprendido de que tuvieran ganas todavía de seguir follando. —“No joder. Que mi padre me espera. Mañana os
llamo y repetimos”— contesté resignado.
—Vale,
podemos recogerte después del reparto e irnos en la furgoneta a un descampado a
destrozarte el ojete. Nos gustas mucho— aseguró convincente.
—Ok,
mañana os llamo — dije queriéndome quitármelos de encima.
Lo
cierto es que los cabrones estaban buenos. ¿Cómo era posible que les gustara a
dos tíos chulos de barrio héteros? Cuando se despidieron de mi, entré en la
tienda. El chino me miró extrañado por el aspecto que llevaba. Supongo que
llevaba un cartel puesto de “acabo de ser follado por dos tíos en mi casa”.
Rápidamente cogí un pack con 6 latas de cerveza de la nevera y una coca-cola.
Estaba muerto de sed. Nueve euros con cincuenta. “Menuda clavada”— pensé—. Iba
medio dolorido y con agujetas a casa por la calle, bebiéndome la coca-cola y
pensando en la follada que me habían metido esos dos maromos. Entré en casa.
—”
¿Papá? ”— pregunté en voz alta al cerrar la puerta. Nadie contestó. Me acerqué
al salón pero mi padre no estaba. El partido de fútbol sonaba de fondo en la
tele. Pasé por la cocina y vi que la pizza ya estaba hecha, así que apagué el
horno y lo abrí para que no se quemara. “¿Papá?” repetí en voz alta desde la
cocina. Supuse que estaría en la ducha. Mientras intentaba pensar qué excusas
darle a mi padre escuché pasos en la planta de arriba y me asomé a las
escaleras. Mi padre me llamó desde el pasillo.
—“Hijo,
sube”— dijo sin ningún tono especial.
Recorrí
las escaleras y miré en su habitación, la primera del pasillo y no estaba. Me
acerqué con cautela a mi habitación. Mi padre estaba sentado en mi cama… Tenía
el libro de matemáticas, los calzoncillos del repartidor llenos de leche, el
vaso con las corridas y una tarjeta.
—
¿Qué es esto, Hugo?— dijo señalando los objetos. Cogió la tarjeta y leyó:
“Llámanos cuando quieras que te demos rabo, Raúl y Keko”.
Me
quedé de piedra. No sabía por donde empezar. Mi padre me miraba con cara de
preocupación.
—“Papá”—
dije medio sollozando. —No sé qué decir. Vinieron...
—Cállate,
no quiero más mentiras. Esto huele a prostíbulo, está todo completamente lleno
de restos sexo. El libro está pringado de semen, tienes un vaso con corridas y
unos calzoncillos sucios completamente empapados que apestan.
Lo
cierto es que parte del olor se había disipado y quedaba una especie de mezcla
entre aroma a gimnasio y sexo.
—Papá—
dije reprimiendo un llanto. Pero no me salían más palabras.
—
¿Qué pasa?... ¿Te dedicas a follarte a
todo el vecindario? ¿O sólo a los repartidores de electrodomésticos?... ¿Qué
hemos hecho mal para que te comportes así? —dijo con mucho cabreo y decepción…
—Dúchate
y baja al salón— Te quiero en 10 minutos abajo para que me expliques algunas
cosas…
Cerró
la puerta de un portazo y se fue.
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